STAFF/Colab. Especial. Eliza Flores
El Día del Niño año tras año es una festividad esperada por miles de morelianos, es un día para ponerse ropa cómoda, tenis y gorra, para salir a pasear al Bosque Cuauhtémoc; este año la pandemia por COVID-19 mantuvo a los niños en sus casas.
Los pasillos están vacíos, las hojas de los árboles no dejan de caer y de seguir creciendo. Las bugambilias están a tope de flores, la primavera puede respirarse; las ardillas siguen jugando en los barandales, solo que hoy no hay niños que les estén ofreciendo galletas.
Fuentes limpias y bancas con cintas donde puede leerse “precaución” es lo que rodea al kiosco del Bosque Cuauhtémoc, hoy no hay niños en bicicletas, con patines o jugando a la pelota.
Los columpios están asoleándose, estáticos, no hay padres empujando los juegos, no hay niños riendo, se puede escuchar el vacío de la infancia. No vemos leones, Spiderman o princesas jugando en los sube y baja.
La oruguita, el trenecito y los caballitos están dormidos o tras las rejas, no se escucha el rechinar de los juegos, no hay filas para subir a los carros chocones; también faltan las patinetas y los adolescentes riendo porque alguno cayó de alguna rampa.
Hoy el Bosque Cuauhtémoc está deseoso de ver, escuchar las risas de los niños, la naturaleza sigue esperando ser acariciada por los bebés que gatean por primera vez sobre el pasto, las bancas extrañan a los niños que están aprendiendo a brincar desde esas enormes alturas.
