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«¡I´m Fidel Castro!»: A 41 años de su muerte, la visita a México de Jim Morrison & The Doors

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Aunque parezca increíble, The Doors tocaron en México, en forma casi clandestina durante una breve temporada de cuatro noches (28, 29, 30 de junio y julio 1o. de 1969).

Y decimos que en forma clandestina porque lo hicieron en un ambiente totalmente ajeno a quienes eran entonces su verdadero público: en un centro nocturno conocido como el Forum (que hoy  ya no existe).

Tan clandestinas fueron estas presentaciones históricas que son escasas las fuentes a las que se puede acudir para saber cómo fueron dichos conciertos. En la biografía de Morrison No one here gets out alive, de Jerry Hopkins y Daniel Sugerman, apenas le dedican un par de páginas y su información no es del todo correcta.

En otra biografía, Break on through, James Riordan y Jerry Prochnicky no hacen más que parafrasear (para no decir fusilarse) la misma información de Hopkins y Sugerman. Éste último, por otra parte, en su The Doors: The Illustrated History simplemente se cita a sí mismo en el fragmento de la biografía escrita al alimón con Hopkins, aunque tiene la decencia de publicar algunas fotos de Jim en el concierto y de viaje por tierras aztecas.

Es un libro escrito por el mexicano Merced B3l3n (así lo escribe) Valdés Cruz (The Doors: Los Días Extraños) el que aporta un poco más de información, ya que transcribe fragmentos de crónicas de la época, aparecidas en revistas de rock casi subterráneas, todas ellas hoy desaparecidas.

A partir de estas fuentes, reconstruimos las andanzas de Jim Morrison y The Doors en México.

Después del Incidente Miami y la consecuente cancelación de la gira y con los promotores de conciertos huyéndoles como de la peste, el grupo recibió la oferta de presentarse en México, por parte de Mario (y no Javier como lo llaman Hopkins y Sugerman) Olmos, un joven promotor, y Javier Castro, miembro del grupo Los Castro, que además era dueño de un centro nocturno conocido como El Forum, con capacidad para mil personas.

Originalmente la oferta era para presentarse en la Plaza de Toros México, que tiene un aforo de 48 mil personas. A The Doors les interesaba tocar ante tanta gente para demostrar que todavía podían arrastrar multitudes y que lo de Miami no era más que un incidente. Además, había la posibilidad de que se hiciera un concierto a beneficio de la Cruz Roja o de la ONU en un hotel, el Camino Real.Esas eran las posibilidades, por lo que el grupo estaba bastante entusiasmado sobre todo porque les acababan de cancelar un par de conciertos en Honolulu.

Ya saben como nos las gastamos los mexicanos. No había permiso para tocar en la Plaza de Toros, pero al ver el entusiasmo de The Doors por tocar en México, Olmos no quería desaprovechar la oportunidad. Entonces intentó conseguir permiso para el Auditorio Nacional pero tampoco tuvo suerte. Pidió prestados 20 mil dólares y le dijo a Castro que el grupo se podía presentar en El Forum cuatro noches a 5 mil dólares cada una. Sin contrato y sin nada, se aventaron la puntada de anunciar los conciertos con desplegados de una plana en los periódicos.

Al día siguiente se lanzaron a Los Ángeles, con los desplegados, el cheque y la seguridad de que, ante los hechos consumados, the Doors no se negarían a tocar en México. Evidentemente, al manager del grupo, Bill Siddons, no le cayó muy bien la «puntada» de los «jóvenes promotores» mexicanos, pero los contratos escaseaban y, además, sería buena experiencia para el grupo.

Aquí cabe hacer un paréntesis porque existe un dato equivocado que reproducen Riordan y Prochnicky: la prohibición del concierto en la Plaza de Toros México no se debió al aniversario de las movilizaciones estudiantiles de 1968 (que además era hasta octubre), sino a que el gobierno había prohibido desde entonces cualquier manifestación juvenil masiva, mucho menos iba a permitir un concierto de rock y muchísimo menos con un grupo de tan «mala» fama como the Doors. Al parecer el dato apareció originalmente en la revista Variety y los biógrafos lo copiaron sin verificarlo.

