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¿Respeto? ¿Se come?

JournalRebel

En el camino de la escuela a mi casa se encuentra un espectacular que dice: “Soy tolerante con quienes piensan diferente a mí”; muestra a un joven sonriendo con el pulgar arriba. Inmediatamente después, hay un tramo de unos quinientos metros tapizados de pancartas, bardas y más espectaculares de todos los partidos políticos, interrumpido, a veces, por un Oxxo o un graffiti.

Cada que lo paso siento como si el mismísimo gobierno me estuviera diciendo: “Respira, puedes expresar tu opinión pero con respeto, ¿eh?”

Para quiénes me conocen personalmente, saben que esto no es nada nuevo. Desde muy pequeña siempre me ha encantado levantar la mano y decir lo que pienso: amo que el mundo me escuche, no lo voy a negar. Puedo entrar en debates por lo más trivial, ¡incluso con personas que ni siquiera conozco!

Esto no siempre es exactamente bien recibido. Se ha convertido en un chiste local decir “Itzia, ¡cálmate!… ¡guarda tus armas!” cuando se toca algún tema en el que yo tenga una fuerte opinión, aún si no muevo un dedo. Le he aprendido a tomar el humor, porque conozco el contexto… ¿pero y si cambiara la situación?

¿Qué tal si, por ejemplo, me encontrara en frente de Javier Duarte, quien descaradamente robó miles de millones de pesos públicos? El primer instinto de cientos sería tensarse, decirle sus verdades a la cara, tal vez recurrir a la violencia física. ¿Y si él nos dijera que nos calmáramos? ¿Por qué debemos respetarle cuándo él no respetó nuestros derechos?

La respuesta, por más que nos duela, es porque es un ciudadano mexicano, y la Constitución nos obliga a hacerlo aunque haya cometido barbaridad y media.

Bueno, ya me fui muy a los extremos. Tal vez no nos encontraremos nunca cara a cara con Duarte, pero sí habrá muchas personas en nuestra vida que al no encontrar algo con que tumbar nuestros argumentos, intentará tumbarnos a nosotros. Utilizará todos los trucos que tenga, justos o no, para ganar la discusión: ¡será absolutamente todo lo opuesto de tolerante y respetuoso!

No creo que levantarles el pulgar sirva de mucho, si soy honesta, pero tampoco regresarles el golpe más fuerte (por más chido que se sienta). Lo mejor que se puede hacer es respirar, contar hasta 10 y darse cuenta de que seguir debatiendo no vale la pena. En el momento en el que alguien comienza a atacarme, yo gano: digo, si mis ideas son tan estúpidas, ¿por qué no me lo pruebas en vez de criticar quién soy o lo que hago?

No hay ninguna ley que nos obligue a no gritar de vuelta, excepto las nuestras, las que nos pone el espejo.

Esto toma especial importancia en el tiempo de elecciones. Aprendí, hace unos domingos, que la mayoría del país cree que el ganador de un debate es quién más le tira a los demás. Si esa energía e investigación se hubiera invertido en hablar de sus propuestas, si no las tuviera que haber leído en su página oficial, entonces les habría creído.

¿Por qué no intentar una estrategia más honesta?

Bueno, ya puedo escuchar al chavo del espectacular pidiendo respeto.

Les dejo hoy con este pensamiento. ¡Que tengan una buena semana! (tolerante y respetuosa)

Itzia Ramos, próxima estudiante de preparatoria. Ferviente defensora de la libertad y los tacos con piña. Escribe poesía en sus tiempos libres.

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