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Relatos de noches sin luna: De aquellas 48 cartas

Escribe: Héctor Medina

Aquel viejo cofre era todo un misterio para la familia después de que el padre murió. ¿Qué tantas cosas había guardado ahí?, ya que desde que tenían memoria el mencionaba que guardaba los objetos más preciosos que iba coleccionando conforme su vida avanzaba.

  • Quizá tenga monedas y billetes de todo el mundo- Dijo Ernesto en tono codicioso.
  • ¡Estas equivocado!, deben ser artículos de colección que hoy en día deben valer millones y que no debemos tocar para que no pierdan su valor- participo Valentín.

Claro que aquel par de voces eran de unos pequeños que no sabían del todo lo que decían.

La madre los miro a ambos con ternura y con tono suave dijo:

  • Esperaremos unos días antes de descubrir lo que su padre guardaba con tanto cariño, es algo que ni yo misma se. –

Los días avanzaban, y tanto Ernesto como Valentín sentían pasar con demasiada lentitud las horas, no podían sacar de su cabeza aquel cofre de madera rugosa, un tanto apolillado por estar oculto en un rincón insospechado de la residencia y que fue descubierto cuando por motivos de hipoteca tuvieron que hacer mudanza los Pérez.

El padre de aquellos críos había sido una persona misteriosa, que hablaba solo lo necesario y pocas veces demostraba su jubilo. Reservado, educado, respetado por todos y sobre todo una persona amorosa con sus hijos a los cuales procuraba no les faltara nada.

Nadia su madre en cambio era una persona demasiado expresiva, cantaba y bailaba en cualquier sitio donde se encontrará, siempre jovial y platicadora con cualquier persona:

  • Hola doña Zenaida, ¿Cómo esta su hijo? –
  • Don Andrés, supe que su esposa había enfermado y le traje este caldito de pollo, espero mejore muy pronto.
  • Hijos venga a bailar esta canción, aprendámonos esa coreografía, justo ahora la están pasando en la televisión. No tengan vergüenza, ¡bailen!

Aun así, con la diferencia de personalidades ambos eran una pareja feliz, equilibrada y que se amaban desde el día en que sus miradas se cruzaron en aquella nevería del pueblo.

Con la muerte de Eugenio, Nadia tuvo que nivelar un poco su carácter por lo que se volvió mas seria a fin de equilibrar la ausencia de su marido y con esto evitar que los niños sintieran de golpe aquella pérdida irreparable.

La nueva casa tenia menos espacio que la anterior, pero serviría mientras obtenía un trabajo un poco más remunerado, había más carencias, pero no eran comparadas con aquella de ya no tener el amor de un ser querido.

  • Deberías abrir el cofre mamá, quizá nuestro padre haya dejado una fortuna guardada dentro del cofre – Insistía Ernesto.
  • No seas bobo, de ser así papá se lo hubiera dicho a mamá y no estaríamos pasando por esta situación.
  • Siempre tienes que ser un sabelotodo, ya cállate Valentín.
  • Calma niños, calma, saben bien que a su padre no le gustaría verlos peleando.
  • Perdón mamá, nos dejamos llevar por la emoción.
  • Vayan y lávense la cara y las manos, y por favor vengan a sentarse que la cena ya está lista.

Después de la merienda la madre arropo a los niños y los dejo en aquella habitación que ahora compartían los tres, la situación pintaba muy difícil y una vez dormidos los niños Nadia salía a rumbo a la fábrica de plásticos donde había conseguido un trabajo nocturno. Con el pendiente de que sus niños despertaran y no la encontraran deseaba que las horas pasaran lo más rápido posible solo para regresar, mudarlos de ropa y mandarlos a la escuela, y después de todo esto dedicarse a remendar la ropa de algunos vecinos que en un gesto de solidaridad le daban para poder ayudar a la pobre mujer.

Pasaron los años con la misma rutina y poco a poco la salud de Nadia iba disminuyendo más no su alegría, se mantenía positiva esperando siempre tiempos mejores. Los niños se habían convertido ya en jóvenes que entendiendo la situación hacían cualquier clase de trabajo o mandado que se les encomendara, siempre tratando de ganar un par de billetes que ayudaran a su madre.

Valentín era el mayor y procuraba ir siempre con su madre para acompañarla a la fábrica y recogerla en la madrugada que terminaba su jornada. Había intentado varias veces obtener trabajo en aquel lugar para poder cuidar un poco más de su progenitora, pero se lo habían negado ya que el capataz decía que era aun muy joven y que el trabajo disponible era muy riesgoso, por lo que era mejor ahorrarse problemas.

