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Uber y un traje con manchas de salsa // By Luis Fabián Fuentes

Luis Fabian Fuentes Cortes 02

Por Luis Fabián Fuentes

Las compañías de transporte bajo demanda han llegado para quedarse. Tratar de impedirlo es como querer tapar el Sol con un dedo. Cabify, Ubber, Blablacar y otras parecidas están cobrando auge en diferentes ciudades del país. En algunas ya son parte de la vida y movimiento natural de los habitantes. Si no logran entrar en Michoacán esta primera etapa, lo harán en un momento futuro, cuando las condiciones sean mejores. De acuerdo con la empresa, en el lanzamiento en Morelia registraron 27 000 nuevos usuarios. Si comparamos esta cifra con los tres vehículos que detuvieron los taxistas en contubernio con COCOTRA y tránsito del estado parece que la operación, aunque mediática y aparatosa, en términos reales, como la mayoría de las manifestaciones, solo fue ruido de fondo y un baile por quitarle un pelo a un gato. Al menos ellos pellizcaron al gato, hay otros que solo hacen ruido y el gato ni se inmuta.

Más allá de las malas prácticas a las que los taxistas nos tienen acostumbrados, como el tener que pedir un radio taxi y aguantar los buenos y malos modos de las operadoras, la geta de las taquilleras en la central, el chofer que te cobra lo que se le hinchan sus honorables bolas (sí, te hablo a ti, el culero que me cobró el doble en la central de Morelia hace un mes. No había unidades, la de la taquilla no me quiso vender boleto y en la salida un taxi de la central se pasó de lanza aprovechando la hora), los posibles asaltos que hacen que parar un taxi en la calle sea un acto de valor, el cuate que lleva la música a todo volumen, porque viaja solo y es su carro, el que nos comparte la cultura popular mientras escucha a un tipo que prodiga albures a diestra y siniestra en la radio, el galán de balneario… En fin, no le faltan detalles a nuestro honorable cuerpo de taxistas y no pienso gastar más de un párrafo en señalarlo.

Como usuario de ambos servicios he de señalar que mi servicio de radio taxi en Morelia era bastante bueno y competitivo, excepto los viernes y sábados por la noche. Esos días te toca esperar más de treinta minutos para que te manden un servicio. Las unidades estaban en buen estado y los choferes eran bastante prudentes y respetuosos, en general. Por cuestiones de trabajo me tuve que mudar a una ciudad más grande y, desde que llegué, me convertí en usuario de Uber ¿En Uber no existen los tiempos de espera? Lamento decirles que sí existen y, en ocasiones, además del tiempo de espera que me ha tocado – entre quince y veinte minutos entre semana y por la mañana para ir al trabajo-, hay que pagar tarifa dinámica, la cual, en un buen día, puede llegar a multiplicarse varias veces para tu trayecto normal. Existe la tarifa de cancelación, la cual te llegan a rembolsar, eventualmente. Aunque te ofrecen una tarifa al pedir el servicio, esta no es definitiva, puede variar si te toca tráfico o el chofer llega a cambiar la ruta.

En las redes, campo de batalla moderno donde se esgrimen geniales insultos, pocas razones, nulos argumentos y bastantes metidas de pata para defender posiciones sobre cosas que ignoramos, el encontronazo ha sido entre los fanáticos de los taxis y los usuarios que quieren Uber. El enfrentamiento no pasa de ahí y además no tiene potencial para que se lleve a otro plano. El binomio Pasalagua-COCOTRA no es improvisado en eso de movilizar gente. Sus años de militancia priista les enseñaron a moverse en esos terrenos y ni los choferes ni los usuarios de Uber tienen la capacidad organizativa ni la necesidad de movilizarse que tienen los primeros. El usuario, en el peor de los casos, hace berrinche en la red, mienta madres, llama huevones a los taxistas, pero si quitan el servicio, no hará nada. El chofer quizá pague una o dos multas, quizá la compañía lo apoye, pero volverá a su normalidad: la del subempleo donde tiene que convertirse en chofer para completar la quincena porque el trabajo no le da lo suficiente y tiene que sacrificar horas de vida familiar para irse a su segundo jale.

Visto de esta manera, el conflicto, se podría decir, es de un grupo de choferes y usuarios que son buenos <inserte aquí el lado con el que usted se identifica> y otro bando, el de los malos <inserte aquí el lado que usted odia a muerte>. Pero, en realidad lo que estamos presenciando es una lucha entre mafias. De los transportistas ya se ha hablado demasiado, pero… ¿Uber es una mafia? Sí.

En algunos aeropuertos, Uber no tiene permiso de operar, es más, hay operativos de los Federales para detener a las unidades. La empresa oferta de cualquier manera el servicio. En palabras de los choferes, si los agarran, ellos quedan a su riesgo y tienen que pagar las multas sin que la empresa siquiera les eche una mirada. Por cierto, para varios de los choferes no es precisamente rentable, su salario al final del día es más o menos el mismo del taxista ya que, de la tarifa, Uber tiene una comisión del 25 %.

Nos han enseñado a ver un mundo polarizado, donde en todo conflicto siempre existen buenos y malos. Sin embargo, al igual que en el caso de las elecciones, el enfrentamiento es entre puros malos que utilizan a los choferes y usuarios como peones de sus partidas. Al final, la solución es la misma que con las elecciones: mientras la sociedad no se organice para generar una alternativa de transporte que se adapte a sus necesidades, seguiremos en las manos de estos grupos de poder, algunos con traje de empresario y otras con disfraz de servicio público, para ocultar las manchas de tacos de canasta en el traje de empresario. Esta batalla, que en el fondo creo que es simulada, entre Uber y COCOTRA-Pasalagua, no nos pertenece, al final del día, al carecer de una referencia organizativa que nos lleve a generar el transporte que merecemos. Solo somos usuarios y apelamos al poder del consumidor (permiso para reírse concedido).

Estimado hípster bicicletero: tu estrategia está más jodida que pedir un Uber.

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