La carcajada de Tersites… Se nos acabó el veinte
Por Ángel Fernando Acosta A.
Hoy 27 de noviembre de 2018 se nos acabó el veinte, nos cayó el chahuistle, nos cargó “patas de cabra”, nos golpeó la realidad con toda su saña y nos mandó derechito a la orfandad. El día de hoy se cumple la amenaza que nos hicieron hace un par de años: nuestro Café Conservatorio cierra sus puertas y así termina un ciclo de 22 años, tiempo en el que, más tarde o temprano, los clientes incondicionales, los parroquianos, nos volvimos parte de una comunidad, una comunidad cuya importancia y significado sólo comprendemos los iniciados. La vida es injusta y hoy nos lo recuerda con sorna, hoy comienza la diáspora, el desarraigo del terruño amado, hoy nos condenan al exilio, al ostracismo; hoy nos quitan nuestro segundo hogar, nuestra oficina, y con esta tragedia nos arrebatan de un zarpazo un pedazo del alma, del corazón.
Escribo esta remembranza abrumado por una serie de emociones que resultan contradictorias entre sí: tristeza, alegría, enojo, melancolía, nostalgia…, mas no importa en qué estado anímico me encuentre, hoy debo escribir estas líneas a manera de pago y homenaje al lugar y a la gente a quienes debo tanto. Soy quien soy ahora, en gran medida, gracias a los cientos de cafés que consumí ahí, a los buenos amigos con quienes charlé, durante incontables horas, de todos los temas que iban de lo atroz a lo banal, charlas siempre amenas y divertidas, donde sin saberlo fuimos aprendiendo lo que es la vida. Para mí el Café Conservatorio es lo mismo que el “Cafetín de Buenos Aires” del poeta Discépolo, un sitio al que llegué inexperto y del que parto con cientos de vivencias e historias que me han forjado y que atesoro en el pecho y la memoria. En este lugar leí decenas de libros mientras saboreaba un buen café americano; aquí surgieron la mayoría de las ideas sobre las que he escrito, en sus mesas retomé, con disciplina y ahínco, el dibujo; primero haciendo caricaturas, bastante burdas, de los personajes que por ahí pululaban y después experimentando con otros medios y técnicas…
Conocí el Café Conservatorio cuando tenía 18 años, acompañado de mi primera novia de la Facultad; el lugar me pareció muy agradable y tranquilo, nos sentamos afuera y tomamos un café cappuccino cada uno (pues aún no le agarraba el gusto al café americano) mientras platicábamos de nosotros y de la carrera que estudiábamos, de esto hace ya 16 años. Entre mis amigos hay varios que estuvieron desde el primer día que abrió sus puertas y estarán hoy hasta el final, prácticamente hasta que los corran. Envidio a quienes serán los testigos del término de una época, o como dice Carito, de una era. Mi trabajo me impedirá estar ahí cuando caiga el telón, pero de cierta forma sí lo haré porque ahí se queda una gran parte de mi corazón.
Podría escribir cientos de páginas sobre las anécdotas e historias que ahí se contaron o se vivieron, pero hoy no es el momento. Hoy me conformo con decir que ahí conocí y conviví con algunas de las personas más interesantes de mi vida; ahí he departido y reído, hasta el dolor de diafragma, con personas divertidísimas; ahí aprendí de música, literatura, filosofía, cocina, etc.; ahí recibí excelentes noticias y también malas nuevas; ahí entablé grandes amistades y di por terminadas relaciones mezquinas y mercenarias; ahí tuve primeras citas, reencuentros y rompimientos amorosos, ahí me puse borracheras memorables y me curé terribles resacas; ahí conocí personajes luminosos, sórdidos, absurdos, tétricos, etc., como La Comagre Yolanga, Lulú y sus hilitos, Tersites el de la ETI 60, La Señora Pelícano, El Vaquero Desdentado, Fuerza Mugrosa; El Poquito Ciego, El Tirirí, La Pulguita, Carmelita y su hijo lelo…
Sólo me resta agradecer a toda la banda cafetera –que ya saben quiénes son- por todas las mañanas, las tardes y las noches llenas de risa y reflexión, de sabiduría y simpleza, de cariño y apoyo… También quiero dar las gracias a todos los que trabajaron y trabajan, hasta el día de hoy, en ese emblemático lugar pues al final nos hicimos amigos, nos volvimos familia. No escribo nombres para no incurrir en alguna omisión. Simple y sencillamente, gracias.
CAFÉ,