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Los límites de la idiotez // By @indiehalda

Por Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Idiota. Adjetivo/nombre común

1. [persona] Que padece idiocia.

2. Coloquial [persona] Que es poco inteligente o que molesta a alguiencon lo que hace o con lo que dice.

En la más reciente de las polémicas generadas por Jeremy Clarkson, el pomposo conductor principal del programa británico Top Gear (el cual básicamente trata sobre ver a 3 tipos manejando autos de todo tipo), él y su equipo pasaron un mal rato en Argentina, tras la “coincidencia” de llevar placas que hacían clara referencia a la guerra de las Malvinas, una herida que para muchos argentinos sigue estando abierta.

Al grupo de presentadores no les es ajena la controversia. Si, fueron los mismos que hace un par de años se valieron de un automóvil mexicano para hacer mofa del estereotipo nacional. Ya saben: que somos flojos, flatulentos y todo eso. Y pues lo somos, aunque no todos, y no todo el tiempo.

En fin, que a la población donde se grabó el programa no le pareció nada graciosa la puntada de los ingleses y a pedradas e insultos los sacaron del país. Una vez fuera de peligro, los ingleses manejaron el “Ni aguantan nada”: que si fue una coincidencia, que si hubo vidas en peligro por una tontería, que quienes los atacaron eran jóvenes que ni siquiera habían nacido cuando el conflicto estalló…  en resumen: fuimos unos idiotas, pero no era para tanto.

La nota pone en la mesa un tema que en México se vive todo el tiempo: ¿Cuándo la libertad de expresión se convierte en abuso? ¿En qué momento saltamos de la “carrilla” al bullying? ¿Es trabajo del idiota o de la figura de abuso el decir “hasta aquí”?

Desde nuestra etapa escolar formamos parte de ese ecosistema. Recuerdo que en mi secundaria -estudié en una escuela solo para hombres- reinaba la ley del más fuerte: madrear o ser madreado bajo la mirada casi siempre complaciente de los maestros. Años después puedo decir que esa jungla educativa ayudó a “formar el carácter”, aunque conozco muchos casos de cicatrices que nunca sanaron, arrastrando el abuso a la edad adulta. Agradezco haber siempre estado en medio de esa cadena alimenticia adolescente.

El internet y las redes sociales ampliaron el alcance del abuso. Ahora es cuestión de ancho de banda el lanzar nuestro veneno a cualquier parte del mundo. Y el velo de anonimato omnipresente en la red permite lanzar la piedra y esconder la mano: fuimos testigo del nacimiento del “troll”, huestes de inadaptados que encontraron en una computadora el sitio donde cubrir sus evidentes carencias.

Pero no es solamente en el mundo virtual donde se experimenta la barbarie humana. Día con día experimentamos la idiotez nacional: la del cafre que se nos cierra, la del que se hace el dormido para no ceder el asiento, la del político que roba y roba, la de la autoridad que sólo da manazos y advertencias, la del “empresario exitoso” que se hincha de billetes a costa de la pobreza ajena.

Y sí, el hartazgo del abuso lanza a las calles a la gente, a gritar consignas y exigir una mejor vida –digna, segura, lo que caiga- . Es en esos movimientos en los que encuentran cobijo aquellos que Alfred describió a la perfección en “El Caballero Nocturno”: hombres que sólo quieren ver arder el mundo, la idiotez en forma de grafiti innecesario, de ventana rota al azar, de insulto fácil.

Como sociedad soportamos estoicamente las diversas expresiones de la idiocia social, y las contestaciones son siempre las mismas: siempre marchamos, siempre hacemos hashtags, siempre estamos indignados, y siempre olvidamos todo cuando llega el siguiente gran idiota.

Ante la idiotez ajena, existen 2 alternativas simples: ignorarla, eliminando el poder del idiota en nuestras vidas, o eliminar el problema de tajo. La segunda alternativa suena aún más idiota que aquello que busca erradicar, por lo que mi opción ganadora es bloquearla.

 

No empoderemos al idiota. No seamos el que avienta la piedra, seamos el que la esquiva y construye con ella.

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