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Charlie Hebdo: la burla afilada, la bala enojada// By @indiehalda

Por Oscar Hernández

El 2015 tuvo su primer hito en el atentado al semanario satírico francés Charlie Hebdo, que ha hecho correr tinta en todas partes del mundo, mayoritariamente criticando la muerte sin sentido, catalizada por la intolerancia ante el humor ácido que caracteriza a la publicación gala.

El atentado ha puesto en primera fila el debate sobre la libertad de expresión y sus alcances. Mayormente las opiniones versan a favor de mantener sin límites ni censura a las personas y los medios, los cuales deben ser capaces de hablar sobre cualquier tema sin restricciones de ningún tipo. Si bien concuerdo con ello es necesario matizarlo, pues de no hacerlo incurrimos en el fundamentalismo que presumen atacar las plumas libres.

“El respeto al derecho ajeno es la paz” la frase juarista ha perdido punch en estos tiempos que corren, pues es innegable que bajo la bandera de la libre expresión se han dicho y hecho barbaridades que han contribuido paradójicamente a convertirnos en una sociedad más intolerante. Y es que es padrísimo burlarnos de los demás ¿pero qué pasa cuando es de nosotros de quien se burlan? el que se lleva se aguanta, y algunos se la cobran de forma excesiva.

Le invito amigo lector a darle una checada a las portadas y viñetas del semanario galo, comprensibles incluso para los que como yo no salimos del “bonjour, Monsieur”. Encontrará muchas de ellas malabareando en la línea que divide la crítica inteligente de la burla gratuita, pólvora esparcida en los campos incendiados del radicalismo religioso.

Ahora imaginen que la burla es constante, grosera y dirigida contra lo que uno considera sagrado… Eso calienta ¿no? Y al final del día no es que el islamismo –incluso su rama más extrema- no haya dicho suficientes veces “Oigan, párenle ya” tanto va el cántaro al agua, dice el dicho.

Si: uno puede y debe decir lo que quiera sobre el tema que sea, y uno también puede enojarse, incluso si a esas nos vamos uno tiene derecho a responder de manera violenta ante el oprobio. Que la violencia ya rebase los límites de la legalidad y se convierta en una masacre sin ton ni son ya es otro tema, que involucra cuestiones que rebasan el debate sobre la libertad de expresión.

¿Qué hacer? ¿Evitar las críticas a grupos sensibles? ¿No meterse con los extremistas? el tema es más bien de moderación y refinación. He leído sátiras más inteligentes de las figuras religiosas (yo en lo personal río montones con el webcomic Jesus and Mo) que no recurren (siempre) a la ofensa directa para establecer una opinión crítica al dogmatismo religioso. Razones cómicas, no sólo burlas.

No podemos ni debemos lanzarnos al abismo envueltos en la bandera de la libre expresión, sabiendo que abajo rondan los lobos de la intolerancia, el fundamentalismo y la simple terquedad, esas bestias que afilan los colmillos a la espera del primero que ose sacudir sus raíces. La irracional violencia debe ser combatida con inteligencia y razonamiento, no con irracional mofa. Aunque disfruto de la sátira europea (soy asiduo lector de “El Jueves”) la nueva y millonaria portada de perdón de Charlie Hebdo disfraza una afrenta que espero las jaurías dejen pasar sin más.

¿Qué sigue? Hollande manda su portaaviones nuclear al Golfo Pérsico, el Estado Islámico se sofistica en su terrorismo  y la islamofobia amenaza con convertirse en una especie de nazismo revisitado. Al final del día los restos de nuestra denodada defensa de la libre expresión se recogerán de las cenizas de una civilización que aprendió de todo, menos a respetarse.

No hay honor en la pelea por mantener inmaculado el derecho de (solo) meterse con la gente, bajo la máscara de libertad. En el momento en que la caricatura se usa como arma de disgusto masivo pierde algo de encanto, y se convierte en la gota del grifo que no para de caer en la madrugada, esa que acumula molestia, hasta el día en que hartos rompemos el grifo, cuando la solución era  apretar una simple tuerca.

Búrlese, pero no convierta la burla en discurso. Los bufones somos malos líderes de opinión.

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

 

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