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Sala de espera

Por Luis Fabián Fuentes Cortés

Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.
Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.

Una vez más, a esperar resultados. La maldita espera acompañada de la impotencia. Para Andrea se ha convertido en rutina. Desde hace un año que a su esposo le diagnosticaron cáncer la impotencia y la angustia se han vuelto parte de la rutina. Esa estúpida rutina que nadie desea pero que el sorteo de la vida asigna sin contemplaciones o asomo de justicia, solo se presenta y ya.

Al principio, lo tomó con una cierta resignación, como si el camino ya estuviera trazado. Pero entonces vinieron las alzas, cuando él mejoraba y parecía ganar la batalla, y las caídas, cuando caía a la agonía. Luego los efectos secundarios de las terapias. Para él, el dolor se volvió habitual, para ella, el permanecer en espera y contemplación. Esa insólita paciencia que le impidió estallar estaba llegando a su fin. No sabía que esperar, las condiciones cambiaban en cuestión de días.

Repentinamente, un día se presentó el fallo respiratorio. Ella reprochó todo, la cajetilla de cigarro diaria que religiosamente compartían y que desde que comenzaron a vivir a media jornada en el hospital se había convertido en su única compañera. También sus excesos en el trabajo, su entrega en exclusividad a la vida profesional y que la vida conyugal se había convertido en solo un accesorio. La falta de atención a los hijos, a los cuales ella veía asistiendo al funeral de un desconocido. Desde que enfermó, pasaba más tiempo en casa, pero ya no era la persona llena de energía y seguridad que ella conocía. Sin embargo, para los hijos sería la única versión de padre que tendrían.

Ese día era soleado, le recordó el día que lo conoció, en la combi, cuando eran estudiantes. Cuando repentinamente se cruzaron las miradas, el sonrió y se sentó junto a ella, sin decir nada, cuando llegaron a la universidad él seguía junto a ella. Se ofreció a acompañarla a su facultad y luego le pidió su número de teléfono. A las dos semanas se convirtió en su novia.

Ahora era su esposa, enfermera, chofer y lo que se necesitara. Y extrañaba los días soleados. Era el cuarto cigarrillo, cuando salió el médico.

–          Ya no hay nada que hacer.

–          Gracias, doctor.

Aunque las noticias eran trágicas, algo dentro de su interior sonreía, no era solo verlo a él libre del dolor, olvidar este último año y atesorar los días soleados, fue una sensación de libertad… de una maldita e insana libertad.

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