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De aeropuertos, estacionamientos y otras tonterías/ By @indiehalda

Por Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

El periódico, la radio, el internet… por todos lados se habla de 2 momentos relevantes de esta semana: el proyecto del nuevo mega-aeropuerto capitalino y el fiasco de utilizar la plancha del Zócalo como estacionamiento para los invitados al mensaje con motivo del segundo informe de gobierno.

A primera vista pudieran resultar 2 notas cuyo único punto en común es el jefe del ejecutivo, pero que en particular resumen el contraste de país en que vivimos: vanguardia bananera, progreso anticuado, evolución retrógrada.

Comencemos por el proyecto aeroportuario: gastar 169 mil millones de pesos (169,000,000,000 para que vea usted la cantidad de ceros en la cifra) en un proyecto que sólo abona al centralismo en un país con tantas carencias me suena a una estupidez tan grande como el aeropuerto a construir.

Muchos podrán aducir que esto era necesario, que la actual terminal está ya copada, que los trabajos, que la inversión, que Norman Foster y su Pritzker y el aeropuerto de Hong Kong y  que blablablá. En este espacio siempre he buscado que lo que hablen sean las cifras, así que pongo a su consideración querido lector los siguientes datos duros:

  • Según la IATA, siglas en inglés de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo, en 2013 el aeropuerto defeño rankeó 43 en movimiento de pasajeros y 49 en carga desplazada
  • El proyecto indica que al concluirse podrá dar servicio a 120 millones de pasajeros, 19 millones más que el desplazamiento actual del aeropuerto de Atlanta, que ocupa el primer lugar.
  • El aeropuerto mueve poco más de 409,000 toneladas de carga anuales, frente a las casi 4 millones de toneladas que desplaza el aeropuerto de Hong Kong, un 10% solamente.

Difícil no ver la trompa del elefante blanco asomándose en este proyecto.

No veo de dónde saldrán los 90 millones de pasajeros ni las 3 millones y medio de toneladas de carga a desplazar en un país que no tiene aún una idea clara de cómo las reformas y un mediocre crecimiento promedio de 1.9% lo hacen merecedor de un aeropuerto de tal envergadura y costo.

La India tiene una población 10 veces mayor a la de nuestro país, colinda con la segunda potencia mundial, una economía creciente basada en el conocimiento y 2 aeropuertos funcionales y nada pretenciosos que figuran en el ranking IATA: Bombay y Nueva Delhi, ambos con mayor movimiento que el nuestro.

Un par de cerezas a este pastel vanguardista: la SCT anunció que una parte de la Terminal 2 del aeropuerto -construida hace menos de una década- se está hundiendo, en terrenos de similar naturaleza al elegido para el nuevo proyecto. Y con todo y  terrenos listos para la obra, la gente de Atenco denuncia la compra agresiva, por lo que están listos para nuevamente levantarse en armas.

En resumen: una maravilla de proyecto, que desde la concepción luce como un pozo sin fondo a donde irán a caer recursos vitales para la atención de otras áreas críticas.

Pasemos al otro tema: un presidente que brinda su informe ante un público que sólo sabe de aplausos, y que tiene a bien utilizar un punto icónico como estacionamiento.

No nos rasguemos las vestiduras: el Zócalo ha recibido conciertos de todo tipo, plantones, ferias, exposiciones… esa tierra mancillada ya está y de múltiples formas. Lo que duele es la llegada a hurtadillas de las prácticas de antaño: el poder despectivo, el “aquí mando yo”, las decisiones incuestionables. Y a la sociedad con un “lo sentimos” le basta, manazo al responsable y a otra cosa.

Se acabó el ejercicio democrático de presentar el informe presidencial al poder legislativo, y abrir un espacio de crítica. Todo es numeralia alegre, manos alzadas al público, vítores estériles y, claro, usar el patrimonio nacional cómo mejor convenga.

Aeropuertos faraónicos, estacionamientos cínicos. El México del 2014.

Ojalá alguna aerolínea tenga vuelos con destino a la ignominia, al menos el aeropuerto tendrá cupo suficiente para llevarnos a todos.

 

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