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#FuerzaMéxico // By Marco Ballesteros

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Por Marco Ballesteros

Martes por la mañana, me dirigía a mi actual trabajo, a impartir clase de Geografía e Historia de México en cierta escuela privada en que me contrataron tras mi experiencia como estudiante de posgrado. Un día soleado común y corriente, del que esperaba desocuparme en tiempo y forma para avanzar un poco con las correcciones de tesis y por la noche ver religiosamente el clásico joven. Ansiaba observar una tradicional cruzazuleada enmarcando el obligado triunfo del Club América en Copa MX que calentaría los ánimos para el Clásico nacional programado para el próximo sábado 23 contra el Guadalajara. A pocos metros de la secundaria donde trabajo se encuentra una estancia infantil en donde hacían un simulacro, tanto pequeños y el personal del plantel recibía indicaciones para corregir errores ante cualquier sismo o siniestro. Ahí fue cuando recordé la fecha, se cumplían treinta y dos años del sismo que abatió a Ciudad de México en 1985.

Todo corría sin contratiempo, cumplía con mi trabajo y pensaba hablar del sismo de 1985 con mis alumnos de Historia en la clase de las 13 horas. Recordaba al mismo tiempo: mi experiencia y vivencias en la Ciudad de los Palacios durante mi estancia de investigación meses atrás, a mis amigos que allá residen y en cierta forma lo armonioso que es el caos, las aglomeraciones, el metro, los traslados, las comidas rápidas, el guajolocombo obligado en metro Copilco, las caminatas por Paseo de la Reforma, Insurgentes y Mazarik, los viernes en los bares de la calle de Regina, los fines de semana en el Centro Histórico o Chapultepec, la grandeza del Estadio Azteca, y demás museos y puntos de interés que hacen de ese lugar algo insufriblemente atractivo. A pesar de todo, extraño y añoro vivir nuevamente en la Ciudad de México, esa que Héctor Suárez en su papel de Tránsito “el mil usos”, nos convida a no pisar por no ser un lugar para habitar, pero que en el fondo se añora y se le tiene en alta estima.

Tocaba volver a clase, mientras pasaba lista y antes de empezar como lo marcaba el reloj decidí poner algo de música en el salón, una pieza contemporánea Villa 31 del compositor Giorgio Mirto, interpretada por un amigo, Alejandro Rivera, estudiante de la Facultad de música de la UNAM quién me abrió las puertas de su departamento en Atzcapotzalco en mi última visita a CDMX. Siete minutos después y tras mostrar algo desconocido totalmente por mis alumnos milenials, sentí el temblor. Inmediatamente, ordené desalojar el aula, lo tomaron a la ligera y con cierta lentitud. Pensaron ellos que era un simulacro aburrido, tedioso como siempre, como un buen pretexto para perder el tiempo de clase; evidentemente se nota la falta de protocolos de seguridad y el desconocimiento de las normas de protección civil ante este tipo de eventos en escuelas particularesy públicas de Michoacán. Treinta minutos después regresamos a clase, al terminar labores a las 15 horas cada quién iría a su casa a esperar la jornada copera de media semana; desconocíamos lo que estaba pasando en realidad.

Al prender la televisión y conectarse automáticamente mi teléfono a la red wifi pude observar que al menos cuarenta edificios habían colapsado en Condesa, Roma, la del Valle, Polanco, por mencionar las zonas conocidas del centro y sur de la capital. Entre lo ocurrido, se anunció el colapso de un edificio de cuatro plantas, la escuela Enrique Rebsamen ubicada en Villa Coapa y el Campus del ITESM. También que diversos municipios de Puebla, Morelos y Guerrero tenían daños materiales y pérdidas humanas.

