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Nalgadas

Por Luis Fabián Fuentes Cortés

Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.
Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.

El autobús demora en salir. Desde el equipo de sonido de la central se vocea un nombre. Una mujer de aproximadamente veinticinco años sube con un niño de tres años en brazos. El niño grita mientras atraviesan el pasillo hasta el asiento en el fondo del camión. Una vez en su asiento, el niño hace un berrinche. Le grita a la mamá con su escasa dicción y vocabulario. Pero entre las palabras que se logran interpretar, una es muy clara: ¡Puta!

La mujer solo sonríe. Le pide que se mantenga tranquilo. El autobús arranca. El viaje será largo, seis horas por lo menos. El niño grita y corre por los pasillos en actitud juguetona. Al principio a muchos les parece divertido. La madre saca el celular y llama por teléfono desentendiéndose del niño. Los demás pasajeros juguetean, pero el niño no está contento, repentinamente estalla. Le grita: “¡Pinche viejo!” a uno de los pasajeros. La razón es que no le quiere prestar sus anteojos para jugar. Hace una rabieta y pretende arrancárselos de la cara. Grita y patalea ante la resistencia del hombre.

La madre se levanta pesadamente de su asiento y camina por el pasillo para traer de regreso al niño. Lo trae a tirones y lo sienta junto a él. El niño se para y le grita una vez más: “¡Pinche puta!”. La mujer no dice nada, aunque el niño le jala el cabello. Solo le dice: “ya cálmate”. El niño no entiende. Le da una bofetada a la madre. Ella, resignada, saca de su bolso un par de coches miniatura de metal. Parece que logra su cometido, la pequeña fiera se calma y juega por varios minutos, eventualmente suelta algún grito que irrumpe con la paz del resto de los pasajeros.

Sin embargo, el niño vuelve a enfadarse del juego. Vocifera juramentos similares a los de un ebrio en plena resaca que además sufre de estreñimiento. Resulta curioso que las malas palabras suenen más claras que cuando dice “mami”. Arroja los juguetes con furia, el primero pega contra una ventana y rebota para chocar en el pecho de una mujer mayor, la cual solo dice: “Calme a su niño por favor”. El segundo proyectil no es tan afortunado. Viaja veloz por el aire y con temible cálculo matemático se estrella en la mollera de una joven que viaja dos asientos adelante. Un hilo de sangre baja entre sus cabellos. El dolor es tremendo.

La joven solo saca un pañuelo de su bolsa y se limpia la sangre. Trata de calmarse mientras conjuga en su mente la ira y el dolor. Toma el pequeño vehículo y camina hacía la madre y el hijo. Le da el coche a ella.

– Gracias – La madre sonríe y devuelve el juguete al niño.

Sin mediar palabra la joven toma al niño y le propina dos nalgadas. La madre desdibuja la sonrisa y la cambia por una cara de sorpresa.

– ¿Quién se cree usted para….

Antes de que la frase sea terminada, recibe una bofetada.

– ¿O aplaca a su escuincle o lo disciplinamos entre todos?

El niño solo observa. La madre se queda atónita. Hay padres que requieren más disciplina que sus hijos. La joven vuelve a su lugar. El autobús se mantiene calmado. No vuelven a sonar gritos ni plegarias de madre desesperada. Solo el sonido del motor.

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