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Con Canonización De Chavito De Sahuayo: Michoacán, 3er Estado Con Más Santos Católicos De México


STAFF/@michangoonga

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Ahora que México tendrá un nuevo santo gracias a la autorización del Papa Francisco, de la canonización del “niño cristero” José Sánchez del Río, un chavito de Sahuayo, de 14 años asesinado durante la Guerra Cristera (1926-1929), Michoacán contará con su tercer santo católico..

Este viernes el Vaticano informó que  el pontífice aprobó un milagro atribuido a la intercesión del adolescente, que ostentaba el título de beato, el penúltimo paso antes de su reconocimiento como santo de la Iglesia católica. La aprobación tuvo lugar la víspera durante una audiencia de Jorge Mario Bergoglio con el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano.

Así, el santo José Sánchez del Río se unirá a san Monseñor Rafael Guízar Valencia, nacido en Cotija; y san Bernabé de Jesús Méndez Montoya, originario de Tarímbaro, en la lista de santos michoacanos, sumando tres; en la lista en la que sólo ocho estados de la República cuentan con al menos el nacimiento de un santo originario de sus tierras, y que encabeza Jalisco con 16; Zacatecas con 6; Michoacán con 3; Guanajuato, y Estado de México con 2 (incluyendo a San Juan Diego, nacido en Cuahutitlán, entonces reinod e Texcoco); Distrito Federal, Chihuahua y Durango con uno respectivamente, para sumar 31 en total, según un listado de la Arquidiócesis de Puebla:    http://www.arquidiocesisdepuebla.mx/index.php/arquidiocesis/santos-y-beatos-mexicanos/santos?start=30

El nuevo santo michoacano:

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Nacido en Sahuayo el 28 de marzo de 1913, José Sánchez del Río fue un inquieto muchacho católico ferviente de su fe,  que lo llevó a participar e las vanguardias locales de la Acción Católica de la Juventud Mexicano y cuando estalló la Guerra Cristera en 1926 quiso unirse a las fuerzas de la resistencia, pero su madre no se lo permitió.

Tras la negativa materna, su enrolamiento en las fuerzas cristeras guiadas por el general Prudencio Mendoza, finalmente el joven logró ingresar en el grupo. Convenció a su madre con la frase: “Nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora”.

El 6 de febrero de 1928, durante una batalla, el muchacho dio su caballo al general y así lo salvó, quedando él prisionero de las tropas gubernamentales.

Tras cuatro días de cautiverio, los hombres del ejército federal lo sacaron de la parroquia donde estaba preso, le cortaron las plantas de los pies y lo condujeron descalzo por las calles de Sahuayo hasta el Panteón Municipal.

Los otros 2 santos michoacanos:

San Bernabé de Jesús

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Nació en Tarímbaro el 10 de junio de 1880. Ingresó al seminario de Michoacán a los 14 años. Recibió la ordenación sacerdotal en 1906 y ejerció su ministerio en diversas parroquias. Fue un sacerdote dedicado a los fieles, asiduo en el confesionario, en la atención inmediata a los enfermos y en atender a las asociaciones parroquiales.

Agotados los recursos legales para derogar la «ley calles» comenzó la lucha armada. Algunos vecinos de Valtierrilla quisieron sumarse a los cristeros, pero fueron delatados y se sofocó el levantamiento en el que el P. Méndez no había tenido participación alguna. En 1928, al entrar los federales al pueblo, el P. Méndez, que acababa de celebrar una misa, trató de esconderse y salió de la iglesia llevando el copón debajo de la tilma.

Los soldados lo vieron y lo registraron, y al encontrar el copón lo reconocieron y lo tomaron prisionero. Logró consumir las hostias consagradas. La tropa lo llevó cerca de la plaza; lo sentaron en un tronco y comenzaron a dispararle, aunque ningún disparo hizo blanco. Entonces el oficial lo puso de pie, lo registraron de nuevo quitándole su crucifijo y medallas, y le dispararon hasta que cayó muerto. Los soldados se llevaron el cuerpo y lo pusieron en la vía del tren para que fuera despedazado, pero las mujeres de los oficiales lo quitaron de allí y permitieron que fuera velado y sepultado en Cortázar.

Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y fue canonizado el 21 de mayo del 2000.

Monseñor Rafael Guízar

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Monseñor Rafael Guízar y Valencia nació, en Cotija, Michoacán, diócesis de Zamora, el 26 de abril de 1878. Fue el quinto de diez hermanos. Sus cristianos padres que formaban una de las familias pudientes de la localidad, eran don Prudencio Guízar González y Doña Natividad Valencia de Guízar, que brindaron a sus hijos, además de una sólida educación, un clarísimo testimonio de su vida cristiana. Estudió en su tierra natal las primeras letras. A los 9 años de edad perdió a su madre, y así empezó el dolor a fraguar el ánimo de quien sería más tarde, un verdadero padre para tantos huérfanos espirituales.