La prensa y la sociedad civil por redes sociales no tardaron en documentar la catástrofe. Conforme pasaron las horas la información corría cargada con un sesgo pesimista, notas verídicas y falsas, avisos de que estaban asaltando en las diversas calles de la ciudad donde los delincuentes aprovechaban el colapso de las comunicaciones, además de las llamadas de broma, los memes de mal gusto y las teorías de conspiración chairas que no se hicieron esperar y argumentaban que el sismo era predecible. No dudé en contactar con mis amigos que allá residen, muchos de los cuales dan más apoyo que la familia cercana, gradualmente supe que estaban bien. Lo único que quedaba era esperar a esclarecer los acontecimientos, esperar cifras oficiales y obviamente, la cancelación te todo tipo de evento deportivo por razones obvias.

Desde luego que los políticos como siempre y como en todo salieron a dar su parte, a veces lamentable e insensible, a tomarse fotos simulando apoyos o como que participan en las cadenas humanas en los contingentes voluntarios; claro, mientras no se apaguen las cámaras y reflectores. También apareció de parte de nuestra asquerosa clase política lo poco factible y viable que era destinar el presupuesto electoral para atender la contingencia y reconstruir las zonas afectadas en las últimas semanas. No podía faltar el ex presidente Felipe Calderón actual suspirante a primer caballero y/o príncipe consorte en recomendar el uso de maquinaría en lugares donde la prioridad inmediata el salvar vidas; o nuestro viejecito cabellos color nube, nuestro mesías chairo, Andrés Manuel señalando que donará 20% del presupuesto de Morena para los daños del sismo; o Silvano Aureoles señalando que generosamente se desprenderá de un mes de sueldo para donarlo a las víctimas, ¿no le perderá? Y otros más, oportunistas y chapulines haciendo campaña y mofa del desastre.

Pero francamente, no quiero hablar más de eso, me dan asco y no es la intención de este texto. Lo que es francamente admirable y de recalcar es la solidaridad, la capacidad de unión y respuesta de la sociedad civil ante la adversidad. Miles de héroes anónimos de diversos estratos, pero al fin y al cabo civiles, salieron a prestar auxilio a todos los necesitados. No tardaron en llegar voluntarios y ciudadanos de a pie a remover escombros, aportar donativos, alimentos, medicinas, materiales de construcción, herramientas y un gran etcétera con toda sinceridad y de corazón.

Particularmente, me alegra y conmueve observar que, en la jungla de asfalto, en la tierra de la insensibilidad y los apretujones, en tiempos de contingencia y desastre la solidaridad está a flor de piel. Me hacen creer de nuevo en la humanidad, pero sobre todo en que si nos organizamos podemos cambiar la realidad de este país. Las acciones civiles de estos días nos muestran que la verborrea politiquera barata está de más y que sobran las personas buenas en este país.

También merecen reconocimiento y respeto los grupos de protección civil, los topos, pero sobre todo la Marina y Ejército mexicanos que siempre están ahí para coordinar y llevar a cabo las acciones de gran calado. Sin sus conocimientos, recursos y empuje no se obtendrían los mismos resultados.

Finalmente, reafirmo que México sin duda es un país de gente noble, la verdadera tierra de las oportunidades. A pesar de tener gobiernos que dejan mucho que desear, de las contingencias, desastres y catástrofes; a pesar de su historia, el verdadero tesoro y riqueza nacional es su población. Podrán pasar mil cosas malas pero este país no se derrumba, sigue y seguirá en pie ya que es indestructible, una verdadera chingonería. Mi reconocimiento y respetos para todos los que han aportado directa e indirectamente a las labores de rescate, no olvidemos a nuestros hermanos de Guerrero, Morelos, Puebla, Oaxaca y Chiapas. Mis condolencias también a todos aquellos que hayan perdido familiares, amigos o lo material en este evento desafortunado. Demos una tregua a nuestras diferencias, esas junto con el futbol pueden esperar y que este siniestro nos fortalezca como sociedad; pero, sobre todo: no olvidemos que somos mucho país para este puto temblor.

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