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El arma contra la violencia

Por Viridiana López

Es periodista y ha trabajado en diversos medios escritos y electrónicos desde 1999.  Es especialista en Derecho de la  Información. Realiza investigación en  temas de Libertad de expresión y otros derechos de la personalidad en el ámbito de las TICs.
Es periodista y ha trabajado en diversos medios escritos y electrónicos desde 1999.
Es especialista en Derecho de la Información. Realiza investigación en temas de Libertad de expresión y otros derechos de la personalidad en el ámbito de las TICs.

Un arma para combatir la violencia en nuestro entorno es el lenguaje. Los discursos que escuchamos y leemos a diario están llenos de confrontación, violencia, impunidad, dolor y odio, entonces me cuestiono ¿cómo poner fin a este ciclo si? Y es que todo indica que no habrá ejército, policía ni autodefensas suficientes para conquistar la paz, ni con todas las armas ni balas que el dinero pueda comprar lo lograrán.

Las palabras y los datos estadísticos son contundentes. Violencia, sangre, asesinatos, enfrentamientos, armas, etc. Michoacán ocupa los primeros 10 lugares en violencia infantil, o sea, bullying, además de ser el de mayor incidencia en delitos de secuestros y homicidios dolosos.

Como dijeran los Beatles, lo que se necesita es amor, hablemos de amor y no de odio. En los últimos años, en Michoacán no hay discurso que ofrezca esperanza o alienta realmente a la paz y tranquilidad en la entidad. Aunque se “pretende” acabar con la violencia en la entidad, las palabras que salen de la boca de los funcionarios encargados de devolver la paz, son de violencia, quedan muy lejos de un llamado real a la paz.

Con un escenario así no es sorprendente que la ciudadanía reaccione enojada o violenta porque la percepción que tenemos de nuestra sociedad es de una muy violenta, de impunidad, de corrupción en todos los niveles, de falta de justicia, de abuso, de agandalle, de muerte, odio, en fin… bajo este esquema será difícil modificar el actuar social de quienes nos gobiernan y toman decisiones, pero sobre todo de los gobernados que parece que nos hemos dado por vencidos y perdimos capacidad de asombro, para actuar en consecuencia.

El pesimismo se palpa en las conversaciones, pareciera que nadie está dispuesto a poner un grano de arena para modificar desde la raíz (la familia), inculcando una cultura de respeto hacia sí mismo y los demás. Es más fácil echar culpas que asumir que todos somos responsables. Aunque claro, las autoridades tampoco han contribuido a generar un clima de estabilidad, pero ¿Qué estamos haciendo nosotros? Es una pregunta para responder en un acto de introspección.

Somos víctimas de nuestro lenguaje.

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