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El último día

Por Luis Fabián Fuentes Cortés

Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.
Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.

 Era el final. Un final esperado por todos. Las ideologías y los juegos morales saltaron por el aire en miles de fragmentos. Desaparecieron antes que la vida misma. Apenas hacía dos minutos del anuncio de la caída de la primera bomba y ahora ya nada importaba. El noticiero mostraba hongos radioactivos por doquier. Nueva York, Los Angeles, Moscú, Chicago, Paris y otras ciudades reducidas a cenizas y escombros. Todo había sucedido tan rápido que nadie se dio cuenta en que momento sucedió la hecatombe. Era un apocalipsis instantáneo, de menos de dos horas.

El día había comenzado normal en esta parte del mundo. Los niños asistían a la escuela. Los adultos a sus trabajos. La vida de la ciudad transcurría sin novedad. A las 9:05 am se cortaron los noticieros. La ciudad de Nueva York se encontraba bajo ataque. Algún grupo terrorista radical había hecho estallar un artefacto nuclear en el centro de Manhattan. No hubo anuncios ni declaraciones, en forma casi instantánea se informó del contrataque. Los misiles trazaban en el cielo las rutas de la muerte coronadas con el fatídico hongo. Las olas de fuego, los cielos incandescentes, los aviones furtivos, los jinetes de acero del apocalipsis con insignias justificantes que atravesaban el cielo.

Todo había perdido sentido. La guerra parecía confinada al primer mundo, pero pronto se vería lo contrario. Las capitales del llamado tercer mundo comenzaron a recibir ataques preventivos. Era cuestión de tiempo para que las manchas urbanas de todo el globo fueran reducidas a nada. A las 12:15 el mundo era el caos.

Y en medio del caos, un hombre camina por una calle de una ciudad que le resulta extraña. Desde que vio en televisión la primera bomba salió de casa sin pensarlo dos veces. Tomo el auto y viajo tanto como se lo permitieron las carreteras, de repente se congestionaron y fue casi imposible. Buscó vías alternas y logró llegar a su destino. Las últimas cuadras fue necesario caminar. Pero no importaba. Si el mundo se estaba destruyendo, lo menos que quería era verse por última vez en sus ojos.

Caminó directo a donde ella trabajaba. Mientras se acercaba, pensaba en el pretexto para verla. De repente, ya no fue necesario elucubrar sobre el encuentro. La encontró abrazada a otro hombre. Era de esperarse. El hongo nuclear se dibujó tras de la pareja que se abrazaba. Era el fin del mundo en un día normal.

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