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¿De qué nos estamos riendo?// By @indiehalda

Por Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Para un país que vive – en partes sí y en otras no tanto- una crisis social tan arraigada como la nuestra, el humor resulta una bocanada de aire fresco ante el desértico panorama actual. Y tratándose de una sociedad tan necesitada de reír como la nuestra, el humor se vuelve francamente indispensable: como alivio, como escape, como luz tibia en estos días de invierno.

Hasta ahí todo bien. ¿Pero qué pasa cuando la risa deja de ser bálsamo para convertirse en alimento? Pues pasa que todo se vuelve objeto de burla, y cuando las cosas se descontrolan el discurso se vuelve entonces una competencia de cómicos, se muere el análisis en aras de la risa.

Ejemplos actuales sobran. ¿Controversia política? risas ¿Escándalo en el medio artístico? Más risas ¿El resultado deportivo del día? Adivinaron: risas. Tener el título del país que mayor cantidad de memes genera en el mundo nos dice mucho de la forma en que llevamos la discusión: creatividad en forma de imágenes y frases jocosas, la carcajada explosiva que al final, como petardo de pueblo, no deja ni humo.

Uno de estos días dele una buena observada a sus redes sociales. Una caricatura ridiculizando a las figuras en el poder aquí, un photoshopazo haciendo mofa por enésima vez del peso de Luis Miguel allá, la foto del famoso “Bad Luck Brian” con el escudo del Cruz Azul, del América, del Barcelona o del equipo que en la jornada haya perdido acuyá… abuso brutal de la imagen, queriendo endilgar a fuerza de broma una postura que, en el fondo, resulta simplista.

Me preocupa que incluso los programas informativos empiecen a dedicar tiempo a esta insulsa actividad -ver a un Pedro Ferriz que se mofa de promover una “revolución del intelecto” dar espacio en su programa a mostrar los memes del momento es un sinsentido descomunal- y es preocupante ver cómo muchos líderes de opinión comienzan a abusar del “chistecín” para impulsar una ideología.

El resultado debería alarmarnos: me he encontrado en más de una conversación con personas cuya opinión se basa fundamentalmente en el chiste del tema contado por su gurú informativo, lo cual elimina de tajo cualquier posibilidad de debate. Y lo peor es que se trata del afortunado porcentaje que ha logrado ir más allá de la educación media superior. A qué le tira uno cuando la charla se tiene con personas que se nutren del “werevertumorrismo” como fuente de información.

La risa, cuando se convierte en nuestra única forma de diálogo, nos vuelve unos perezosos mentales. Usted querido lector podrá argumentar que hacer reír requiere de inteligencia y no pienso rebatírselo, pero tampoco podrá negar que cuando una reunión es solo risas genera los peores silencios incómodos cuando estas se acaban.

Es un buen momento para sentarnos y preguntarnos si debemos reírnos de todo sólo porque podemos, y comenzar a construir un punto de vista sesudo que no sólo se exprese a través de la imagen sardónica, el chiste procaz o el meme ad nauseam. A mí me empieza a dar pena que la opinión del resto del mundo sobre nuestra ciudadanía haya pasado de indios sombrerudos a rijosos con déficit de atención, que sólo saben reírse de sus propias desgracias.

Eso sí, no toquemos las desgracias porque esas son sagradas. Cómo nos vamos a reír de la tragedia del hospital infantil de Cuajimalpa, de Ayotzinapa o de Tlatlaya. Recién leía a un famoso periodista de espectáculos soltar cuanto insulto rimbombante se le ocurrió contra la cuenta de la joyería que experimentó un desliz sobre la reciente explosión en el DF. Una docena de tweets antes el tipo se burlaba de los “fresas” que hacen la señal metalera. Total, que somos un doble discurso con patas.

Búrlese todo lo que quiera, pero sea serio en la procuración de una mejor sociedad. Si un payaso ya se anda postulando para presidente municipal, me parece que nos acercamos peligrosamente a eso que tanto temo: ser oficialmente un país de risa.

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