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Si parece Colombia, anda como Colombia y grazna como Colombia, entonces…/ By @gaaelico

Por Toño Aguilera

Espacio para la estulticia de un humilde obrero de la información #Antifascista #Socialismo Humano
Espacio para la estulticia de un humilde obrero de la información #Antifascista #Socialismo Humano

Después de años de padecer una trágica dialéctica de la plata o el plomo que a través de la corrupción o de la intimidación, la población de Tierra Caliente en Michoacán, emulando en cierta manera a las comunidades purépechas y su palmarés combativo, decidieron levantarse en armas para poner freno a la ola de crímenes que padecían por parte de los grupos delincuenciales, cuya dictadura fue soportada por años, han logrado detener el efecto anestesiante, en donde no sólo se permitía el actuar de los delincuentes, sino que la permisividad y tolerancia hacia los criminales fue destruyendo progresivamente las instituciones que deberían derrotarlos. Ese es el espejo de Michoacán, en donde la serpiente se anidó en las instituciones gubernamentales.

Michoacán ha sido el laboratorio de ensayos sobre seguridad desde hace varios, con acciones militares, policiacas, operativos contra políticos y experimentos judiciales, cuyos resultados son de un fracaso sonoro. La lucha contra el narcotráfico siempre ha estado dirigida bajo principios ideológico-partidistas, bajo la égida de intereses gubernamentales y hasta de proyectos supranacionales, con la evidente intervención de las agencias de seguridad, vigilancia y espionaje de Estados Unidos.

De diciembre del 2006 a noviembre del 2012, Felipe Calderón convirtió a Michoacán en su teatro de operaciones, en su laboratorio personal, en donde ensayó todo tipo de esquemas de utilización de las fuerzas armadas y las fuerzas políticas contra sus adversarios, y cuyo resultado fue el engrosamiento del poder de los grupos delictivos y el resquebrajamiento del tejido social.

Si bien no se le puede inculpar a la política calderonista todos los males que arrastra el estado desde hace tiempo, tampoco se puede eludir su falta de sensibilidad y de compromiso humano y social con quienes dice que son sus paisanos.

Ahora bien, todos los elementos que se conjugan en Michoacán tienen una infausta semejanza con lo que sucedió en Colombia en los años ochenta, cuando la corrupción propia de los grandes carteles desafiaron abiertamente la fuerza pública, la justicia, el periodismo, los partidos políticos, los organismos de control y todas las instituciones.

Michoacán estaba, por decirlo así, asustado, pero el embrujo se rompió cuando la misma base social que alimentó a los propios grupos delictivos, decidió romper con la cadena de soporte, en donde los delincuentes no escatimaban hasta no ver arrodillados a quienes consideraban, dentro del sistema, como sus adversarios.

El surgimiento de los grupos de Autodefensa, el 24 de febrero de 2013, en la región de La Ruana y Tepalcatepec, abrió muchos derroteros en Michoacán, y de paso exhibió los quereres de quienes encabezan el gobierno estatal, cuya primera reacción fue descalificarlos y tratarlos de vincular con otras organizaciones delictivas. Ese fue el comienzo de su interminable cadena de errores.

En este último año, los grupos de autodefensa demostraron una gran capacidad expansiva, un adiestramiento efectivo y un poder de fuego que emulaba también a las fuerzas paramilitares que surgieron en Colombia hace dos décadas, sin embargo su apoyo social, sus objetivos y su origen popular y no militar, no permitió a los especialistas cuadrar el modelo bajo el cual se movían las autodefensas michoacanas.

Pero la reacción del gobierno federal a este fenómeno también fue lenta. Mientras que en la Colombia asediada por el narcotráfico, el terrorismo, el paramilitarismo y la guerrilla, decidió impulsar una nueva Constitución en 1991, en donde toda la clase dirigente, política, social y empresarial asumieron de frente el combate del narcotráfico y sus secuelas como una política de Estado, en México el PRI michoacano y el nacional optaron por el horror estratégico de buscar minimizar los problemas, o de querer ponerle la etiqueta de sus adversarios políticos.

La metástasis colombiana orilló a ese país a impulsar una cruzada, al principio considerada suicida, que permitió desarticular los carteles de Cali y Medellín y sentar las bases de una política: se revisaron esquemas operativos, se protegieron jueces y periodistas, se depuró la policía, se expidieron normas draconianas sobre penas y cárceles, se consagró la extinción del dominio de bienes producto del crimen, se reglamentó el lavado de activos y, posteriormente, y se restableció la extradición de nacionales.

Sin embargo, el gobierno mexicano y el michoacano no quieren verse en el espejo de Colombia y más allá de imitar sus estrategias militares o policiales, no ha entendido que se trata de un problema de estado.

En las últimas dos semanas, la Federación tomó el control total de Michoacán, y ha alcanzado algunos éxitos momentáneos en su lucha contra la criminalidad y la institucionalización de las autodefensas.

Sin embargo, el combate a la criminalidad no se ha convertido en una política de Estado y no han adoptan medidas de fondo como las que se adoptaron en su momento en Colombia en relación con el combate de las fuentes de financiamiento y reciclaje de los dineros obtenidos con el crimen.

El PRI en el poder federal, como lo hiciera equívocamente el PRI michoacano, ha tratado de focalizar los problemas a una región del país, o en nuestro caso, a una región del estado.

Es obvio que México no es Colombia, pero el problema es muy semejante, ya que como dijera aquella frase de que si se parece a un pato, camina como pato y grazna como pato, entonces es un pato.

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