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“El valor del miedo” // By @indiehalda

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Por Oscar Hernández

Al día de hoy no hay persona en nuestro vecino del norte o de este lado del Río Bravo que no tenga una opinión -por lo general muy negativa- sobre la vida, aciertos y locuras del flemático Donald Trump, líder indiscutible en la carrera republicana por la presidencia de los Estados Unidos.

Lo que es cierto es que, estemos de acuerdo o no, no recuerdo unas elecciones primarias con tal atención nacional e internacional, y dejan algo claro: la famosa “Land of the free, home of the brave” sigue siendo la chica más popular de este gran salón de prepa llamado planeta tierra.

Pero ¿Qué le vende Trump al electorado anglosajón que lo tiene ganando primarias aquí y allá y acullá, incluyendo estados con una fortísima presencia de voto latino? La respuesta es clara: miedo.

El miedo ha sido la moneda de cambio norteamericana desde el fin de la Segunda Guerra Mundial: Alemania, Corea, Vietnam, el régimen comunista soviético, Irán, Irak, el Talibán, ISIS, de nuevo Corea… parece que Estados Unidos necesitara un némesis para mantener su hegemonía, y ahora Trump le ha puesto rostro al antagonista, y le puso uno que ha vivido en casa durante décadas, como parte fundamental del crecimiento de una nación que tanto le debe a los extranjeros.

La racha de victorias de Trump ha hecho levantar más de una ceja entre analistas locales y extranjeros, y cada semana, con cada día de primarias, con cada estado que se decanta por el neoyorkino al borde de los setenta años para dirigir por el siguiente cuatrienio a un país que sufrió hace menos de una década la segunda peor crisis económica de su historia, el miedo crece, y se convierte en una divisa con mejor valor que el dólar.

Uno se pregunta ¿miedo a qué? Para ser la incuestionable potencia número 1 del mundo, Estados Unidos tiene un enemigo en casa: miedo a perder las apariencias. No sólo deben ser el “mero mero” de este planeta, deben sentirse y proyectar ese título. Cualquier amenaza al mismo debe ser atacada y, en su defecto, aniquilada.

Pues esa amenaza somos nosotros, querido lector: el mexicano (y en general el latino) aún romántico y animoso por el “American Dream” que está dispuesto a trabajar de sol a sol porque en el norte eso vale más que en su tierra. Ese es el monstruo que vive debajo de la cama de los apacibles votantes norteamericanos, al menos de aquellos que apoyan al magnate inmobiliario.

¿Qué sigue? A mediados de mes se acerca un nuevo “Supermartes” que incluye a otra joya de la corona por la candidatura: Florida. Si el cubano-americano Marco Rubio no gana su estado natal, la lucha al interior del partido se reducirá a 2 personas: Trump y Ted Cruz, otra fichita con ideas igual o peor de retrógradas. Y hablamos de un hijo de inmigrantes. La ironía se huele a kilómetros.

¿Trump puede ganar? La opinión está dividida entre los que dicen que dirigirá a la mayor potencia mundial a partir de febrero próximo y los que opinan que el partido republicano debe ponerle un “hasta aquí” si es que quiere tener aspiraciones serias a arrebatarle la presidencia a los demócratas.

Nada está escrito. Si algo nos ha enseñado el vecino norteño es que son amantes de los giros inesperados -Hollywood se alimenta de ellos- y que el miedo, después de tantos años, vende más que cualquier otra cosa. Y Trump es un experto mercader.

Yo no quiero eso al frente del vecino. Y miren que con lo mucho que quiero a Obama, puedo decir que pudo haberlo hecho mucho mejor. Sólo recordemos las palabras de nuestro rollizo director del Banco de México: cuando a Estados Unidos le da una gripita, a nosotros nos da pulmonía.

A mi más que pulmonía me da miedo.


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