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En Loco Tidiano… Dormilones.

 

By: Rosío Morelos.

Dice el dicho que “no por mucho madrugar amanece más temprano”, pero ciertamente los que madrugan son más propensos a volverse los consentidos del jefe (al menos en cuanto a precisión de asistencia se refiere, incluso aplauden descaradamente esta cualidad con premios ventajosos como los llamados “bonos de puntualidad”).

Para los dormilones es milagrosa la capacidad que tienen otros de despertarse de un “jalón” apenas su conciencia los trasporta a la realidad. Seres iluminados que incluso tienen la maña de ganarle al despertador y silenciarlo antes de que empiece a sonar la alarma (como si se tratara de una carrera a ver quién gana).

Para un dormilón se vuelve difícil despegar los párpados de los ojos, aun cuando se ha percibido la escandalosa y chocante luz de la mañana, que seguramente hace su aparición con el afán de molestar. Es común que como mecanismo de defensa se proceda a llevar la almohada a la cara mientras se piensa en la frase “otro ratito” hasta perder la conciencia.

El problema es que ese “otro ratito” puede en ocasiones convertirse no en cinco minutos (que son los que tiene la intención de dormir el individuo en cuestión), sino en media o incluso una hora. Así que cuando por fin se logra escapar de la cama, el dormilón siente con todo el rigor la presión del tiempo y las responsabilidades encima.

Despertarse con prisa implica muchas dificultades. El estrés puede generar que se olviden cosas importantes: que dejemos fuera de la mochila las cartulinas para la exposición en el salón, que se queden en la mesa de trabajo los reportes que pidió el supervisor, que no se le haya puesto la tarea al niño en la mochila, etc.

Otra de las desventajas de salir corriendo es que no se alcanza a disfrutar de un relajante baño matutino, que es un excelente remedio para prevenir el mal humor. Probablemente además se tenga que ir en el tráfico “echando pata” con la neurosis a todo lo que da, tratando de ganarle al reloj en una carrera imposible.

Lo peor de todo es llegar al lugar de destino groseramente tarde. No hay nada más vergonzoso, que tratar des escurrirse a una sala de puntillas. Es común quedar expuestos cuando la puerta nos delata con sus prominentes rechinidos (en cuyos casos todos voltearán hacia atrás con mirada de desaprobación), o cuando, el maestro o jefe hace algún comentario hiriente o jocoso sobre nuestra llegada apenas ingresamos al lugar: “¿se le durmió el gallo o qué Godínez?”

Existen soluciones para evitar que el “otro ratito” se convierta en una pesadilla. Una de ellas es programar varias alarmas con minutos de distancia (aunque esta no siempre es una buena estrategia, ya que después de la última alarma, se puede volver a pensar “dos minutitos más”, regresando al problema inicial). Otra opción es poner un despertador increíblemente lejos, y asegurarnos de que su alarma sea enervante, de tal manera que para apagarlo sea forzoso levantarse de la cama, y de esta forma romper de un tajo la continuidad del sueño. Sin embargo, el mejor remedio para despertar solo lo experimentan los que viven en familia: nada como un jaloneo de la mamá acompañado de un insistente “ya despiértate” para transportarnos a la realidad de golpe; qué decir de los saltos a la barriga propinados por las “bendiciones” exigiendo su desayuno; no hay nada más estimulante que te despierte la pareja con sutiles artimañas que se traducirán en una gratificante recompensa si nos atrevemos a interrumpir la estancia en el mundo de los sueños.

Luz Rosío Morelos. Egresada de letras, distraída de oficio.

Contacto: chio.moregu@hotmail.com

 

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