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Relatos de noches sin luna: Eleonor

Escribe: Héctor Medina

Nada parecía vivir en aquel oscuro paisaje al pie de las montañas cercanas a un antiguo pueblo, mismo al que ya invadían algunos fantasmas nocturnos y que con los altos cipreses combinados con la tenue luz de la luna daban un aspecto tétrico.

La quietud dominaba cada que las estrellas empezaban a invadir el profundo manto nocturno. Los habitantes cercanos se encerraban en sus casas dispuestos a no abandonarlas hasta que despuntara el alba; la luz del sol les daba la confianza para salir a realizar tempranamente sus actividades.

Todo parecía indicar que sería una velada como cualquier otra. A lo lejos una vieja cabaña aparentaba disfrutar su soledad, mostrando en sus adentros la tenue luz de un quinque acompañado por el ligero humo de una chimenea que se extinguiría al sonar la primera campanada de la ancestral iglesia que indicaba el comienzo de la noche.

Fueron tan largos y fúnebres los sonidos desprendidos por aquella campana que al oír su tañer los búhos que acechaban desde sus guaridas salieron huyendo presintiendo el duro paso de la muerte y desolación. La calma volvió a estar presente por algunos minutos hasta que un nuevo ruido provino de la cabaña. El eco de unos lamentos podían escucharse sin dificultad alguna invadiendo hasta el más profundo rincón de aquel escenario.

Pertenecían a Eleonor quien llevaba 23 años viviendo alegremente apartada de la sociedad, su padre era toda la gente que necesitaba a su lado para ser feliz, pero hacía ya dos noches que lo había enterrado junto al lago, pues en vida había amado la pesca y la quietud de aquella tranquila agua rodeada por carrizos y tierra.

Eleonor aun no podía superar su gran perdida, no comía ni dormía desde la fatídica mañana en que encontró sin vida a su progenitor sobre la vieja barca; la muerte, el sufrimiento y la figura de su ser amado habitaban en su pensamiento.

Al correr de las horas la chica fue invadida por el cansancio y su cuerpo yació tendido en el suelo de su recamara. De pronto despertó exaltada pues creyó escuchar una voz masculina que le pedía que se pusiera su calzado y se dirigiera de inmediato al lago. Confundida cerró nuevamente los ojos, pero aquella voz se volvió aún más clara y no teniendo otra opción se dirigió apresurada a donde le indicaron.

La luna llena se encontraba reflejada en la cristalina agua del lago, altiva e imponente.

-Eleonor- dijo macabramente la voz.

– Ya que estas aquí quita tu calzado y amarra tu cabello, después camina hasta que te sumerjas en el lago-

Aun hipnotizada por la voz, la joven trozo el sucio vestido y con el pedazo obtenido ligo su cabello. Una vez atado comenzó a caminar hasta que el agua cubrió completamente su silueta.

Al abrir los ojos se encontraba en un lugar con un cielo rosa y tres lunas moradas, no había sol pues aquella tierra desconocida se encontraba perfectamente iluminada, al parecer no existía el día ni la noche, solo aquellas tres lunas que dominaban las alturas.

Era un lugar mágico con flores de diversos colores que al sentir la presencia de un nuevo cuerpo invadiendo su territorio escapaban ocultándose en los más profundo de la tierra como temiendo ser cortadas. Tan maravilloso le parecía aquel sitio que Eleonor comenzó a caminar sin darse cuenta de que tan alejada se encontraba ya del sitio de partida.

La segunda cosa que le ordenó aquella voz fue subir a un cerro numérico donde desde las alturas un desgastado reloj resonaba con los fuertes y claros sonidos que desprendía su péndulo.  Sujetándose de los ochos y nueves logro por fin llegar a la cima. Desde ahí se podía observar aquella tierra como si fuera un tablero de madera gigante de un juego de ajedrez.

-Es el primer planeta no redondo que conozco- pensó para sí Eleonor.

Pues sobre aquel relieve podía apreciarse claramente donde comenzaba el universo y los mundos que formaban parte de él. Después de contemplar algunas horas el paisaje, bajo apoyada de los cincos y treces. Al terminar su descenso se encontró a una poca distancia con una enorme casona donde perros policías llevaban sus patrullas a eliminar el polen que flotaba por los aires. Misteriosamente esta se encontraba ubicada en tierras tan lodosas que era imposible caminar, solo las llantas especiales de las patrullas parecían rodar sin ningún problema. Eleonor logro subir en la parte posterior de uno de los inmensos vehículos justo antes de que uno de ellos comenzara a ser lavado.

