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GUAUUUU

Por La Eriz

Manchas fue la primera en llegar, a los cuatro meses, sin dientes y con la cadera chueca. Su caminar encantó a toda la gente de la cuadra. Cariñosa, juguetona, tierna. Siempre la hemos descrito así. “Es una dama” dice mi mamá, “perra de la calle” le dice mi papá para molestarla. Nunca supimos de dónde venía, pero la adoptamos cuando en una de sus caminatas con los vecinos se le encajó un vidrio en la pata provocando una gran herida. Decidimos mandarla a esterilizar, la bañamos, le dimos comida y hasta su cama. Cuatro meses después vivía en el estudio de la casa y había destruido su primer sillón. Encabezó la Marcha de las Putas con una lona que decía “Soy una Perra Puta Callejera Y MEREZCO RESPETO”. Se salvó dos veces de la perrera. La segunda vez tuve que hablar con el director porque cierta vecina influyente levantó la queja sobre “dos perros muy bravos”. En realidad ella (Manchas) y Negro son los guardianes inseparables de la cuadra.

Negro pasaba por fuera de las casas delgado, con ojos tristes y patas fuertes. Aún con la desnutrición su pelo siempre fue brillante, hermoso. A pesar de ser tan imponente, notamos que nunca ladraba y tampoco se dejaba tocar. Era evidente el maltrato que había sufrido. Manchas lo llevó a casa con esa complicidad extraña que solamente tienen los perros. Poco a poco nos ganamos su confianza. Incluso llegó lastimado a las piernas de mi mamá cuando, en un ataque ventajoso, le aventaron a dos perros de pelea solo por diversión, una noche que andaba perdido. Estuvo cuidando a Manchas esa semana que pensamos la habían envenenado. Ambos odian las motocicletas y a los gatos.

Adopta un perro

Jack llegó con nosotros en Abril. Sus orejas llegaban hasta el piso, sus ojos redondos y negros me recordaban a los perros de las caricaturas. Cómo no quererlo. Dudé mucho en tenerlo con nosotros, “yo prefiero un perro adoptado, son más cariñosos, más agradecidos…”. Es el único que no es mestizo pero es igual de adorable. Está enajenado por su casa, su patio y su amiga lagartija. Nos cuida muchísimo, como si hubiera entendido desde siempre esta labor como suya. Pesa 50 kilos, parado mide casi lo mismo que yo (1.60 m). Cuando está feliz, abre su enorme boca y saca la lengua de lado. Come de todo, por alguna extraña razón su plato favorito son las bolsas de plástico y el café con leche. Ama salir a pasear en el auto, tiene miedo a los caballos y es feliz jugando con el primer trapo que encuentre. Su condición física es igual a la de sus dueños: se niega a caminar más de 30 minutos.

Definitivamente estar con ellos hace que yo quiera ser mejor persona. Tiene sentido la vida cuando Manchas me ofrece su panza para acariciarla, cada vez que Negro se acerca cuando lo llamo y todas esas noches en que juego con Jack. No importa nada cuando sonríen porque me cae que los perros sonríen.

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