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Así nos asaltaron en una combi Verde 4 de Morelia // By: @ellycastillo

ELLY-CASTILLO
Elly Castillo es un pachuco bien cholo y más chundo con 12 años de experiencia en el periodismo michoacano quién además de ser un chichinfla bien malafacha cooordina al equipo de Changoonga.com y claro, baila el tibiritabara!

Por: Elly Castillo

Mis lugares favoritos al viajar en una combi de esta ciudad son los lugares traseros, en las esquinas, pegado a las ventanas, para ir viendo el camino y distraerme un poco de la monotonía del tráfico en las cada vez más insufribles vialidades de Morelia.

En esas estaba este miércoles pasado, 25 de marzo como a eso de las 7:25pm, acomodándome en el asiento trasero derecho de la unidad 104 de la ruta Verde 4, sintonizando el noticiero de Pepe Cárdenas en el radio de mi celular que recién acabo de comprar a crédito cuando alcé la vista y de repente vi emerger una pistola, más bien dicho una pistolota tipo escuadra mango de madera que salía dentro de una mochila negra. Tardé unos 3 segundos en comprender lo que no podía creer: Nos estaban asaltando…

A lo largo de este año se han disparado las historias morelianas de terror, las denuncias ciudadanas, en redes sociales, las que nos llegan a la Redacción o a los correos personales pidiendo que investiguemos, que denunciemos, que hagamos de Ministerio Público. Son asaltos, robos, y lo peor, asesinatos derivados por robos y asaltos funestos, cada vez más violentos, por cosas insignificantes. Una bolsa, un teléfono.

Morelia en estos días se ha convertido en el DF de los 80’s y parte de los 90’s. En ‘Mugrelia’ como la describen algunos. En una extensión de las zonas más oscuras del Estado de México como Neza y Ecatepec. Aquella ciudad provincianamente pispireta de cantera rosada, se ha convertido en una jungla oscura literal. No sirve gran parte del alumbrado público en las grandes vialidades como los cruceros y salidas de la capital del estado. Son auténticas bocas de lobo, donde cualquier silueta humana es motivo de sospecha.

“¡Órale cabrón no te hagas pendejo y saca el celular!” le exigió el ratero a un hombre de unos 50 años, de aspecto obrero, quien le perjuraba que él no usaba móvil. La rata entonces le apuntó directamente y le repitió que le diera su celular. Ya habían pasado entonces unos 20 segundos desde que ví el arma hasta que escuche la primera amenaza del sujeto, un chavo robusto, tal vez de mi edad, 34 años, no más. Tez morena, portaba gorra y una chamarra azul con las manos tatuadas aunque no alcancé a verle los dibujos.

Tardé como otros 3 segundos en reaccionar ante la escena que estaba viendo, la que muchas veces ya había escuchado, como cuando un amigo me comentó hace unos 5 meses del asalto que sufrió su mamá en un camión de la ruta Pedregal ¿un domingo a las 6am! O las ya cada vez más comúnes notas periodísticas de asaltos en combis, algo que no se había visto en la que solía ser El Jardín de la Nueva España.

A principios de este año nos informaron en la Redacción de la muerte de una enfermera moreliana cuyo caso habíamos conocido de primera mano, pues resultó asaltada, le arrebataron su bolsa con lujo de violencia en una transitada avenida. La mujer cayó de forma violenta golpeándose la cabeza. Murió alrededor de un mes después de estar en agonía por el traumatismo craneoencefálico. Y todo por robarle una bolsa.

Hace un mes nos llegó otra denuncia bastante preocupante. Un viernes por la noche. Un padre de familia más allá de emputado, con tremendo coraje, nos contaba que hacía unos instantes mientras esperaba el verde en un semáforo de la calzada La Huerta un motoneto intentó asaltarlo dando cristalazo a su auto, y su pequeña hija viajaba atrás. El afectado narró que los servicios de emergencia tardaron más de 10 minutos en contestarle, que tuvo que huir literalmente del ladrón arrancándose a toda velocidad. Al último nos confesó su deseo por hacer justicia por su propia mano y convocó a quien leyera su denuncia a “no dejar  vivos a esas pinches ratas”. La respuesta de los lectores fue brutal. Casi todos apoyaron esa “propuesta”: la justicia por propia mano bajo el argumento ¿de que lloren en la casa del ratero o en la mía?

Yo mismo ya he sido víctima de la actual oleada criminal. Hace unos ocho meses me robaron mi auto en pleno centro de Morelia, y en media hora.

Pero nunca me había tocado que me sacarán una pistola y me apuntaran con ella para robarme. El ladrón pedía solamente los celulares.Por la cuestión reporteril siempre cargo dos teléfonos que por lo general llevo ocultos en bolsas interiores. Sacrifique el más viejito. Agradecí que no exigiera las carteras porque me iba a dejar sin comer al menos una semana.

Sólo éramos cuatro pasajeros. Una señora que viajaba adelante ligando con el chofer, a quien por cierto la rata no le exigió ni dinero ni teléfono. Un humilde chavo como de unos 25 años que estaba sentado en la otra esquina del asiento trasero, y el obrero que cite antes.

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Ironías de las circunstancias, instantes antes yo le pasé una moneda de diez al asaltante para que me hiciera favor de rolar mi pasaje al chofer. No pasaron ni cinco minutos cuando este tipo sacó su arma, al dar vuelta la combi sobre la avenida Villa Universidad.