Y ciertamente aquella fabrica tenia fama de ser un portal hacia la muerte ya que año con año sucedían muchos accidentes que dejaban decenas de viudas y huérfanos, de los cuales no se hacía responsable la empresa.

Una de tantas noches un ruido estrepitoso se escucho dentro de la nave “A”. El corazón de Valentín se agito, un horrible malestar invadió sus intestinos y sospecho lo peor. El ruido producido por las ambulancias comenzó a escucharse a la lejanía.

  • ¡Madre! – grito Valentín desesperado, tocando incesantemente el gran portón oxidado que daba acceso a la fábrica.

Su cuerpo se tambaleo y cayo de rodillas sobre la desierta calle. Muy pronto los paramédicos arribaron al lugar y no tardaron mucho en sacar sobre la camilla a una mujer malherida. Los ojos de Valentín se llenaron de lágrimas, pero tenía que ser fuerte y acercarse para ver a su madre y acompañarla hasta el nosocomio. Fue entonces cuando una mano lo tomo fuertemente del brazo y haciéndolo girar con un poco de llanto lo abrazo como se abraza lo mas querido de este mundo. Era su madre que desde la lejanía lo había reconocido y viendo el dolor que padecía su hijo decidió ponerle fin.

Valentín sintió que le volvía el alma al cuerpo y la apretó con tanta fuerza que parecía que jamás la soltaría. Que siempre la mantendría cerquita de el y de su corazón.

A la mañana siguiente ya mas tranquilos todos. Nadia se dirigió a la fábrica dispuesta a renunciar, no quería exponerse más en ese trabajo que era un constante riesgo.  Valentín y Ernesto decidieron abandonar sus estudios y buscar algún trabajo que no representara tanto peligro, pero debido a su trunca educación solo consiguieron empleos temporales, pero eso les bastaba para vivir felices al lado de su madre.

Pasaron los días y las cosas no cambiaban, pero la pobreza no era pretexto para no vivir contentos y con lo necesario; comida, techo y amor no le faltaban aquella singular familia. Todo iba bien hasta que un día después de llegar a sus trabajos encontraron a su madre tendida sobre la maquina de coser. La vida por fin había cobrado la factura de tantos desvelos y años de trabajo, su cuerpo por fin había reclamado aquel descanso que ella en tantos años pudo darse.

Desconsolados aquellos jóvenes tuvieron que vender sus mas valiosas pertenencias para cubrir los gastos fúnebres que dichos menesteres generaban. Como vivían en un barrio pobre los vecinos solo pudieron apoyarlos con flores y café.

El tiempo paso y con la ausencia de sus padres no quedo otro camino que seguir adelante, madurar y esforzarse por lograr la vida que ellos habían deseado para los dos. Un mañana de domingo decidieron con todo el dolor de su alma deshacerse de una buena vez de la mayoría de las pertenencias de su madre y fue entonces cuando aquel viejo cofre apareció de nuevo.

El misterio invadió de nuevo sus rostros y de inmediato procedieron a buscar la llave que abriría aquel candado que ocultaba y a su vez pondría fin al misterio. Era necesario saber después de tantos años el contenido; lo que guardaba con recelo aquel guardián.

No pudiendo encontrar las llaves decidieron tomar un cincel y un martillo y darle una muerte apresurada al cerrojo.

  • Ten cuidado Ernesto no lo vayas a dañar, recuerda que es el único recuerdo material que tenemos de nuestro padre –
  • Guarda silencio que solo logras distraerme si no vas a ayudar no molestes y apártate de aquí –

Con el corazón agitado y las manos temblorosas, apretó los dientes y cerrando los ojos dio un solo golpe. El sonido del metal se hizo presente cuando las herramientas impactaron sobre el piso. El cofre por fin se encontraba abierto y develando el contenido: En el se encontraban unos sobres de diferentes colores.

  • Mira Valentín, pon atención, son las 48 cartas que mi padre escondió, las mismas que le escribió a nuestra madre cuando este se fue a trabajar al extranjero para reunir dinero y poder casarse.

El secreto había llegado a su fin, con lagrimas en los ojos los jóvenes buscaron un nuevo candado y cerraron de nuevo el cofre, colocándolo con amor debajo de la fotografía de sus padres, como un recuerdo de su amor, como inspiración para poder cumplir de ahora en adelante las metas que se propusieran.

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