El año de 1890, inició Rafael sus estudios en el colegio de San Estanislao, regentado por los padres jesuitas. Allí empezó a destacar la personalidad del que llegaría ser un notable hombre de acción aunque, a pesar de que sólo contaba con 12 años de edad, ya tenía una buena disposición al amor de Dios en grado heroico, una pureza de costumbres a toda prueba, fruto, sin duda, de su esmerada educación materna, y una notable recidumbre de carácter, digna de su padre y de su ambiente michoacano, de donde surgió la magnífica planta de su vocación sacerdotal, que pronto habría de transformarse en un robusto árbol de santidad y celo por la salvación de los hombres. Rafael inició sus estudios eclesiásticos en el seminario auxiliar de Cotija, en 1891; los interrumpió un año para dedicarse a las labores del campo y los continuó con más decisión, en el seminario mayor de Zamora, para coronarlos con la ordenación sacerdotal en la catedral de Zamora, el 1º. de junio de 1901.

Pronto fue nombrado misionero apostólico por su Santidad León XIII. En 1913, a pesar de su nombramiento como canónigo de la catedral de Zamora, lo encontramos misionando entre los soldados, en México, D. F., Puebla y Morelos. Pronto se inició la persecución contra el clero católico y el P. Guízar tuvo que salir desterrado a Estados Unidos, Guatemala y la isla de Cuba. En todas partes dejó una estela de admiración, por sus virtudes nada comunes y por su inquebrantable celo apostólico Mons. Enrique Pérez Serrantes, obispo de Camaguey, en Cuba decía: ¨La gloria de Dios lo absorbía todo entero a la salvación de las almas, dedicaba todo el tiempo disponible; con el ejemplo y con la palabra, iba encendiendo en estos amores a los sacerdotes de ambos cleros a quienes encontraba a su paso¨.

En agosto de 1919, fue elegido obispo de Veracruz por el Papa Benedicto XV; el 30 de noviembre del mismo año, recibió en La Habana, Cuba, la consagración episcopal, llegando a Veracruz el 3 de enero de 1920. Su labor pastoral fue obstaculizada por el ambiente anticlerical del gobierno oficial; a pesar de todo, no solamente atendió espiritual y materialmente a los damnificados de su reciente terremoto ocurrido en su diócesis, sino que reconstruyó el seminario estableciéndolo en Jalapa, para trasladarlo después a México, D. F., cuando las tropas sectarias se apoderaban de los inmuebles de la Iglesia. El estallar nuevamente la persecución, bajo el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles, por segunda vez fue obligado a salir de su diócesis; pasó de los Estados Unidos a Cuba, Guatemala y Colombia, y regresó al país en 1929. Al iniciar su visita pastoral a la diócesis, tan duramente probada, el gobernador de Veracruz, D. Adalberto Tejeda, con su intransigencia y su espíritu jacobino, pretendió, de hecho, convertir toda la diócesis en un departamento religioso de su gobierno. Mons. Guízar no podía transigir con aquellas ingerencias del poder civil; los cultos se volvieron a suspender y el pastor volvió a salir desterrado de su diócesis, por tercera vez, para dirigirla, en medio de mil penalidades, desde la ciudad de México.

Durante seis años, el anciano pastor sufrió calladamente la repulsa de propios y extraños por defender, ante los hombres y ante la Iglesia, la dignidad humana pisoteada, y los derechos de las conciencias vilmente escarnecidos por los poderes civiles. Siempre veló por esas conciencias y, de su seminario, salieron los hombres que atendieron las urgentes necesidades de la diócesis.

Quiso la divina providencia que aquel nuevo ¨Atanasio¨ regresara, en las postrimerías de su vida, en medio de sus feligreses para cerrar, con broche de amor, la profunda entrega característica de su vida.

Muy enfermo, organizó nuevas misiones hasta que la muerte lo detuvo en la ciudad de México, el 6 de junio de 1938.

Su cadáver fue trasladado a Jalapa, Veracruz, donde se le dio sepultura.

El 28 de mayo de 1950 se procedió a exhumar su cadáver que fue encontrado incorrupto. Fue reinhumado en la catedral de Jalapa, Ver., en espera del juicio de nuestra madre la Iglesia católica, sobre la heroicidad de sus virtudes. Mons. Guízar y Valencia fue beatificado en Roma por Su Santidad Juan Pablo II el 29 de enero de 1995.

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*Con info de aciprensa.com

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