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La academia, la puntitis y la desvinculación // By Luis Fabián Fuentes Cortés

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Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.

Por Luis Fabián Fuentes Cortés

Historias breves con algo en común:

Ella es maestra en ciencias en farmacia. Le regala a su novio un ojo de venado. Un día el muchacho enferma y en vez de preguntar por su salud o dar algún consejo basado en su formación académica, le lleva la foto a un médico brujo.

Él es doctor en historia. Hace poco vio una campaña impulsada por una de las intelectuales llamando a anular el voto. Sin hacer la crítica de fondo se lanzó ferozmente a la defensa de la campaña. Alguien le recriminó que los intelectuales proponen desde la academia y por lo tanto son limitados al momento de entender las dinámicas de los movimientos sociales y que votar en nulo sirve para lo mismo que silbar el himno nacional al revés. Se enoja y dice que nadie puede exigirles cuentas a los intelectuales. Se le olvida que su beca para formarse como doctor salió de los bolsillos de los trabajadores.

Él es maestro de Biología en una universidad estatal. Hoy toca ver el tema de la evolución. Comienza con un discurso armado: “Yo no sé ustedes, pero yo creo que dios nos creó, si uno de ustedes piensa que somos descendientes de los changos, muy su asunto. Yo se los voy a enseñar así, porque eso es lo que marca el programa”.

Él es profesor de termodinámica. Considera que el Reiki es posible, pese a que se ha demostrado que es producto del efecto placebo y que la supuesta energía que se transmite en esa terapia es inexistente. Sin embargo, en su clase intenta justificar su creencia añadiendo un mundo mágico e inexistente a sus explicaciones sobre esas otras “energías extrañas”.

Las historias nos hablan de algo en común: Una educación de papel. Así sucede en nuestro país. Esto no se debe a que estos tres casos sean de personas que “No le echaron ganas a la escuela”. Habría que pensar que las tres tienen posgrados en sus disciplinas. El problema es precisamente ese: “Le echaron muchas ganas a la escuela”.

El problema fundamental de la escuela es que es percibida únicamente como un medio para obtener un documento e integrarse al mercado laboral. No tiene que ver con entender el mundo o crecer como persona. Simplemente es un asunto bancario: El estudiante va a aprender cosas para llenar un examen, ser evaluado y olvidarlo todo al poco tiempo. Pero, el asunto es un poco más profundo. La desvinculación de la escuela respecto a la sociedad tiene que ver en el asunto de para qué se forma a los estudiantes en la escuela. Ingenuamente se pensaría que es para un bien social. La realidad es que no. En las escuelas se forma mano de obra, con la formación técnica (sí, técnica, no científica) para resolver, no las necesidades de la sociedad, sino para ganar dinero y acomodarse a trabajar en algún lugar donde se eviten las penurias a las que está acostumbrada la clase obrera.

¿En qué momento se convierte una educación científica en técnica? En el momento en que las preguntas son más sobre los Cómo que sobre los Por qué. Profesores bien intencionados han considerado que el asunto de la desvinculación se resuelve con simplemente proponer problemas prácticos para resolver en el aula o en el laboratorio o en el taller. El asunto termina siendo como el perro que persigue su cola. Al hacerlo así no se rebasa el simple asunto de la experiencia académica y el concentrarse en los cómo olvidando los por qué, si los alumnos supieran los por qué el cómo se podría deducir fácilmente, pero como no es así, la educación se tecnifica y los alumnos quieren aprender cómo hacer las cosas y no el por qué las hacen.

Como resultado, tenemos un montón de sujetos que egresaron de las academias más interesados en el cómo funciona el mundo que en saber por qué funciona así. Simplemente se asume que es una máquina, que ya se desempacó, ya está aquí y alguien tiene que operarla. Se lee el manual y se opera, el asunto es que es una especie de caja negra que nadie sabe cómo funciona, solo se suben y la manejan. ¿Y cuándo se descompone? Bueno, hay que llamar al servicio o a quien sepa cómo arreglarla… el asunto es que aquí no hay quien sepa el cómo porque los por qué se descompuso no son tan claros y los que dicen saber el cómo resulta que también son simples operarios.

Por eso, no es raro que en nuestras academias se tengan miles de propuestas y ninguna implementación y que los investigadores digan: es que no se puede por las políticas locales. Y en lugar de cambiarlas, porque eso implicaría vincularse en una forma más profunda e integral, sería involucrarse y tener un fin social más amplio, se conforman con liberar sus frustraciones generando artículos para otros colegas que están igualmente frustrados en otras partes del mundo y que son los que leerán sus trabajos escritos en lenguaje esotérico que solo ellos y su mundo especializado entienden. Eso los desvincula una vez más (o nos desvincula ya que yo también voy en ese viaje).

Al final del día, el alivio de la frustración académica se resuelve fácil: pelear por el incentivo, la beca, hacer puntos, mantenerse en la chamba, carrera magisterial, hacer los puntos para ascender en el escalafón, dar la clase y reproducir la cuestión técnica. Es más, hay que dedicarle unos minutos más al día, dice la gente buena onda, para mantener el estatus social y que los alumnos se empapen de más cómo para que puedan operar la realidad a gusto sin transformarla. Y es el consenso generalizado desde la academia, esa especie de Olimpo donde los dioses del conocimiento y la sabiduría iluminan a la sociedad de simples mortales que no leen a los autores alemanes del siglo XVIII, no saben resolver una integral triple, ignoran que es un antioxidante y les importan poco las fiestas de la parroquia de San Benito a finales del siglo XIX.

Al final del día, para algunos sacar la frustración de los cómo que no operan fuera del aula para resolver problemas se resuelve simple: Ojos de venado para que te protejan, terapias de reiki para buscar la alternativa, negar la evolución, posmodernismo para todos, fotos para el médico brujo o aceptar la estrategia del héroe progresista de turno ante la incapacidad de crítica o de formular una idea propia. Así nos hemos autocondenado y lo seguiremos haciendo hasta que entendamos que la educación no es un simple asunto de transferencia de conocimientos, sino un asunto político de fondo.

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