Guerra civil/ By @indiehalda
Por Oscar Hernández
Tres plazas han cancelado el concierto de Alfredo Díaz “El Komander”, estandarte del movimiento alterado. La noticia generó un alud de comentarios a favor y en contra de la decisión (orillada por motivos públicos, políticos o vayusté a saber). El debate va más allá del gustar o no de un género musical y nos demuestra la nula capacidad que tenemos para ponernos de acuerdo, en cualquier cosa.
Para conocer un poco de la lírica y estética del popularísimo músico sinaloense, dediqué un rato a ver sus videos en la web. Después de media hora en la que tuve mi dosis de movimiento alterado para mis siguientes 3 vidas, vislumbré el motivo del abnegado fanatismo hacia el cantante: su música, más que simple apología del delito, es la crónica social de un México convulsionado, supersticioso y, tristemente, estático.
El joven Ríos canta orgulloso sobre su origen de rancho, a la vez que pregona su gusto por las marcas lujosas, el buen vino (al parecer para la lógica buchona no hay nada más allá del cognac y el whisky escocés), las mujeres con atributos de escándalo –machismo remixeado- y las situaciones límite. En resumen: todo lo que el compatriota abandonado por el sistema a su suerte desea.
Ser parte de un ¿privilegiado? sector poblacional con más y mejores medios que el 60% de la población, nos genera un falso sentido de superioridad, vaciado en múltiples y “creativas” formas hacer mofa de las aspiraciones expresadas en la música dirigida al sector llamado “base de la pirámide”. Y así, el conflicto entre arriba y abajo, culto y néofito, fresa y naco, no tiene fin…
Hace unos años leí un texto de Juan Manuel Zunzunegui llamado “Masiosare: ese extraño enemigo”, que resume brevemente 200 años de historia nacional, en la que desde el primer instante ya estábamos agarrados del chongo. Y parece ser que 193 como país la lección sigue sin ser aprendida, aunque ahora los tópicos de debate se han banalizado, tanto que provoca risa y llanto.
No somos miembros de un equipo en este país (a menos claro que el equipo se vista de verde y salte a la cancha a repartir penas y alegrías por igual), aquí somos prietos contra güeros , fresas contra nacos, chilangos contra provincianos, americanistas contra, ehm, el mundo…
La guerra en este país no es contra el narco. No es contra la pobreza, el hambre o la ignorancia. El conflicto en este país es mucho más antiguo, complejo difícil, donde mi enemigo vive al lado, escucha reggaetón, tira la basura en la calle, le va al equipo contrario y no paga sus impuestos.
La guerra es civil, y nuestra arma de destrucción masiva es la intolerancia.
Hace unos días invité a un amigo a escuchar Shostakovich. Él, que no sale de los rodeos, sonreía y movía el pie al ritmo de la batuta de Gustavo Dudamel. Lo sorprendí viendo videos de la filarmónica de Boston.
Hemos ganado una batalla, camaradas.
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