Relatos de noche sin luna: Esteban
Escribe: Héctor Medina
Como todos los domingos Esteban se levantó al sonido del primer gallo, se ducho y mudo la ropa, después de desayunar su acostumbrado café con pan se dispuso a dar su matinal paseo en bicicleta por la ciclovía de aquel parque citadino.
Pedaleo unas cuantas vueltas y agotado decidió sacar de una de sus bolsas una licorera plateada, que particularmente aquella mañana opto por sacarla de la vitrina de la sala, solo por si acaso. El primer trago resulto tan gratificante que se tumbó bajo uno de aquellos robles que adornaban el terreno con sus verdes hojas. Ahí estuvo triste y solo, sintiendo como la temperatura corporal aumentaba. Tenía ya dos días con indicios de gripe, pero aquel whisky fue el reactivo y las molestias aparecieron en los minutos posteriores al último sorbo.
Sintiéndose mal se encaminó rumbo a su casa donde esperaría a Carmen para comer, a pesar de no sentirse muy bien de salud quería pasar tiempo junto a ella ya que anímicamente se sentía desolado. Comieron casi sin hablar, pero la compañía silenciosa le resulto tremendamente grata. Terminando aquel suculento filete se disculpó y se retiró a dormir, Carmen subió a su auto y se marchó entendiendo la situación.
Esteban durmió alrededor de tres horas dentro de las cuales la fiebre se hizo presente. El teléfono sonó, interrumpiendo su reparador descanso.
– ¿Esteban? –
– Si, ¿qué pasa? –
– Necesito que vayas a encerrar el vehículo de la oficina –
– Pero habíamos quedado que pasarías por mí para hacerlo, ¿Entonces donde quedo ese maldito acuerdo? –
– Eso no importa, no pasa nada, ve, enciérralo y no se diga más, al final del mes encontraras una gratifación por tu servicio –
Se abrigo llevándose consigo su malestar para que lo acompañara a su nueva actividad. Llego hasta aquella pensión donde guardaban los automóviles, el edificio estaba tan solitario como una iglesia un martes a medio día. Aparco el carro, cerro con llave y comenzó el viaje de vuelta a su habitación a la cual deseaba llegar con ansias.
-¡Pfff!, no veo la hora de tirarme en la cama y llegar a descansar-
Había terminado de pensarlo cuando unas gruesas gotas de lluvia lo golpearon en la cabeza, no hubo techo ni transporte que lo protegieran de la furia de Tláloc.
-¡Sopa!, soy una sopa agria- pensó al entrar en su casa, fue hacía el apagador no había electricidad. Por suerte tenía una vela y un radio con baterías, después de aquella empapada sentía que ya nada podía molestarlo.
Se metió a la ducha alumbrado por la tenue luz de la cera mientras en la radiodifusora cantaban boleros como queriendo seducir su imaginación. Al terminar se colocó su ropa nocturna, apagó el radio y leyó un poco acompañado de ese fuego bicolor, sintiéndose tan agradecido que le compartió su el vapor de aquel té que le sirvió de cena. Quiso lavar la taza, pero tampoco había agua; que ironía afuera seguía lloviendo.
Prefirió meterse en la cama y esperar al sol. Los perros comenzaron a aullar como en aquellas noches tétricas de infancia que tanto temor le causaban
– Espero mañana sea un mejor día-
Y volvió a cerrar los ojos, esperando no despertar hasta que todo mejorara.
*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.