Suicida
Por Luis Fabián Fuentes Cortés
Caminó cinco metros al borde de la azotea. El frío de diciembre la mantenía despierta pese a las varias noches sin dormir. Pronto ya no importaría. Calculó todo. Leyó mucho, tal vez demasiado, sobre los requerimientos para que la caída fuera letal. “Mínimo quince metros y procurar caer de cabeza” se repetía una y otra vez. El evento había sido muy bien preparado. Esperó a que fueran las dos de la mañana, con el mínimo de gente en la calle, nadie que pudiera desalentarla. Todos dormían en su edificio de apartamentos. Imaginó la escena: su cabeza chocando contra el pavimento sin que nadie pudiera evitarlo, en caso de sobrevivir, no habría posibilidad de que alguien llegara en su auxilio.
Se maquilló como si fuera a una fiesta. Se puso su vestido y zapatos favoritos. Peinado de salón y depilación completa. La transición debería ser perfecta. ¿Qué diría el forense si encontraban su cadáver en harapos? ¿Qué pensaría la gente de una suicida descuidada? Ese maldito temor era lo que la había llevado a esa circunstancia y estaba dispuesto a morir con él. Si era parte de su estilo de vida ¿Por qué no sería también parte de su estilo de muerte?
Los tacones eran incomodos, más al caminar por esa barda tan estrecha, fue cuidadosa al trepar el muro, no podía permitirse ensuciar su vestido. Por fin llegó al punto de salto. Un temblor junto con un escalofrío recorrió su cuerpo, desde el talón hasta la nuca. La luna brillaba y no había gente en la calle, justo como ella lo deseaba. Puso a The pixies. “Where is my mind?” sonaba mientras ella tomaba valor. Sus escalofríos aumentaban y no distinguía el efecto de sus emociones respecto al frío de la atmosfera.
Se detuvo un segundo en su ceremonia de despedida y encendió un cigarrillo. El cielo nocturno se reflejaba en un charco a sus espaldas. Pensó en que por la mañana alguien vería su cuerpo, arreglado, preparado para partir. En su mente corrían los recuerdos y las cosas que la habían llevado a ese momento, pero ya no tenían importancia. En solo dos minutos, cuando la canción terminara, todo sería parte de un pasado que ya no volvería a la memoria de ninguno de los actores.
La canción sonaba los últimos acordes y ella cerró los ojos, su cuerpo se estremeció y tembló en forma inusual, tan inusual que perdió el control y cayó antes de lo planeado. Cayó hacia el lado contrario y de tal forma que en la caída se fracturó la mano, amén de que su trasero redondo sirvió de soporte sobre la fría agua del charco. El vestido estaba enlodado. La canción terminó… Ella gritó pidiendo auxilio. Nadie la escuchó, se levantó como pudo, la combinación charco – tacones – brazo fracturado no era tan eficiente como lo esperaba.
Maldijo su necedad de no usar suéter, pero no tenía ninguno que combinara con el vestido. Además esa falda corta la hacía lucir bien y no iba a renunciar a ella por el frío. Caminó como pudo hasta el departamento, pidió un taxi y llegó al hospital. Mientras la enyesaban se quedó pensando: “La próxima luna llena, después de que me quiten el yeso y, ahora sí, todo será perfecto”… Su cuarto intento de suicidio frustrado no tenía por qué desanimarla de seguir intentando. La muerte perfecta era una razón para seguir viva.
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