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Treinta y pico/ By @indiehalda

Por Oscar Hernandez

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Ayer una amiga me decía, ante mi nulo entusiasmo por enfiestarme hasta perder la razón por mi cumpleaños, que era debido a la edad que mis ímpetus bacanales habían menguado. Que me estaba amargando, vaya.

Hoy como nunca sentí el rigor del cuarto piso en mi vida, y no pude explicarme ni a mi mismo mi súbita apatía. Se dice en todos lados que los treintas son esa maravillosa década donde conjugamos mejor que nunca en nuestra vida la experiencia con el empuje, listos para construir lo que deseamos disfrutar una vez seamos, oficial e inexorablemente, adultos.

Con algo de aprehensión me pregunto a cada momento ¿Seguiré siendo el mismo tipo dentro de 10 años, independientemente del dónde y cómo? ¿Seguiré leyendo manga, jugando videojuegos, emocionándome con la música, riéndome de casi todo? ¿Mantendré en los ominosos cuarentas mi tan amada capacidad de asombro?

Descubrí que lo mío no es apatía, sino miedo. Del tic tac del reloj, de esa vocecilla molesta que cada semana te recuerda que “Ya estás muy grande para esos trotes”, que “Ya no te cueces al primer hervor”, que “A la vejez, viruela”. Que la panza te recuerda ya no usar la playera de ese conciertazo del 2004 porque, amigo, ya hace 10 años de eso, ya supéralo.

Qué tontería, ¿no? sentir nostalgia a los treinta y pico. Qué oso sentirse viejo por ya no fiestear entre semana sin sufrir espantosas consecuencias, por preferir ver tele en casa el viernes que los vinos en el bar, por sentirse a un tris de la senectud sólo porque de repente y sin sentir, ciertas cosas que amabas ya no te gustan como antes.

Ahora te das más y mejor tiempo de disfrutar las cosas, el fondo venció a la forma, le agarraste el gusto a la charla, por fin bailas en las bodas porque son tus amigos los que se están casando, ya no te emocionas por ilusiones sino por cosas realidades y, en mi caso, por fin tienes los recursos para esos juguetitos que tanto querías de chavo.

Hoy miro hacia atrás y me alegro mucho de la vida que he vivido hasta el día de hoy, y me emociona mucho más la vida que queda por delante. No tengo ni la más mínima idea de lo que está en la siguiente esquina, pero oh qué ganas tengo de verlo y vivirlo.

Si me volviera a comentar mi amiga sobre mis apagados ímpetus, bien podría decirle que hoy mi insatisfacción es más grande que mi fuerza vital. Y que nunca me sentí mejor por ello.

Felicidades a todos los que allá afuera cumplen un ciclo de traslación más en esta nave azul hoy, este mes o cualquier mes de este año. Celebren la sangre que corre por sus venas, no el alcohol que las recorre. Celebren el amor, no las conquistas.

Celebren la vida, que la vida siempre nos celebra a nosotros.

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