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La colina

Por Luis Fabián Fuentes Cortés

Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.
Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.

El último rayo de sol se difuminó en el cielo. El cielo se oscureció y solo quedaron las luces nocturnas. En lo alto, las estrellas. En la tierra, la iluminación de la ciudad. Ambas se corresponden como espejos. El espectáculo es observado por Andrea desde la ventana de su casa. Un cuarto en la orilla de la ciudad. Su vecindario está ubicado en una loma, antes conocida era una reserva ecológica, hasta que alguien los convenció de invadir e instalarse. Su casa es una improvisación de láminas de cartón, tarimas y, en la parte más sólida, tablones unidos a vigas y puntales. Aun así, a veces resulta cómoda. Especialmente en las épocas de calor. Durante la temporada de frío se requiere algo más que una cobija, pero, siempre se las arreglan para sobrevivir.

Cada mañana Andrea camina desde su casa hasta la parada del autobús, cuando hay dinero para ese lujo, pero casi siempre termina caminando hasta la empacadora de frutas. Ahí trabaja entre ocho y diez horas diarias cortando fruta. Su salario al final del día es de apenas ciento veinte pesos. Lo malo, es que el empleo es temporal. Pronto pasará la temporada de alta producción y tendrá que arreglárselas en otra cosa. Algunas veces trabaja de sirvienta o haciendo mandados. Casi todo el dinero se gasta en comida o en pagar la medicina de su padre, enfermo de cirrosis por el consumo de alcohol que, en otra época, bebió en forma masiva.

Siempre quiso estudiar, tener una carrera, pero los gastos de la casa hicieron que fuera impensable ir a una preparatoria, más desde que su madre murió y tuvo que hacerse cargo de las depresiones y problemas de su padre. Nunca tuvieron una casa propia, rentaban todo el tiempo. Un día se apareció un hombre y les ofreció un lote. Tenían que ir a reuniones y pagar cuotas. Eso fue el principio del enganche. Así llegaron a la colina. Por necesidad.

La vida en la colina es difícil. Hay gandallas que a la menor provocación se quedan con las cosas de otro. Doña Rosa y su hija Adela eran vecinas de Andrea, un día se fueron a trabajar y al regresar su casa ya estaba ocupada por otras personas. Tuvieron que buscar refugio, Andrea les permitió quedarse en su casa y desde entonces formaron una familia disfuncional. Las escrituras y los servicios aquí no existen. El concepto de justicia reside en el líder de la colonia. Sin embargo, el solo llega y cobra cuotas y hace reuniones. No le importan las disputas internas, ni las broncas vecinales. No son asunto suyo. Lo suyo es la lana y acarrear gente en época de elecciones. Por eso, las escrituras jamás aparecerán, serán mantenidos como cautivos del aparato estatal y los desalojaran el día que ya no sean útiles. Pero eso no lo sabe Andrea. Ella paga y va a las reuniones y vota por quien le digan. Si no tuvo escuela, al menos sueña con algo que sea suyo, esa casa que quiere ir construyendo poco a poco. Así, el día que se case, no tendrá que depender de un hombre que la mantenga y no pasará lo que su madre, ni heredara problemas a sus hijas.

Así suele pasar la vida en las colinas, de esta y otras ciudades, con ingenuas Andreas que sueñan como ovejas, con líderes lobos que se enriquecen y depredadores que asechan en cada sendero viendo a quien le arrebatan un sueño. Y todos son presuntos seres humanos.

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