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En Loco Tidiano… Días de lluvia

 

By: Rosío Morelos

 

“Hay una lágrima en el fondo del río de los desesperados,

Adán y Eva no se adaptan al frío, llueve sobre mojado”.

 Sabina y Paez.

No hay nada más desalentador que regresar a casa después de un largo día de trabajo y encontrar la ropa del tendedero hecha una sopa. Corrijo, sí hay algo peor: tener que usar esas prendas apestosas cuando por fin se secaron por falta de tiempo para volver a lavarlas (cuando se dice “falta de tiempo” esta referencia no es solo a las escasas horas libres que deja la jornada laboral, sino también a las pocas horas en las que el sol decide hacer su aparición).

Pero no todo es drama, que la lluvia se haya instalado en el cielo de Morelia para sustituir las incendiarias temperaturas de lo que algunos llaman “la canícula” es un gesto de la naturaleza que se agradece bastante. No solo por la posibilidad de una gratificante disminución en la temperatura, las precipitaciones acarrean consigo algunas otras ventajas: favorecen cultivos, recargan ríos y lagos, purifican el aire.

El bienestar también es psicológico, ya que hay actividades que se disfrutan mucho más bajo el rumor constante de la lluvia, (que no ofrece más remedio que la reclusión en casa). Algunos ejemplos: sopear una pieza de pan en una taza con chocolate caliente, sentarse en el sofá a disfrutar de un buen libro, ver una película en familia, pasar la tarde en cama con la pareja, iluminarse con la luz de una vela sin más entretenimiento que el de la conversación (en caso de algún “apagón”), etc.

Pero aunque al deleitarnos con los conciertos pluviales  se nos antoje disfrutar de cualquiera de estos pequeños placeres, lo cierto es que es una época donde también opera el desastre. Y para dar fe basta con preguntarle a algún transeúnte que salió de casa en mal día sin el paraguas respectivo, o que con todo y paraguas se atrevió a situarse justo al lado de un charco, (desafiando así la maldad de los automovilistas).

Casos todavía más drásticos  son los que vive la gente en situación de calle, las familias cuyas casas son de materiales poco resistentes a las inclemencias del tiempo, y por su puesto la enorme lista de damnificados por los huracanes.

Pero no es solo que el fenómeno en cuestión ocasione desastres, no hay nada que acentúe más el sufrimiento que el agravante de la lluvia: Tener que enfrentar una ruptura amorosa será mucho más cruel si caminamos derrotados bajo el velo de una llovizna; buscar a mitad de la noche algún medicamento para los hijos enfermos será peor si se hace con los vidrios del carro empañados en mitad de una tormenta; recibir alguna mala noticia al teléfono será más dramático si nuestro paisaje es una ventana azotada por las gotas del cielo (es eso o imaginar de fondo la escena de la película “Titanic”, cuando los músicos deciden quedarse a armonizar la desgracia aunque el barco se está hundiendo).  

A pesar de todo, la lluvia no deja de tener un encanto especial. No importa si nos obliga al encierro, si nos acarrea desastres o si dramatiza otras penas, sin duda es un fenómeno que nos hace movernos diferente y que cambia de cierta forma nuestra rutina. Las precipitaciones nos muestran que para la naturaleza seguimos siendo tan insignificantes como un pequeño insecto, pisoteado por la suela de algún distraído zapato.

Luz Rosío Morelos. Egresada de letras, distraída de oficio, afecta a no dar explicaciones.

 

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