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En Morelia Hace 28 Años Tumbaron Estatua Por ‘Racista’ ..Y La Volvieron A Poner Donde Mismo

"Los indígenas esperaron pacientes mirando fijamente a sus interlocutores, al final de la perorata acerca del contrapoder un campesino un poco confundido ante tanta teoría sostuvo: 'esta madre hay que tirarla, ¿no les parece?'"

STAFF/@michangoonga

Morelia se adelantó a los tiempos:  Ahora que se está poniendo de moda -nuevamente- el derribo de estatuas en diversas partes del mundo (EU, Inglaterra, España, Australia)  al considerarlas “racistas” o representativas de la explotación humana y la división de clases, en la capital michoacana hace 28 años una estatua fue ‘tumbada’ por similares motivos. 

Tras la controversia desatada esta semana por la aparición de una petición en la plataforma Change.org para que sea retirado el monumento en honor a Fray Francisco Antonio de San Miguel Iglesia Cajiga  al ser según sus promotores un “emblema de racismo y colonialidad …por representar una ofensa a la multiculturalidad actual”, es momento de recordar que en Morelia no es la primera vez que una estatua es acusada de representar la opresión y la explotación de los pueblos originarios.

Fue el 12 de octubre de 1992, en el marco de la conmemoración de los 500 años del Descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón, cuando comuneros de la Nación Purépecha, junto con activistas del Frente Cívico Michoacano decidieron “celebrar” dicho  acontecimiento con un acto polémico:  Derrumbar y arrastrar por varios metros del Centro de la ciudad la estatua del Virrey Antonio de Mendoza, el primer Virrey de la Nueva España, y quien entre otras cosas, ordenó la fundación de la Nueva Valladolid -hoy Morelia- y forzó el retorno de Hernán Cortés a España ante el descontrol con el que ya se manejaba el conquistador.

Ante lo cual, retomamos una crónica compartida en el blog pachucosypachecos.wordpress.com escrita por Pablomc1305 de lo sucedido ese día en particular, y cuyo principal testimonio de aquel hecho es una foto publicada por el diario La Jornada al día siguiente del incidente:

“El sol se escondió aquella mañana nebulosa de octubre. Entre sesenta y setenta activistas del Frente Cívico Michoacano estaban reunidos en una céntrica plaza moreliana donde meses antes el presidente municipal Samuel Maldonado Bautista había mandado erigir una estatua de Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España y fundador de la ciudad de Valladolid, hoy Morelia.

Días antes del evento el Comité Cívico Michoacano había convocado a la sociedad, a través de un cintillo publicado en La voz de Michoacán, a la quema simbólica de la estatua, ante la inviabilidad de incinerar “tan a las peladas” una efigie de bronce puro. 

Mientras en las embajadas latinoamericanas se procuraban fiestas conmemorativas y el presidente Carlos Salinas de Gortari felicitaba a los gobernantes de la madre patria por el aniversario de su “Fiesta de la Raza Española”, estos activistas conmemoraban a su manera lo que para ellos era una fecha ignominiosa.

A las nueve de la mañana, todo listo, papel mache, encendedores, gasolina y speech incluido, curiosos arremolinados en los bordes de la plaza, expectantes para no perder detalle, pero a una distancia segura para no ser confundidos con activistas y recibir sus chingadazos de ley.

A lo lejos se aproximan cerca de 50 comuneros purépechas. Cuando llegaron a la plaza preguntaron rápidamente cuál era el acto que se pretendía llevar a cabo. Voceros improvisados del Frente Cívico Michoacano les explicaron de la quema simbólica y otras pretensiones intelectuales. Los indígenas esperaron pacientes mirando fijamente a sus interlocutores, al final de la perorata acerca del contrapoder un campesino un poco confundido ante tanta teoría sostuvo: “esta madre hay que tirarla, ¿no les parece?”.

Sin esperar a la respuesta, se pusieron en acción. Nadie lo vio venir. Uno de los comuneros sacó un mecate de un viejo saco de tela y en fracciones de segundo aprisionó el cuello del virrey con una facilidad pasmosa. Los campesinos se alinearon junto a la soga. Con un poco de sorna uno de los rurales purépechas volteó hacia los incrédulos activistas y con una sonrisa burlona dijo: ¿Qué compa, no le van a jalar?.

Ante los gritos de ¡asesinos, asesinos! que la sociedad conservadora michoacana despotricaba en contra de los manifestantes la estatua fue cayendo hasta impactar con el suelo profiriendo un agudo chirrido metálico. El espejo enterrado de Carlos Fuentes había estallado en mil pedazos juntó con el virrey de Mendoza, arrastrado, mutilado y después repartido para que las personas se llevaran sus miembros como trofeo o para venderlo al kilo, lo que mejor convenga compa. Los purépechas regresaron a los cerros de los que habían bajado.

