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Guerra civil/ By @indiehalda

Por Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Tres plazas han cancelado el concierto de Alfredo Díaz “El Komander”, estandarte del movimiento alterado. La noticia generó un alud de comentarios a favor y en contra de la decisión (orillada por motivos públicos, políticos o vayusté a saber). El debate va más allá del gustar o no de un género musical  y nos demuestra la nula capacidad que tenemos para ponernos de acuerdo, en cualquier cosa.

Para conocer un poco de la lírica y estética del popularísimo músico sinaloense, dediqué un rato a  ver sus videos en la web. Después de media hora en la que tuve mi dosis de movimiento alterado para mis siguientes 3 vidas, vislumbré el motivo del abnegado fanatismo hacia el cantante: su música, más que simple apología del delito, es la crónica social de un México convulsionado, supersticioso y, tristemente, estático.

El joven Ríos canta orgulloso sobre su origen de rancho, a la vez que pregona su gusto por las marcas lujosas, el buen vino (al parecer para la lógica buchona no hay nada más allá del cognac y el whisky escocés), las mujeres con atributos de escándalo –machismo remixeado- y las situaciones límite. En resumen: todo lo que el compatriota abandonado por el sistema a su suerte desea.

Ser parte de un ¿privilegiado? sector poblacional con más y mejores medios que el 60% de la población, nos genera un falso sentido de superioridad, vaciado en múltiples y “creativas” formas hacer mofa de las aspiraciones  expresadas en la música dirigida al sector llamado “base de la pirámide”. Y así, el conflicto entre arriba y abajo, culto y néofito, fresa y naco, no tiene fin…

Hace unos años leí un texto de Juan Manuel Zunzunegui llamado “Masiosare: ese extraño enemigo”, que resume brevemente 200 años de historia nacional, en la que desde el primer instante ya estábamos agarrados del chongo. Y parece ser que 193 como país la lección sigue sin ser aprendida, aunque ahora los tópicos de debate se han banalizado, tanto que provoca risa y llanto.

No somos miembros de un equipo en este país (a menos claro que el equipo se vista de verde y salte a la cancha a repartir penas y alegrías por igual), aquí somos prietos contra güeros , fresas contra nacos, chilangos contra provincianos, americanistas contra, ehm, el mundo…

La guerra en este país no es contra el narco. No es contra la pobreza, el hambre o la ignorancia. El conflicto en este país es mucho más antiguo, complejo difícil, donde mi enemigo vive al lado, escucha reggaetón, tira la basura en la calle, le va al equipo contrario y no paga sus impuestos.

La guerra es civil, y nuestra arma de destrucción masiva es la intolerancia.

Hace unos días invité a un amigo a escuchar Shostakovich. Él, que no sale de los rodeos, sonreía y movía el pie al ritmo de la batuta de Gustavo Dudamel. Lo sorprendí viendo videos de la filarmónica de Boston.

Hemos ganado una batalla, camaradas.

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