“¡Órale cabrones sus teléfonos!” era todo lo que decía mientras blandía su pistola. A lo mucho pasaron dos minutos en los que el tiempo se detuvo, como si fuera una realidad paralela, alterna. El sujeto le dijo al chofer que parara, a media calle, ya estaba oscuro aunque a las 7:25 todavía es temprano. Nuevamente el desalumbrado público estaba del lado del maleante.

Tan campante el ratero que en vez de echarse a correr tras su crimen cometido, más bien se limitó a descender y correr a la unidad: “¡Lárgate! lárgate ya!” mientras el chofer atolondrado por la escena se alejaba.

Nos miramos entonces entre las víctimas que ya éramos. No sé los demás pero como no era mi primera vez el shock personal lo pude controlar un poco más según yo.  Intercambiamos algunos puntos de vista pero nada concreto.

Cada pasajero fuimos bajando en nuestros destinos mientras la combi 104 verde 4 siguió su ruta normal, con el chófer intercambiando opiniones con la señora ligadora que al final del asalto también tuvo que aflojar su celular al ladrón. Afortunadamente la rata, quien si bien gritaba mostraba una actitud serena, diría que confiada, le creyó al obrero que no llevaba celular consigo, pues se concentró en él por buena parte del robo. O tal vez no llevaba la pistola cargada pero ni modo de hacerle al héroe para comprobar esa teoría.

Cuento mi historia no sólo como manera de desahogo psicológico (siempre es bueno compartir los traumas con los demás) también a manera de advertencia, de consejo y reflexión: Si tú usas el transporte público en Morelia te recomiendo que no saques tu celular. Es lo que la mayoría de las y los chavos hacen apenas subieron a la combi o al camión. Y si tu equipo es muy valioso, te recomiendo tener dos celulares, por si te llegan a asaltar y tienes la suerte que tuve yo de poder elegir que teléfono entregar. Desconfía de sujetos con mochila. Sé lo difícil que suena ello pues medio mundo lleva mochila. Yo mismo cargo una.

Tras el asalto, la combi 104 siguió su ruta y se fue llenando. Con niños, madres de familia y estudiantes que se disponían regresar a sus casas tras terminar una jornada más. A todos ellos me hubiera gustado contarles lo que acabábamos de vivir, para decirles que tuvieran cuidado, que estuvieran truchas, en alerta. Pero no pude. Mi shock no me lo permitió. Tal vez lo único que haría sería contagiarlos de mi naciente paranoia. Baje de la combi y me sentí inmediatamente trastocado. No puedo compararlo con una violación como tal pero me sentí ultrajado. Y entonces el shock comenzó a tornarse en coraje, en emputamiento, en tristeza y decepción. Otra vez, víctima de la delincuencia.

Mismos sentimientos debió sentir el otro chavo asaltado. Sólo lo oía mascullar una y otra vez durante el trayecto «hijo de su pinche madre». Como para proponerle que regresáramos al día siguiente a «cazar» a la rata por el mismo rumbo, pero…

Llegue a casa, compartí la historia con unos vecinos y de inmediato surgieron sus propias historias del terror: Un hijo acuchillado hace seis meses en un intento de asalto  ..afuera de la Catedral; un estudiante dos veces asaltado en la misma calle a plena luz del día, con sólo 15 días de diferencia. Una pareja de esposos asesinada al interior de su casa apenas dos cuadras adelante, hace dos meses.

Y mientras nosotros nos salvamos como podamos, las autoridades dicen que van ganando, que las cosas van mejorando, que para eso están trabajando. Y lo mismo que esta pasando en Morelia, ocurre en Lázaro Cárdenas, en Uruapan, Zitácuaro o Apatzingán. Los cobros de piso y las extorsiones están de regreso; y la delincuencia no-organizada, los malandros de medio pelo esta llenando los espacios vacíos que dejaron  los grandes grupos criminales bajo el disimulo de las autoridades, mismas que no han sido reformadas ni reconstruidas.

Da la impresión que ser víctima de la delincuencia ya es una ruleta rusa con cada vez más oportunidades de ser el infortunado, que puede perder desde un celular hasta la misma vida. Así de feo se ha puesto por aquí aunque muchos aún insisten en vivir en otra ciudad que aunque lleva el mismo nombre, sus escoltas y sus guaruras y sus viviendas en residenciales de lujo con seguridad privada les impide ver, el verdadero panorama de lo que vivimos nosotros, los de a pie.

Lamentablemente, más que un teléfono,  a mi me han robado la confianza, la tranquilidad, la armonía. Ahora cada vez que suba a una combi y vea a un sujeto con mochila pensaré lo peor. Como cuando camino por calles oscuras y sospecho de cualquier silueta.

Ay mi Morelia ¿qué te hicimos? Tú no eras así…

Cosas que ahí están pero a nadie le interesan:

Fue hasta el 4to intento que pude hacer la denuncia en el 066. Las tres primeras llamadas me dejaron esperando con su estúpida contestadora que dice que a ellos les importa tu reporte.

Hasta eso, el operador fue atento y servicial, pero nada más. “Ojalá que el chofer -de la combi- quiera acudir al MP a poner la denuncia”…sí claro! pensé yo por dentro, mientras me cuestionaba si de verdad sirve de algo hablar con alguna autoridad en este estado.

TRUCHAS:

Mientras los políticos viven en su realidad y en su mundo pidiendo votos sólo para que ellos y sus compadres tengan una vida chida, con buenos salarios rodeados de lujos, nosotros los simples ciudadanos debemos hallar la forma de sobrevivir a ellos, a los delincuentes, y a nuestras propias autoridades. Anarquía institucional, valemadrismo social. La ley de la selva en su apogeo.

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