Al día siguiente, en primera plana de La Jornada se apreciaba la estatua del virrey en plena caída libre hacia el asfalto. Esa no fue la única escultura que cayó aquel 12 de octubre. En Chiapas un grupo de indígenas habían derribado la esfigie del encomendador español Diego de Mazariegos, fundador de San Cristóbal de las Casas. Los dos eventos no tuvieron interlocución alguna ni fueron conscientes de la existencia del otro. Simplemente fueron dos etnias indígenas que descargaron la ira acumulada por quinientos años de marginación.

Samuel Maldonado Bautista presentó una denuncia de hechos ante el ministerio público y éste giró una orden de aprehensión contra los dos miembros del Frente Cívico Michoacano que firmaron como responsables el cintillo en el que se invitaba a la sociedad al evento: Antonio García Ahumada y Juan Carlos Martínez Prado. A las pocas horas Morelia se encontró invadida de nuevo por pequeños grupos purépechas que volvían a bajar de sus montañas. Encontraron a los dos activistas acusados y les pidieron que los acompañaran hasta la presidencia municipal.

El PRD había ganado la alcaldía de Morelia por primera y única vez en su historia en 1989. Después del fraude en las elecciones federales contra el candidato perredista Cuahutémoc Cárdenas perpetrado el año anterior, en Michoacán, estado fuerte del cardenismo se instituyó una especie de pacto entre los miles de comuneros asentados en la capital y sus alrededores para impulsar al Partido de la Revolución Democrática hacia la presidencia municipal.

Entre 60 o 70 comuneros entraron al palacio de la presidencia municipal sin cita ni aviso de su llegada. Los controles de seguridad fueron estériles para frenarlos, llegaron hasta el despacho de Samuel Maldonado, tocaron y entraron sin esperar respuesta. En la oficina del edil se amontonaron los comuneros, los dos activistas acusados y el presidente municipal. La advertencia fue clara, uno de los campesinos le espetó en la cara al presidente municipal: “Si usted llega a tocar a uno de estos gueritos nosotros no volvemos a votar por usted o por su partido, cabrón”.

De inmediato Samuel Maldonado inició el proceso y el Ayuntamiento desistió de la demanda penal. Días después el escultor de la estatua del virrey de Mendoza, J. Santos Sánchez llamó a las casas de Antonio García Ahumada y Juan Carlos Martínez cerca de las dos de la madrugada para recriminarles el acto del 12 de octubre. Santos Sanchéz sostenía que el haber derribado la estatua era como si le hubieran matado a un hijo. Molesto por la hora y el reclamo uno de los activistas le contestó “pues que hijo de la chingada eres” colgándole el teléfono segundos después.

Enrique Krauze, el célebre historiador mexicano calificó de bárbaros y salvajes a los integrantes del Frente Cívico Michoacano por haber derribado la estatua de un virrey con tantas virtudes como lo fue Mendoza. Es curioso que Krauze señalara a los mestizos como responsable de la caída de la estatua, debe de ser más fácil echarle la culpa a ellos que los indios”.

La historia de esta rebeldía purépecha en Morelia concluye con un final no muy feliz para aquellos rebeldes que derribaron una estatua que consideraban, representaba una serie de atropellos y abusos a su historia, a su pasado, a sus ascendientes: 

“Días después el presidente municipal Samuel Maldonado, en su increíble miopía no entendió el mensaje que le estaban mandando los comuneros indígenas, y como lo hemos hecho durante trescientos años los mestizos en México, se tomó una decisión que no le correspondía e iba mas allá de su comprensión histórica: en el mismo lugar donde cayó días antes la estatua del Virrey de Mendoza se levantó una nueva, idéntica, mejor amarrada, enterrando por completo, como se ha hecho siempre, el debate histórico en nuestro país”, finaliza el cronista.

Actualmente la estatua del Virrey de Mendoza, ubicada en el cruce de la avenida Morelos Norte y calle Del Trabajo frente a la Casa de la Cultura, cuenta con dos placas de bronce: una con la cédula de la fundación de la Nueva Valladolid, hoy Morelia, y otra donde se recuerda este pasaje del 12 de octubre de 1992 cuando fue destruida.

Mientras tanto la petición en Change.org para retirar la estatua de Fray Francisco Antonio de San Miguel Iglesia Cajiga que se ubica frente al Acueducto de la ciudad ha acumulado 798 firmas electrónicas de mil que ha solicitado, en un lapso de tres días.

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