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¿Quién taló el cerezo?// By @indiehalda

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Por Oscar Hernández

En las escuelas y casas de Estados Unidos es tradicional contar a los niños una historia sobre la niñez de George Washington. En ella, el pequeño futuro padre de la patria confiesa haber talado un preciado cerezo de su padre quien, aunque molesto por la travesura infantil, al final valora la honestidad del infante de aceptar su error.

Casi 240 años más tarde, y nos guste o no el proceder del vecino del norte, sigue habiendo algo de honestidad en las formas sociales y políticas norteamericanas. El gringo sigue valorando la valentía de afrontar sus errores, cosa que de este lado del río Bravo ha dejado de importar, o al menos eso nos está demostrando la clase política en últimas fechas.

Si, la corrupción y el grosero uso de recursos públicos con fines privados ya son cosas de todos los días. Pero que ahora –al verse acorralados- los implicados en un escándalo se victimicen y se ostenten como objetos de persecución, es un gesto inequívoco del total alejamiento entre gobierno y gobernados, de cómo el “negar todo (o minimizar el acto) y culpar a otro” se convirtió en el recurso discursivo favorito del mexicano que ostenta el poder.

Miremos al Partido Verde, ese engendro de la partidocracia nacional, que considera un ejercicio válido el repartir tarjetas de descuentos y boletos de cine a diestra y siniestra. Multa tras multa, pagadas claro con dinero suyo pagado por nosotros ¿y ellos qué dicen? “están pegándonos, pero seguiremos haciendo nuestro trabajo”. Cinismo puro.

Los casos de Korenfeld o Gutiérrez de la Torre así como la vorágine inmobiliaria del círculo cercano al presidente reflejan la decadencia del poder: todos los privilegios, nada de la responsabilidad.  Si, el ahora exdirector de la CONAGUA renunció (sigo pensando que debió ser cesado), pero en un país donde sabemos que el salto de una posición a otra es cuestión de tiempo y olvido, es fácil creer que la renuncia fue sólo una forma de calmar las aguas.

Y así, las mismas personas, las mismas familias. Una perlita que nadie me cuenta porque yo la viví: una década atrás, durante mi estancia universitaria en León, conocí a una sobrina del hoy Secretario de Gobernación, por quien iban cada semana en helicóptero para llevarla a Pachuca.

Hoy aparecen casas en las Lomas compradas por el hidalguense, que él rehúsa poseer. Yo ya no le creo, no cuando hace 10 años lo vi ostentar el poder en un familiar lejano. Si hubiera habido redes sociales en ese entonces el tema hubiera sido de escándalo. Seguro el hombre ya está curado de espanto y se cuida bien las espaldas. El mismo desprecio a la verdad, el mismo desinterés por rendir cuentas a la gente que lo puso ahí.

Mientras, nosotros seguimos pataleando por lo mismo: el vestido, la bolsa de diseñador, el shopping. Y lo hacemos porque es lo que entendemos, porque resulta sencillo concentrarnos en lo básico. Nadie quiere entrar en detalles de un sistema que transparente y obstaculice el gasto ridículo, la obra faraónica.

¿Será que ya no valoramos la honestidad como antes? ¿Que nuestros estándares cayeron o que simplemente la impotencia nos llevó al valemadrismo? Sea lo que sea, si nos mantenemos en esta esterilidad convenientemente disfrazada de activismo selectivo, estaremos aceptando la excusa barata, el “se me hizo fácil”. No, no sólo aceptándola, estaremos siendo cómplices de ella.

¿Quién taló el cerezo? Al parecer nadie, y quien lo acepte seguramente dirá que el cerezo se lo pidió.

Esta columna cumple en esta edición un año, que ha sido de total descubrimiento para un servidor. Agradezco al equipo editorial de Changoonga y a ustedes queridos lectores el favor de su lectura en estos primeros 12 meses. Espero seguir muchos más, siempre gracias a ustedes.

Como dijera mi ídolo musical hace unos años: GRACIAS TOTALES.

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