En este sentido, Hopkins cuenta que ya estando en México, Siddons trató de arreglar un concierto en un parque público (posiblemente en la Ciudad Universitaria), pero eso era todavía más impensable que en la Plaza de Toros, por lo que se menciona arriba. Siddons también quiso montar un programa de televisión de dos horas con el grupo, su música y sus ideas, pero nada se concretó.

Hopkins y Sugerman afirman que los recibieron a cuerpo de reyes, y que hasta había un tipo que los seguía a todas partes con una bolsita de cocaína para despacharla cuando quisieran. Es más, hasta conocieron al hijo del entonces Presidente Gustavo Díaz Ordaz (Alfredo, que por cierto murió hace un par de años), que le había salido un poco «loco» y le gustaba el rock. En tanto, Riordan y Prochnicky señalan que no pudieron conseguir alojamiento en los grandes hoteles, ya que se los negaban, por lo que tuvieron que hospedarse en la sección residencial de un pequeño hotel privado (whatever that means).

Pero también existen versones encontradas acerca de las reacciones que provocaron estos conciertos.

Según Hopkins y Sugerman, «las actuaciones en México fueron de lo mejor que los Doors lograron en su historia. Eran mucho más populares en México de lo que se imaginaban, y el entusiasmo de los jóvenes hijos de millonarios que atestaban el club noche tras noche le permitía remontarse a alturas insospechadas en la ejecución de la música». Lo mismo asientan Riordan y Prochnicky, aunque con la salvedad de que consignan que la prensa local y el gobierno tenían sus reservas. Los llamaban «hippies» y los calificaron de «indeseables».

En el mencionado libro de Valdés Cruz, se reproduce una crónica de Víctor Blanco Labra aparecida en el número de agosto de 1969 de la revista Pop (ya desaparecida). Reproducimos fragmentos de ella a continuación, por considerarla de sumo interés ya que es la única fuente de primera mano que existe acerca de lo que fue el primer concierto de The Doors en México.

«De las profundidades cavernosas del Underground (Rock Subterráneo o anti-comercial), surgió el show de los Doors en México, para perderse en una serie de poses que se desinflaron con el destrozo que hicieron de «Light my fire», en un espectáculo que fue de menos a más y desilusionó a los fans de Las Puertas.

«Con el «Fórum» de Javier Castro a reventar, pletórico de juventud popis dió comienzo el espectáculo al presentar Mario Olmos un «light show» a base de transparencias de varios conciertos de rock (del Canned Heat, Hendix, Bloomfield, Kooper, etc., menos de los Doors) y con música de fondo de los increíbles Blood, Sweat & Tears (que siguen a Los Doors en las listas de los rockanroleros contratados por el Fórum), poniendo a todo el mundo en la mejor disposición para aplaudir a rabiar a «Las Puertas de la Percepción».

«De pronto se hizo la obscuridad completa, se escuchó la batería de John Densmore (el corazón nos latía más fuerte) y la guitarra de Krieger se afinaba con el órgano de Manzarek (los nervios se apoderaron del ambiente). Pronto el reflector rojizo iluminó la escena descubriendo a un fulano de enorme barba y melena ocupando el lugar de Morrison, quien comenzó a jadear comiéndose casi el micrófono. Era Morrison.

«Un terrible, dramático, esquizofrénico, erótico y enfermizo rock subterráneo, «Five to One», empezó a desgarrar la garganta de un Morrison completamente distinto a la imagen idolatrada por sus fans. Cantaba con los ojos cerrados, «limpiándose» los bigotes a cada instante, agarrado (ese es el término) con desesperación al micrófono y secundado increíblemente por la precisión sin paralelo de sus estupendos músicos de rock.

«Muy de vez en cuando, Morrison abría sus ojillos obscuros, con expresión de sorpresa, quizás por no escuchar gritos, aplausos o exclamaciones por su interpretación insana, provocativa, insinuante, destructiva y tremendamente introspectiva.