Apenas habían entrado en un oscuro cuarto cuando fueron cubiertos por un chorro de espuma verde que inmediatamente fue retirado por dos grandes rodillos cubiertos de osos de peluche semejantes a los que su padre le regalaba cada cumpleaños. Eleonor miraba asombrada como los muñecos le hacían caras tristes mientras se despedían de ella conforme los rodillos se iban alejando.

-¡No!- Grito Eleonor, solo para ser descubierta por los canes quienes enfurecidos la bajaron abruptamente.

-¿Quién te crees que eres señorita?, abordar sin permiso un vehículo de la justicia merece al menos tres duchas heladas de multa y un cono inmovilizador, pero como hoy es el tradicional festival perruno, haremos de cuenta que no hemos visto, oído u olfateado nada, así que márchate de una  buena vez antes de que decidamos morderte las piernas hasta arrancártelas-

Eleonor salió corriendo apresuradamente mientras un terrorífico frio invadía sus manos. Huyo tan de prisa que de pronto se encontró en el bosque de los lamentos. Un lugar lleno de árboles secos, cadáveres y ruidos infernales que se escuchaban a la lejanía. Nuevamente la voz surgió, indicándole que no avanzara más, pero ella con aun mucho pánico siguió corriendo hasta tropezar con una rama de la que salieron miles de escarabajos que comenzaron a cubrirla de pies a cabeza. Eleonor gritaba desesperada pidiendo ayuda, pero los bichos iban cubriéndola velozmente, introduciéndose incluso algunos por su cavidad bocal.

-Aquí termina mi vida- pensó, mientras los segundos se hacían eternos.

De pronto de aquel extraño cielo bajaron petirrojos que fueron comiéndose a los insectos hasta liberar a la entonces prisionera. Una vez satisfechos aquellos pájaros tomaron a Eleonor por los brazos y la llevaron por el alto cielo a un magnífico palacio de marfil, el cual era el hogar de una de las tres lunas, quien materializándose en forma humana salió a su encuentro.

La reina luna recibió amablemente a la joven y le brindo de comer y de beber, así como de ropa limpia y nueva. Una vez satisfecha la joven fue informada de las intenciones de aquella voz que la había guiado en todo su trayecto.

-La voz que escuchas es tu conciencia y no te dejará de molestar hasta que cumplas lo que ella desea, sin embargo, existe otra solución, la cual es permanecer en este palacio por siempre, conmigo, yo cuidare de ti y nunca más volverás a escucharla – dijo su realeza.

La alegría invadió a Eleonor quien amante de la luna terrestre acepto quedarse gustosa junto al celestial astro.

-Solo deberás hacer una cosa por mí- dijo la anfitriona.

-Salta desde aquella torre y demuestra que confías en mí, yo te atrapare-

Eleonor no titubeo y subió tan alto para después lanzarse confiando plenamente en la luna. Pero esta última no la salvo, dejó que Eleonor siguiera cayendo hasta que su cuerpo se despedazo dolorosamente en el suelo dejando un rio de sangre que mancho las perlas paredes de aquel palacio.

Una carcajada cruel resonó por todos los lugares de aquel mundo, era la voz que nació de su cabeza desde el principio, quien disfrazada de aquel morado satélite había engañado a las aves y a la misma Eleonor para ganarse su confianza.

A la mañana siguiente el cuerpo sin vida de Eleonor se encontraba flotando en el ahora podrido lago.

Nadie supo lo que orilló a la joven a cometer aquel acto de locura, pues un asesinato quedo descartado de inmediato ya que ningún habitante cercano era capaz de acercarse a la mencionada cabaña y en lugar de darle un digno sepulcro como marcaban las creencias religiosas de aquel lugar dejaron que el lago se hiciera cargo de los restos de Eleonor. Nadie mas volvió a mencionar el tema hasta este día en que un olor pestilente volvió a cubrir las aguas quietas del asesino lago.

*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.

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