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Estadísticas de la apatía/ By @indiehalda

Por Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

La frase “Los buenos somos más” ha permeado en los último tiempos en la sociedad mexicana, como sentido recordatorio del poder social adormecido que yace en cada individuo.

La invitación es a dejar a un lado la apatía, a ponerse en los zapatos del otro, a superar nuestras diferencias y crear en base a un punto en común. “¡Hey, amigo! No sé quién seas ni cómo va tu vida, pero te invito a estar a favor/en contra de (inserte tema de moda) ¡Porque los buenos somos más!”

Así, en los últimos años en México se invita a defender los derechos de los nonatos, las mujeres, los inmigrantes, los maestros, los campesinos, los indígenas, los más pobres; a repudiar la muerte de periodistas, doctores, activistas y animales; a bajar los precios de la gasolina, a reducir el número de diputados y senadores y a boicotear OXXO’s y tiendas de mascotas.

En México igual se marcha para celebrar la detención de un narcotraficante que exigiendo su liberación, por la legalización de la mariguana que por mayores penas por su consumo, por la prohibición de las corridas de toros que por defender el arte de la tauromaquia. Y todo porque los buenos somos más.

Yo no lo creo. Yo de verdad no concibo que este país tenga 61.2 millones de personas buenas (considerando que la mayoría seríamos el 51% de 120 millones de habitantes). Dudo mucho que haya 61.2 millones de comprometidos con el país, trabajando por el desarrollo de su familia y su comunidad, que paguen impuestos, que no tiren basura, que vigilen el trabajo de sus gobernantes, que lean por lo menos 1 libro al mes.

De inicio tenemos más de 60 millones de pobres, muchos de ellos por verdadera falta de oportunidades más que por holgazanería -como nos atrevemos a conjeturar aquellos que no hemos tenido carencias extremas-. A ellos nos les importa ser de los buenos, a ellos les importa comer y un lugar donde dormir. Difícil tener una ideología cuando no tienes comida caliente en la mesa.

Y luego tenemos esa vorágine a los que, simple y llanamente, no les importa un carajo: los que están bien con su casa, su carro y su mullida zona de confort. Los que se ríen de los  movimientos sociales porque no les atañen, que construyen su cosmovisión en base a TV e internet, aquellos a los que el caos aún no toca a su puerta. Admito que he sido así. A veces lo soy todavía

¿Los buenos somos más? No, somos más los indiferentes, los activistas de sofá. Somos más los inertes, los estáticos a quienes nada les pasa porque, simplemente, no hacemos nada. Carroñeros de movimientos, sobrevolamos la indignación real de los afectado y gritamos (¿o graznamos?) lo mal que nos pone, sólo para volar de nuevo tan pronto olisqueamos una nueva noticia de escándalo.

Y cada día hay por lo menos una nota que desata la indignación popular, que nos invita a brincar del sofá y tomar las calles exigiendo lo que el día nos dicte. Y al día siguiente aparece  una nota aún más polémica: un corrupto más cínico, una ley más idiota, un acto más vergonzoso.

Y así es la inercia nacional, donde cuesta trabajo creer que los buenos seamos mal.

No sé ustedes, pero a mi los números no me cuadran.

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