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Memento mori

La Carcajada de Tersites

Memento mori

Hace algunos años llegué a Morelia proveniente de mi pueblo. Estaba un poco enfadado por el viaje y decidí tomar un taxi hasta mi casa, el chofer era muy franco y parlanchín, una mezcla entre jarocho y terracalenteño (de Apatzingán). Me venía contando de varias muertes provocadas por accidentes tontos.

No le iba prestando mucha atención a lo que me decía pero recuerdo bien la última historia que me contó: el protagonista era un compadre de él, que era viudo y tendría unos 55 años. Tenía varios hijos adultos pero vivía solo en una casa. Un día se metió a bañar, mientras se enjabonaba se le cayó el jabón y accidentalmente lo pisó, se resbaló y como consecuencia de la caída se desnucó, muriendo al instante. Después de relatarme esta tétrica historia me preguntó qué que opinaba. Se me ocurrieron una serie de respuestas, pero luego de meditar un poco le respondí: “Para morirse sólo falta estar vivo”.

Mi contestación tomó por sorpresa al taxista charlatán, pero luego de un instante soltó una sonora carcajada y me dijo -con acento costeño-: “a qué güena filosofía se aventó, oiga”. En ese momento no pensé si era o no una buena filosofía, lo que sí supe fue que era una respuesta ingeniosa. Faltaba poco para llegar a mi casa y el taxista seguía fascinado con la frase, la repitió dos o tres veces mientras seguía diciéndome que era muy buena filosofía.

Esta anécdota la he contado muchas veces, pero sigo sin recordar de donde tomé la referencia, dónde leí, vi o escuché esa frase. Dudo que sea producto de mi inventiva, bueno, algún día encontraré la fuente. Mientras tanto y después de bastantes años parece que no es tan mala “filosofía”.

Para morirse sólo hace falta estar vivo. No hay más. Uno se puede morir por las causas más estúpidas e  inverosímiles, pero también por las más atroces y comunes: se te revienta un aneurisma mientras te amarras las agujetas de los zapatos; eres coreano y te gusta comer pulpos vivos, pero ese día te falla la técnica y el molusco se queda atorado en tu tráquea, asfixiándote hasta la muerte; un día sales a recoger el diario y el fuselaje de un avión que estalló a 20 000 pies de altura te aplasta; te comes unos tacos de 2 pesos y al cruzar la calle te atropella una combi; compras, en la tienda de la esquina, una botella de tequila y haces unas aguas locas, resulta que el destilado está adulterado y mientras “te carga el payaso” te vas quedando ciego; caminas por la calle y te topas con un australopithecus reguetonero que te “tumba” el reloj, tus tarjetas y el efectivo, pero no está conforme y te da veinte “filrerazos” en el abdomen, por puro deporte; tienes cuarenta y cinco años y te da un infarto fulminante mientras te comes tu segunda hamburguesa triple de la noche; te lanzas por primera vez en paracaídas desde 5000 metros de altura, recuerdas todas las instrucciones, llegas a la altura ideal, tiras el cordón y no pasa nada, esperas a que funcione el mecanismo de emergencia pero sigues descendiendo vertiginosamente, unos minutos después ya eres pomada; caminas tranquilamente por la calle, te confunden con un delincuente, te levanta la policía, te torturan tres días, se les pasa la mano y terminas en una fosa común; estás en tu mecedora leyendo el cuento de un amigo, el relato es muy gracioso y comienzas a carcajearte, no puedes parar, de repente te volteas de la mecedora y de desnucas; consumes unos mariscos enlatados y contraes botulismo, a los pocos días mueres; eres millonario, tus hijos y tu mujer planean asesinarte, te dan diez balazos en la espalda y el dictamen forense dice: suicidio; eres un mariguanito izquierdoso, te encanta andar en la bola, participar en marchas y hacer destrozos…, un día te acorralan cinco “mandriles”  y te muelen a macanazos, te hacen talco la cabeza y acabas en el SEMEFO en calidad de desconocido; eres taxista y vas en servicio a una colonia peligrosa, no te queda de otra porque la semana ha estado floja, vas rezándole a La Morenita, no te sirve de nada, apareces en una barranca con cuatro plomazos; eres policía y te crees “el acá las tortas”, es fin de semana, cobraste las cuotas y se terminó tu turno, vas por tus cuates al barrio y tu invitas las caguamas (faltaba menos), andas en tu patrulla asignada y estás inflando desde hace varias horas, te echas un “coyotito” pero vas manejando, “te carga patas de cabra” junto con dos de tus compas y una familia que venía en el carril que invadiste…

¿A qué viene todo este macabro recuento? Pues viene al caso porque muchas personas, en especial los jóvenes, parecen llevar una vida sin consecuencias, una vida indolente. No se dan cuenta que la existencia es muy frágil, se obstinan y pierden buena parte de su tiempo en tonterías, se ofenden por cosas que no tienen importancia. Le dedican mucho tiempo y energía a  trabajos que rara vez están bien remunerados y que casi nunca les causan satisfacción, terminan viviendo para trabajar. Viven adormilados, insensibles, pensando que la vida tiene infinitas oportunidades para corregir el rumbo, para reconstruir sus decisiones. Terminan creyendo que la juventud no se acaba, que se pueden comprar créditos infinitos como en los videojuegos. Se olvidan que el tiempo es el verdadero enemigo y la muerte, la última consecuencia.

Para conjurar estos peligros los antiguos romanos tenían una frase: Memento mori, cuya traducción sería algo así como: “Recuerda que morirás”. Frase que se les decía a los generales y gobernantes romanos después de alguna victoria. El objetivo era que no se ensoberbecieran ni perdieran la noción de la realidad. Cada uno de los grandes personajes romanos tenía un esclavo especial que se encargaba de recordarles lo finito de la existencia.

En fin, no está de más recordar cada cierto tiempo el Memento mori  de los romanos o en su defecto que “Para morirse sólo hace falta estar vivo”.

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