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El elefante en la habitación // By @indiehalda

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Por Oscar Hernández

En septiembre de 2014, durante un evento de líderes mexicanos, Enrique Peña Nieto estableció en su discurso que para combatir la corrupción se debe partir de reconocer que es un asunto de orden cultural; por ello, llamó a construir una nueva cultura ética en la sociedad mexicana.

Recordarán la reacción popular: cómo se atreve, el corrupto es él, la chamba le queda grande, el pueblo sí es bueno… pocas voces críticas debatieron sobre las interrogantes ¿y si el copetón tuviera razón? ¿y si realmente tuviéramos un problema con la corrupción?

El tema vuelve a estar en la conversación tras la publicación del estudio de Transparencia Internacional, que establece que el 51% de los entrevistados nacionales aceptó haber caído en alguna práctica de soborno para obtener un favor por parte de la autoridad.

El escalofriante dato convierte al país en el más corrupto de la región, por encima de países convulsos como Brasil y Venezuela, o con mayores niveles observables de pobreza, como Jamaica o El Salvador.

Este estudio no fue realizado por instituciones maiceadas, o por el “Gobierno que todo lo esconde”. No lo hizo un partido o uno de esos mecenas de un candidato o agenda. No, esto fue realizado por una organización de gran prestigio internacional. Y, para no variar, reprobamos.

No estamos hablando de uno de los tantos gobernadores de mano larga y grande, ni de esos munícipes que de la noche a la mañana se vuelven pequeños jeques en su tierra, y ni siquiera de los vituperados miembros del legislativo local o federal. El estudio habla de funcionarios de a pie, extendiendo la mano para “acelerar un trámite”.

Esos bajos estratos de la burocracia nacional son los engranes de la maquinaria funesta que estorba, alenta y ensucia el desarrollo nacional, y lo hace en igual o mayor medida que los casos que ocupan las primeras planas de los diarios un día sí y los otros también.

¿Hemos hecho algo? Claro que no. Vivimos en negación por décadas, plácidos en nuestra imagen de raza noble y oprimida en la que nos robamos, matamos y tranzamos el uno al otro día a día, para levantar el dedo acusatorio al gobierno por nosotros elegido cuando las cosas se salen de control.

No, los que ostentan el poder no son unas blancas palomas, pero si nos da hueva votar, participar en las decisiones y dedicar un rato a saber qué diablos hace el gobierno, tampoco nos podemos poner muy “fufurufos” al momento de exigir resultados.

Si votamos, participamos y nos informamos, bien. Pero a quien hay que evangelizar es al cuate al que nada de esto le importa: gritarnos los unos a los otros por el teclado tampoco nos ha dado mucho resultado.

El elefante en la habitación se llama corrupción. No solo lo ignoramos, también lo alimentamos y hasta le hacemos cariñitos de vez en cuando. Pero eso sí, cuando los demás hablan de él renegamos de su existencia como Pedro de Jesús.

Ojalá detengamos la negación antes de pasar al llanto amargo.

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