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Hielo

Por Luis Fabián Fuentes Cortés

Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.
Nací en Zamora el primero de enero de 1982. Diría que soy el típico capricornio, pero no creo en tonterías. Mi vida académica me ha llevado a varias partes del país: Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México, Guanajuato, Salamanca y Morelia. Estudié Ingeniería en Industrias Alimentarias en el Tecnológico de Zamora, la maestría en Ingeniería Mecánica en la UMSNH, institución donde actualmente estudio el doctorado en Ingeniería Química. Profesionalmente, he sido consultor de algunas empresas y docente. Estoy casado con la ciencia y la tecnología, pero me gusta ser infiel y a veces me escapo y le pongo el cuerno con la música, la poesía y la Filosofía. En ocasiones he sido activista político, cuando la causa me convence, afortunadamente mi disciplina y ética no me da para pertenecer a ningún partido político.

El clima de la tarde es apenas una fresca brisa, el frío disuelve las últimas horas de luz. Mirna mantiene firme su paraguas, mientras espera en la banca del parque. Por fin llega, lo mira y sonríe. Tiene ganas, es más muere de ansías de darle un beso, pero lo disimula, ha sido mucho tiempo sin verlo. El destino ha sido cruel. Lo perdió hace cinco años, no supo nada de su vida y como si fuera un acto de magia lo encontró en una tienda de autoservicio la semana pasada. Por poco deja caer la botella de jugo que traía en la mano, pero reaccionó. Fue como ver a un fantasma. Hubo un momento en que pensó que él no llegaría, pero verlo ahí frente a ella le da gusto.

Para él, es una cita que tenía pendiente desde hace cinco años. Estaba agendado sin fecha específica, pero sabía que en algún momento debería suceder. Lo evitó algún tiempo, su falta de valor e irresponsabilidad tenían un precio y era tiempo de pagar. Aun sentía un cariño particular por ella y seguía siendo el motivo de los desvaríos de la borrachera o de los versos improvisados y melosos. Ella saludó primero:

– Hola – Lo abrazó como si quisiera retenerlo para siempre.

– Hola – Correspondió el abrazo, como si nada hubiera pasado como si los años hubieran sido solo unas horas – ¿Cómo estás?

Ella no respondió, ni el beso se presentó, había que mantener las formas de la reunión y había muchas cosas sobre la mesa. El día que acordaron la cita en el supermercado ella tenía claro lo que tendría que decir. Él solo tenía un asunto.

– Estoy bien – sonrió – ¿Y tú?

– Me siento raro, pero me da gusto verte, es bueno verte, no pensé que sucedería… ¿quieres empezar?

– No has cambiado la formalidad. Frío y seco como antes. ¿Sabes que siempre quise derretirlo y ver que había al centro del iceberg?

– Definitivamente no encontrarás un corazón, con tanto hielo ya no hay espacio para esas quimeras.

Mirna cambió su semblante. Recordó ese día hace cinco años. Su padre nunca lo aceptó. No quería un pobre diablo sin futuro como yerno. Intentaron salir a escondidas y continuar su relación. Sin embargo, aunque era excitante, la relación clandestina entró en desgaste. La gran idea fue un rapto. Ella planteó una historia romántica donde él llegaba  y la llevaba consigo lejos de su padre, a donde vivieran su amor con libertades.

– ¿Sabes que te extrañé mucho? Fueron días muy tristes desde… – le ganó el nudo en la garganta – desde ese día.

La propuesta de Mirna, en aquel entonces, tomó por sorpresa a Felipe. No se veía casado todavía. Quería a Mirna, es más, no le importó cuando el padre lo mandó golpear. Jamás le dijo a Mirna, improvisó una historia de un accidente en motocicleta. Pero robársela era otro nivel. No tenía una carrera, no tenía dinero. ¿A dónde se la llevaría? ¿Qué futuro podría darle? Sin embargo, aceptó…

– Yo te extrañé al principio, pero debo disculparme, el error fue mío…

El día acordado para el rapto fue diferente para cada uno. Mirna empacaba sus cosas, imaginaba el momento y los días siguientes, no dejaba de ver hacía la sala, esperando que no se notara la actividad que realizaba. Felipe era una maraña de contradicciones, se sentía mal por haberse dejado llevar. No iba con su frialdad, con su raciocinio. Llamó a su mejor amigo y le comentó la situación. Como todo amigo que se respete, lo llevó a una cantina a platicar la situación mientras invocaban la sabiduría del dios del mezcal.

– No te preocupes lo bueno es que te volví a encontrar – tomó su mano – ya no importa el pasado, podemos volver a intentar…

Las horas pasaron en la cantina. “¿Ya viste la hora güey? ¿A qué hora quedaste de pasar por tu novia?” Felipe miró el reloj, marcaba las 8 pm. “A las seis”. Su cuate le sirvió un trago. “Yo no sé mucho de esto, ni novia he tenido, pero si quedaste a las seis de ir por ella para hacer una nueva vida juntos y tienes dos horas de retraso metido en un bar, creo que no estás listo para eso”. Mirna esperaba ansiosa en su habitación, el celular la mandó a buzón, pero ella temía por él… algún accidente o algo mayor debió sucederle.

– Lo siento Mirna, pero eso ya pasó, yo solo vine a disculparme. Lo que sí te puedo decir, en forma honesta, es que contigo viví lo más cercano a enamorarme y no me ha vuelto a suceder desde entonces, ni creo que me vuelva a suceder, el hielo se volvió real y lo siento diariamente…

Eran las diez Mirna se rindió, lloró toda la noche. Felipe llegó a su casa, ebrio, también lloraba. Subió a la azotea de su casa y miró las estrellas hasta que se quedó dormido en el suelo raso.

– Entonces ¿Esto se termina así? ¡No puede terminar así!

– No todos los finales son felices, pero es un final y con eso basta.

Las palabras sonaron a invierno, en ese instante ella se dio cuenta de que no había romance que superara a la fría realidad.

– ¿Me das un último beso?

Él la besó. Era el último bolero en sus caminos ya no se volverían a ver y ambos lo sentían. Para ella, fue entregarle todo el calor que aún le quedaba intentando derretir el hielo. Para él… solo fue un trámite…

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