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Agua sucia, agua fría / By @indiehalda

Por Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Hace algunos años leí en la fabulosa revista Colors una frase de contundencia demoledora: Olvídense del petróleo, la siguiente gran guerra será por el agua.

La frase acompañaba una memoria fotográfica de imágenes inverosímiles  para los que como yo sólo abrimos el grifo: soldados resguardando tinacos, mujeres de pies ampollados por caminar distancias maratónicas por un par de cubetas de un turbio líquido café, el impacto de la presa de Asuán en el este africano. Apocalipsis ahora.

Lo admito: yo solía ser un despilfarrador de agua, hasta que sufrí mi primer corte, ya viviendo en esta ciudad. Fueron sólo un par de días, pero el limpiar el retrete a cubetadas y bañarme a gélidos jicarazos me enseño una invaluable lección.

Ahora, 2 acontecimientos recientes avivan la chispa de mi enojo por el desperdicio: la infame contaminación del Río Sonora y la hipermediática campaña de la cubeta de agua helada.

La primera: otra joya en la muy adornada corona del sinsentido mexicano. Una poderosa minera que se lava las manos con el agua que ha contaminado, medios que informan a medias y un desastre natural de dimensiones aún sin medir son las características de un hecho que debería indignarnos ante el total desinterés de gobierno y empresa por solucionarlo.

Los rostros de los sonorenses afectados -llenos de ámpulas y con el riesgo latente de  enfermedades graves- son una bofetada a un país indiferente y resignado. Son nuestra gente y dejamos –como en Michoacán, como en Chiapas y Guerrero, como siempre- que la realidad los aplastara. Mientras el horror no toca a nuestra puerta, seguimos festejando.

¿Y cómo es que festejamos? Saciando nuestra sed de trascendencia con el segundo acontecimiento: una oda a la enajenación y falsa colectividad generada por el tristemente célebre #icebucketchallenge.

La idea, concebida por nuestros vecinos del norte – con tanto tiempo libre y poder, los pioneros de la filantropía turística- busca crear conciencia sobra la ELA, Esclerosis Lateral Amiotrófica o enfermedad de Lou Gehrig, y de esa forma atraer donaciones.

La idea luce genial en el papel de no ser por el ridículo ritual detrás de la misma. Tirarse encima un bote de agua helada, en presunta conmiseración por los pacientes de ELA que sienten lo mismo todo el tiempo ante el progresivo debilitamiento muscular. Y con ello retar a más gente que puede bien hacer lo mismo, donar o ambos. Entra en escena el protagonismo.

Con toda la pléyade deportiva y artística participando, era inminente la llegada de la moda a nuestro país. Como eternos plagiarios nos lanzamos al ritual del momento, sin tomar en cuenta pequeños detalles:

  • La enfermedad de Lou Gehrig afecta a 5 de cada 100,000 personas, lo que nos arroja un total de cerca de 350,000 pacientes a nivel mundial. En contraste, al año fallecen 8 millones de cáncer, 1 millón de malaria y 170 mil por enfermedades relacionadas con el hambre, hambre generada muchas veces por la falta de agua.
  • La campaña se jacta de haber recaudado hasta ahora más de 23 millones de dólares. Una farmacéutica invierte en desarrollo de un medicamento para el Alzheimer (un mal crónico-degenerativo de similar naturaleza) más de 1,000 millones de dólares anuales.
  •  En México, 1 de cada 10 personas no tienen acceso a agua potable. Las redes de distribución carecen de una modernización y mantenimiento adecuados, por lo que en algunas ciudades llega hasta el 35% de pérdida a través de estos sistemas.

Y nosotros echándonos cubetitas de agua como si nada.

Nunca falta el oportunista “Pues al menos están haciendo algo” “¿A poco tú ahorras agua?” “¿Tú qué haces?” ¿QUÉ DEMONIOS LES IMPORTA LO QUE UNO HAGA? Las actividades de filantropía  no deben pregonarse, porque el desinterés en la auto-promoción es la base de las buenas acciones.

Sencillo: uno no es bueno para que la gente lo vea, uno es bueno porque es bueno ser bueno.

¿No se les hace una soberana tontería promover el apoyo de una enfermedad que afecta a tan pocos haciendo uso de un recurso cuya falta afecta a tantos? A mi sí.

Siéntese, querido lector. Tome un vaso con agua y prométale no volver a ser tan grosero con él. Pídale perdón, jure cuidarlo y respetarlo, cuidar su uso y buscar que los demás hagan lo mismo.

Y si quiere donar para la cura de la ELA o de cualquier otra enfermedad, hágalo. Nomás no se lo eche en  cara a la gente, y menos haga uso de un recurso tan vital por salir en la foto.

Irónicamente el hombre en busca de la trascendencia comete muchas estupideces.

No sea uno más. Porfis.

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