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Crónica En Este #felizdiadelasmadres, ¡Un Brindis Por Las Que Ya No Están Aquí!

STAFF/@michangoonga
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Hace una tarde muy calurosa en la ciudad de Morelia. Hoy se festeja el Día de las Madres por lo que lugares como restaurantes, bares y cines se encuentran repletos de gente, incluso en varios de ellos se forman filas para poder entrar.
Me encuentro fuera de uno de los panteones más conocidos de la capital michoacana y también aquí se tiene una muy buena concurrencia. Si uno quiere o lo necesita se pueden comprar cacahuates, quesadillas, aguas frescas, globos, gelatinas, churros y obviamente flores; muchas opciones de flores.
Al entrar, me recibe la canción «Amor Eterno» interpretada en voz de Rocío Durcal, la llamada «española más mexicana» y quien también ya pasó a mejor vida. Deambulo un poco por los pasillos y noto que por la actividad a mi alrededor sin duda no se trata de una jornada común. Los olores de los arreglos se mezclan con la tierra húmeda producto del constante riesgo, recuerdo que el poeta Octavo Paz decía que los mexicanos somos coloridos hasta para la muerte. Nunca mejor dicho maestro.
El sol no da tregua ni un momento, así que busco refugio debajo de un árbol que produce una débil sombra. Tampoco las vendedoras uniformadas en color azul de este lugar de descanso le dan tregua alguna a los visitantes, obviamente las personas de mayor edad son las que muestran mucho interés. Un señor como de setenta años le dice a la vendedora: «yo traigo en el carro todos mis papeles», y luego de una pausa agrega: » pues ya qué tanto me falta, o no?». La vendedora sonríe con las mejillas encendidas.
En ese momento, se acerca a mi un hombre de unos 30 años de edad, alto y con el nudo de la corbata flojísimo. Lleva un traje sastre gris claro y por momentos temo que se trate de otro insistente comerciante. Pero la duda se desvanece cuando me pide prestado un encendedor para el cigarro que pone en su boca.
Me muevo para que la magra sombra lo cubra al menos un poco y corresponde ofreciéndome un Delicado con filtro. Me pregunta por alguna sección del panteón pero ignoro la respuesta.
Le comento que estoy aquí por otra razón. Él asiente con la cabeza y me dice con voz ronca que ha venido a visitar a su mamá pero no encuentra, o no quiere encontrar, el lugar de su eterno reposo. La casualidad me incomoda un poco. Ahora canta por el altavoz Marco Antonio Solís «el Buki». Terminamos de fumar en silencio.
Luego, noto con asombro el fuerte olor a charanda que desprende su ropa, sus palabras también huelen a pena. «Me tengo que ir amigo, que le vaya bien», se despide de manera por demás amable. Pero antes de partir, saca debajo de su arrugado blazer una botella pequeña, con poco menos de la mitad de su denso e incólume contenido allí atrapado como el genio de Aladino. Tengo algunos amigos que le llaman a esta marca de charanda «duende azul». A la manera de las películas de Pedro Infante, de un largo trago acaba con el líquido. «Salud», le refiere más al aire que a mí persona y en seguida toma su camino. Lo observo un momento. En silencio comparto su brindis este lánguido y soleado 10 de mayo.

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