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Pinotepa // By @indiehalda

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Oscar-Hernandez-Desde-la-Capital
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Por Oscar Hernández

En un nuevo capítulo de esta serie de gore surrealista llamada México, el pasado viernes 29 de enero fueron asesinados 3 miembros de una familia en el centro de Pinotepa Nacional, pequeño poblado enclavado en la costa oaxaqueña. La noticia se colocó de inmediato en la mira dadas las características del delito: entre las víctimas se encontraba el hijo de los otros asesinados, de nueve meses de edad.

Tan pronto cobró relevancia el suceso, la opinión pública empezó a comparar los decesos de Marcos Miguel Pano Colón –el nombre del niño oaxaqueño- y Aylan Kurdi, el niño sirio cuyo cuerpo fue arrastrado por el mar a las costas de Turquía tras el naufragio de la embarcación que lo alejaba de la guerra civil en septiembre pasado.

Algo es cierto: ambos decesos representan el rostro más negro de la condición humana, el sinsentido de la violencia. Resulta inverosímil que la civilización que ha abatido tantas enfermedades y nos ha llevado a otros cuerpos celestes siga asesinándose por los mismos motivos que hace 10,000 años: tierra, poder, dinero, religión… nada.

Lo que resulta también inverosímil es la reacción de algunos grupos de internautas, exigiendo sentir la misma o una mayor indignación por el caso del niño mexicano, siguiendo con la ridícula idea derivada del hecho que las redes sociales “ensalzan” el repudio a desgracias ocurridas en países “de gente blanca”.

A esto hemos llegado: no podemos sentirnos indignados por una cosa más que por otra, so pena de recibir el escarnio público. Y, claro está, hay que indignarse más de lo nacional porque Viva México, haz barrio, lo hecho en México está bien hecho, o por el patrioterismo ridículo que a usted querido lector se le ocurra.

A finales del 2013 edge.org, considerado por muchos una de las publicaciones de mayor calidad intelectual en el mundo, preguntó a diversos expertos qué es lo que más les preocupaba del mundo contemporáneo. Tim O’Reilly, uno de los más importantes impulsores del software abierto, dio la respuesta que más se grabó en mi memoria:

“Las civilizaciones fallan. Nunca hemos visto una que no lo haya hecho. La diferencia yace en que esa antorcha de progreso siempre se había pasado de una región del mundo a otra. Pero por primera vez tenemos una única civilización global. Si falla, todos fallamos”

Todos estamos fallando. A pesar de que muchos expertos opinan que estamos viviendo una época de paz sin paralelo en la historia, es cierto que deberíamos estar haciendo las cosas mejor, MUCHO mejor. Y lejos de poner en la mesa las posibles mejoras, el debate gira en torno a qué debe indignarnos más.

Y mientras tanto, el conflicto en Siria continúa, y la violencia en México sigue, y en África un niño muere de una enfermedad tan prevenible y curable como la malaria cada minuto. Sí, cada minuto un Marcos Miguel, cada minuto un Aylan. Ellos mueren de enfermedad, no lo hacen cruzando el mar evitando una guerra sin sentido o siendo carne de cañón de la narcoviolencia, y con eso parecen desaparecer, parecen salir del mapa.

Buscando información sobre el caso, descubro que Pinotepa es un conjunto de vocablos que significa “hacia el cerro desmoronado”. Una triste analogía de hacia dónde nos dirigimos de seguir peleándonos por nimiedades.

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