«Pero su show era preciso, muy serio, muy profesional. Estupendo. Termina la pieza. Aplauso fuerte, desconcertado, esperanzado. Empieza otro rock super-subterráneo, Morrison hincado y con la cabeza metida en el boom de la batería de Densmore, y el pie de éste golpendo el cuero sin piedad. Morrison pega un salto felino (y teatral) e intenta destrozar a gritos y aullidos las 48 bocinas que trataban de hacer vibrar a la juventud popis mexicana. Termina «When the musicís over». Nuevo aplauso. Fuerte. Esperanzado.

Con ademanes ridículos, Jim lee unas palabras en español y el público celebra calurosamente el cotorreo. «Quiero presentarles a mis músicos» -dijo, contoneándose-, «Roberto Krieger en la guitarra, Juan Densmore en la batería y Ray Manzarek en el órgano… y yo soy… ¡Fidel Castro!», más aplausos y ahí comenzó a declinar el show. Primeramente nos tenían apantallados Los Doors con su onda superunderground y la increíble precisión y agresividad de todos sus integrantes. Después de la presentación semi-cómica, los Doors se perdieron en una serie de interpretaciones que, salvo contados chispazos que lograban emocionarnos, adoptaron una línea pareja-declinante del show, al no encontrar comunicación con el público.

«Break on through» y se escuchan chillidos aislados. Gusta el primer hit que tuvieron Los Doors y Morrison se emociona, hace la señal de la «V» indicando «por fin estamos en onda», pero no fue así. Dos números más y no pasa nada.

«Morrison viaja frecuentemente al fondo del foro a tomar cerveza (pose), se tambalea (pose) y pone cara de pasado (más pose). «Touch me» levanta aplausos y sube un poco el ambiente. Manzarek por sí solo es todo un show. No se le ve el rostro, tapado completamente por una cabellera dorada,, ondulada, limpia y sedosa que lleva el ritmazo increíble que implica, con todo su ser, al órgano.

Encorvado, con las garras crispadas (la izquierda arriba, la derecha abajo) aporrea el teclado con furia salvaje. ¡No hay quien lo iguale en el órgano! El baterista es lo mejor que hemos visto. Violento y efusivo en sus tambores. El requinto domina a la perfección la técnica sicodélica-distorsionante en forma casi infernal.

Jim Morrison es un mito. Su figura había llegado hasta nosotros desfigurada por la leyenda de «Morrison el sucio», de quien se decían atrocidades y se narraban los más increíbles atrevimientos en su show, que era tan sexy o más que Mick Jagger o el de Elvis Presley. Mentira, Morrison no estuvo a la altura de su mito, de su imagen, de su leyenda. Quiso excitar y escandalizar, pero no lo logró.

«Cantó muy bien. Tiene una voz magnífica y una fogosidad y agresividad tremendas, pero su show no convenció a nadie. Estuvo bien, quizá estuvo muy bien, pero esperábamos que estuviera demasiado bien, increíble, lo máximo, incomparable!!!

«Suenan las notas de «Light my fire» (Enciende mi fuego) y todos nos entusiasmamos. ¡Y Morrison no puede con el paquete! Su voz suena insegura, fingida. Desconcierta a los otros Doors y la pieza se desploma, se viene abajo arrastrando a Las Puertas en su derrumbe.

«Al terminar Morrison y compañía huyen despavoridos, casi diríamos que avergonzados de la ecena y en los rostros desconcertados y desilusionados de los cientos de parejitas juveniles que llenaban el «Fórum», se podía leer claramente: «APAGA MI FUEGO» Lástima. No hubo onda».

Finalmente, un año después, en julio de 1970, Jim Morrison sin los otros Doors, volvió a visitar México, invitado en esta ocasión por el mismo Mario Olmos,que seguía en la necia de promover conciertos de rock. Para entonces había contratado a los grupos Kimberly y Tower of Power, de San Francisco, para que tocaran en el Quid, otro centro nocturno de la ciudad de México.

Invitó a morrison a asistir a los conciertos y éste aceptó. Sólo venía acompañado de su amigo, el fotógrafo Frank Lisciandro.

En el Quid, mientras tocaba el grupo abridor, los mexicanos de Love Army, Morrison se subió al escenario a palomear y se cayó encima de la batería, pero sin percances que lamentar. Luego fueron a otros centro nocturno, el Maximís, pero allí no se subió al escenario, nada más lo presentaron como invitado especial.

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