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La fábrica

Por Luis Fabián Fuentes Cortés

Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.
Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.

 El calor llenaba el ambiente de la planta, como cualquier día de abril que se respete. Además así eran los días en la fábrica, generalmente cálidos. Las maquinas, las líneas de vapor y otras fuentes de calor llenaban el ambiente. Era el segundo turno del día, de las dos de la tarde a las diez de la noche y, por ser temporada alta, la planta estaba llena. No era solo el personal habitual, se requería personal adicional para cubrir la demanda de producción. Además de los proveedores que llegaban a descargar materia prima casi de continuo. Los supervisores apenas y se daban abasto a poner orden en aquel lugar. Con la alta producción las fallas se multiplican.

Gerardo caminaba por las líneas a paso veloz, revisaba la limpieza de los pisos, la operación de los equipos, el equipo de seguridad de los obreros. Sus turnos eran impecables. No se habían reportado fallas en sus turnos durante seis años. Quizá algún incidente aislado, como el año anterior, cuando uno de los obreros perdió la razón y corrió a encerrarse en la cámara de refrigeración amenazando con cortarse el cuello si alguien entraba por él. Después de intentar negociar con el sujeto y de una larga hora de conversación sobre los problemas que enfrentaba el pobre sujeto, Gerardo logró sacarlo de la cámara sin necesidad de llamar a la policía.

En esos largos seis años, Gerardo había logrado mantener sus marcas perfectas pese a la muerte accidental de uno de sus hijos y su posterior divorcio. El trabajo era su ruta de escape de la realidad… ¿Qué podría ser más irreal que una fábrica donde los sueños de superación de los obreros se iban adjuntos a las cajas de producto? ¿Cuál de los obreros podía pensar en otra cosa que seguir escalando puestos mientras perdía vida y ganaba dinero que no tendría tiempo para gastar? ¿Qué amistades más falsas que aquellas creadas con el fin de crecer dentro de un ambiente laboral y que se terminaban tras las ocho horas de trabajo? ¿Qué reuniones de amistad podrían ser aquellas donde después de trabajar ocho horas juntos lo único que se comentaba era el rollo laboral sin acercarse a las personas?

Pronto aquello ya no importaría, los dueños habían anunciado el cierre de la planta, solo quedaba un año más para que fuera redituable y esta era la última temporada alta. La urbanización había rebasado al campo y junto con ello se había esfumado la disponibilidad de materia prima. La planta sería enviada a otro lado, donde la materia prima estaba asegurada, los mercados de distribución eran más inmediatos y finalmente, la mano de obra barata es algo que sobra en el país sin importar el punto geográfico. Gerardo lo sabía, los empleos y sueños mezquinos, vacaciones, compra de autos o casas, nuevos amantes y relaciones promiscuas y miserables producto del estrés cansino de la jornada laboral, junto con su record perfecto se irían por el sanitario. De nada servían los discursos motivacionales del gerente de producción cada mañana. No hay frase de Coelho, Chopra o Jodorowsky que superé una realidad de un futuro que tiene fecha de caducidad.

El mar de gente se esforzaba por mantener la disciplina. Pero ya era inevitable. El orden se había marchado junto con las noticias de la semana pasada. Aun así, Gerardo estaba dispuesto a mantener impecable su hoja de registro. Una mujer grita desde una de las bandas. La máquina le atrapó la mano y la arrastró moliendo los dedos y parte de la palma. Nadie atiende a parar el equipo. Gerardo corre y finalmente apaga el equipo, la mujer da un tirón junto con un grito y despega su mano del equipo, junto con el tirón viene un escurrimiento de sangre, sudor frío y finalmente el desmayo. La sangre contamina el producto. Todos se molestan por tener que parar y reelaborar el embarque, la mujer parece no importarle a nadie. Gerardo, haciendo gala de sangre fría, pide que retiren a la mujer y la lleven a enfermería.

Llegan los héroes de mantenimiento antes que los paramédicos. Limpian el equipo, control de calidad trata de recuperar parte del embarque mientras los inspectores y Gerardo cambian números y registros para evitar el rechace del embarque. La producción reinicia. La ambulancia sale con una mujer con dedos amputados por la puerta trasera, por el frente la producción continua mientras los camiones con producto salen por una puerta enmarcada con la leyenda: “Empresa socialmente responsable”.

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