Relatos de noche sin luna: Dan
Escribe: Héctor Medina
El sol comenzaba a esconderse detrás de aquellos inmensos edificios llenos de cristales amarillos polvorientos y estrellados. Ninguna nube se visualizaba a la redonda, era un buen espectáculo para una tarde cualquiera.
Había logrado escapar de aquella guerra. De una u otra forma había sido elegido por azares del destino para abandonar el caos que se apoderaba agitadamente de la nación. Recuerdo que en aquel momento me pidieron que llevara conmigo al ser que más amara, o al menos al más cercano, para que juntos pudiéramos huir al extranjero, a otro sitio distante y comenzar una nueva vida abandonando por siempre el pasado.
Después de pensarlo detenidamente decidí tomar la oportunidad y viajar solo, al fin de cuentas se trataba de comenzar una nueva vida desde cero por lo cual sería mejor empezar sin nadie.
Ellos solo me permitirían llevar a uno, ¿Para qué me serviría alguien que se quebraría al primer recuerdo de lo que fue, de lo que entonces llamábamos familia u hogar?, se volvería un montón de malestares sentimentales que terminarían estorbándome, un puñado de sueños rotos respirando en una masa de carne y hueso; un manojo de nervios inservible.
Pasaron los días y finalmente llego la noche acordada. La luna se escondía atrás de inmensos nubarrones dándonos la oportunidad de escabullirnos con cierta facilidad por aquellos sucios callejones. Había poca vigilancia en las avenidas, pues parte del equipo rebelde se había encargado de crear distracciones en el lado opuesto de la ciudad; lugar donde las sirenas agitaban estruendosamente el marchar de los soldados a causa de los disturbios generados. Cuando llegamos al hangar, lugar de escape, los motores estaban encendidos, descendimos rápidamente del coche y abordamos tan rápido como nuestras piernas lo permitieron.
El clima comenzó a empeorar y gruesas gotas de lluvia comenzaron a estrellarse ruidosamente en los techos de lámina que protegían el aeroplano. En la radio anunciaban el nacimiento de un Huracán justo a la mitad del camino que nos llevaría a nuestro destino.
-¡No hay marcha atrás, debemos continuar!- grito nuestro capitán, mientras nos miraba fijamente a los ojos. -Deberán apostarle a la suerte si es que quieren salir de una buena vez de aquí, es probable que no exista otra oportunidad-.
Golpeo fuertemente la coleta y en el acto nuestra avioneta comenzó a elevarse buscando la gracia de Dios yaciente en las alturas. Fue un trayecto terrible lleno de turbulencia, golpes de aire y mucha presión atmosférica. Algunos rayos casi nos golpeaban, pude ver a la muerte besando suavemente mis labios mientras se alejaba sonriente.
No se exactamente cuantas horas pasaron y si fue que perdimos algún motor u otra parte importante que nos permitiera seguir en el aire, solo sé que cuando por fin estuvimos en tierra todos vomitamos y el piloto se desmayó inmediatamente víctima de un daño encefálico. Corrimos temerosos, presas de un nuevo pánico y a pesar de deberle la vida a ese valiente hombre, optamos por dejar la suya al azar.
Fue algo cruel dejarlo a su suerte, pero era necesario para mi salvación. Mientras corría por entre aquellos llanos pensaba en todos los que había dejado atrás. Me consolaba el hecho de que mis padres entenderían que su destino era morir antes que yo, – ellos lo hubieran deseado así –pensé y ella… mi único amor hasta ese momento tendría que acostumbrarse a la frase de: «si lo amas déjalo libre» y no es que no hubiera pensado en ella, pero simplemente se negó a huir conmigo.
Corrí y me escondí tan hábil como un felino entre el paisaje casi muerto del lugar hasta llegar al punto de reunión. Toque tres veces la puerta y rece la contraseña requerida. Una vez dentro me despojaron de mis ropas, afeitaron mi rostro y tiñeron mi cabello. Tendría nuevo nombre, nacionalidad y domicilio; me conocerían como «Dan».
Al principio me sentí una mierda, una gran y reverente mierda, pero luego recordé que somos lo que pensamos y yo era una persona nueva en todos los sentidos, así que me enfoqué en eso y fui borrando poco a poco de mi mente todo mi pasado. De cualquier manera, de nada hubiera servido llorar, mis lágrimas no reverdecerían las flores ni a los campos marchitos por la guerra, ni siquiera humectarían los deseos de salvación de cientos de cadáveres. esos muertos, que seguramente estarían pudriéndose bajo un montón de escombros.
Ahora soy Dan, el tipo de facción morena y gestos duros. El que se reprochaba hasta hace un tiempo el abandono y la traición a sus ideales con tal de alargar un poco más su existir. El que quiso comenzar una nueva vida en el anonimato. El que se comportó egoísta y no salvo a los suyos. El “Sucio Dan”, quien lucho internamente para borrar las manchas de aquellas buenas enseñanzas de sus padres, las que nunca aplico, pero de alguna manera llegaron a doler en la soledad de un nuevo idioma. Dan el que resurgió de las cenizas para reconstruirse en la tierra donde nace el sol cada mañana.
*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.