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Soy católico ¿¿y qué??

Por Paul Alcántar

Soy católico con inspiración cristiana, por tradición y por convicción. No voy a misa porque los sacerdotes parroquiales sólo hacen monólogos y dictan lo que el obispo en turno quiere interpretar del evangelio. No soy dogmático ni místico, pero sí tengo Fe y recurro a muchas formas de acercarme a Dios y a Jesús de una manera no ortodoxa.

Respeto a quienes no creen en mi religión y critico a sus jerarcas cuando públicamente opinan nada más porque Diosito Santo les dio una boca para hablar. Yo digo a veces, libre de pensamiento, que cuando vociferan es el Satán el que se les mete porque no entiendo una justificación para que ellos insulten a la mujer que usa anticonceptivos, cuando quieren meterse en la grilla política, o cuando violan sus votos de pobreza descaradamente. Ellos no son hombres de Dios ¿pero los creyentes qué tanto derecho tenemos de criticarlos?

Desde el preescolar hasta el posgrado he sido influenciado por el catolicismo de muchas formas, desde muchos diálogos y desde perspectivas contrastantes. He sido educado igual por religiosas que por sacerdotes; algunos con matices conservadores y otras –en referencia a ellas, las “monjas”- aclarándome el verdadero significado del amor de Jesús y su legado a la humanidad.

Las religiosas del Sagrado Corazón, los jesuitas, combonianos y los misioneros de Guadalupe me han regalado la fortuna de conocer parte de la condición humana desde todos los matices. He conocido en sus colegios a los mejores amigos pero también la decadencia y el rostro de la pobreza extrema en sus misiones evangélicas, lo mismo en Michoacán que  en Chiapas. He practicado los “ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola” y me han ayudado a tratar de comunicarme con el Supremo no hacia el cielo sino en la misma naturaleza.

La aportación educativa, social y filosófica de muchos personajes religiosos entrañables han hecho que cierto sector liberal del catolicismo, hoy hecho a un lado por los acérrimos conservadores dentro de la misma iglesia, esté fuera del protagonismo mediático. En un país como el nuestro, donde el ochenta por ciento de su población es abiertamente católico, sí es importante que sus ministros de culto tengan una diversidad de pensamiento para que su feligresía avance en bien de su entorno.

Y es que no todos son Norberto Rivera, ni Juan Sandoval Íñiguez. Ni todos son los altos jerarcas de la Legión de Cristo ni son oscurantistas del Opus Dei. Hay una Iglesia que sí es social y que es el legado de aquellos próceres de una filosofía terrenal (de la Teología de la Liberación que trató de erradicar Juan Pablo II a principios de los 80 por considerarla “comunista”) que inyecta y mantiene rebeldía comunitaria, cuando el problema del hambre, la inseguridad y la desigualdad siguen en el México que no a muchos les gusta ver.

Cuando hablamos de una Iglesia “intolerante y retrógrada” es importante medir nuestras palabras. Generalizarla con esos adjetivos es igual denostar a grandes mujeres y hombres que lo mismo defienden a migrantes, como  Padre Alejandro Solalinde, a homosexuales como el obispo de Saltillo Raúl Vera, a indígenas como el obispo Samuel Ruíz o como a una de las mártires de los Derechos Humano, la religiosa Digna Ochoa.

La aparente universalidad del catolicismo debería afectarnos la renuncia de Benedicto XVI. Claro que la decisión del líder de la Iglesia en la cual creemos muchos ciudadanos, políticos, empresarios, académicos, estudiantes y no creyentes, ateos, agnósticos, apóstatas, detractores y que influye en un país como el nuestro es importante por donde se le quiera ver. Vaya, tendremos vacaciones de Semana Santa y celebraremos a la morenita del Tepeyac y la Navidad. Nada laicos ni gratuitos ni obligatorios.

Por lo pronto serán mis ojos y oídos los que escuchen a un tercer pontífice en lo que llevo de vida.

Chapulines

  1. Salí del clóset religioso, pero quienes me conocen saben de mi formación. Negarlo sería destruir mi integridad individual

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