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Origen/ By @indiehalda

Por: Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Si bien no soy un orgulloso mexicano (quién podría serlo con la broma de país que sobrevivimos hoy en día) sí me siento orgulloso de mis orígenes: mi madre terracalenteña y mi padre hijo de obreros. Amo ser parte michoacano y parte defeño, algo de corunda y algo de torta de tamal.

¿Por qué comienzo hoy con esto del origen? Porque recientemente Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre hizo honor al suyo, sacando lo peor del ADN mexicano, ese que genera muralistas increíbles y sicarios despiadados: el triunfo del sinsentido.

La biografía de Cuauhtémoc estaría incompleta sin mencionar a su padre Rafael Gutiérrez, el creador del imperio, supremo comandante de legiones de soldados que nacen, viven y mueren entre montañas de cáscaras de fruta, llantas inservibles, muebles viejos y olvido social, suculento botín de aquellos que juegan con la eterna esperanza, con la promesa que nunca se cumple.

Cuauhtémoc creció en un entorno donde un pepenador poderoso logró hacerse de una casa de ensueño en una zona protegida y una diputación plurinominal,  terminando su vida en un asesinato pasional digno del número más kitsch del Libro Vaquero. Cuauhtémoc pudo ser distinto pero ¿Ps pá qué? Mejor gozar las mieles del poder, perpetuar las malas prácticas, seguir la fiesta.

Y hoy que salen (de nuevo) los trapitos al sol del ahora ex líder del PRI-DF yo me pregunto: ¿Qué pasa en la gestación de un líder en México que pierde por completo el rumbo? ¿Los orígenes son definitorios (aunque líderes de origen humilde ha habido y de los buenos) en el ejercicio del poder? ¿Por qué somos TAN malos eligiendo a nuestros representantes?

Jugando un poco con el refrán popular, considero que “La culpa no es del corrupto, sino del que lo hace diputado (o senador, o presidente municipal o el cargo que gusten)”. El fin de esto no luce fácil ni cercano pero, citando al enorme Octavio Paz en “El laberinto de la Soledad” (ahora que está taaaan de moda leerlo):

 “…Si nos arrancamos esas máscaras, si nos abrimos, si, en fin, nos afrontamos, empezaremos a vivir y pensar de verdad. Nos aguardan una desnudez y un desamparo. Allí, en la soledad abierta, nos espera también la transcendencia…”

Quiero agradecer a la gente de Changoonga (sobre todo a Ann y Elly) el espacio que el día de hoy inauguro (imagínenme con listón, tijeras y un par de edecanes jajaja), esperando que mis balbuceos sean del agrado de todos ustedes (uno se debe a sus lectores, cómo no) y poniéndome a sus órdenes para cualquier alabanza y/o jitomatazo a través de mi cuenta de Twitter @indiehalda.

¡Súbale, hay lugares!

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