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Una nación adolescente // By @indiehalda

Por Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

¿Cuándo perdimos el rumbo? ¿Alguna vez tuvimos uno? ¿Quién dirige este barco sin dirección? ¿A quién culpar del extravío? ¿Realmente estamos perdidos o sólo vagamos en lo que encontramos el camino que nos lleve a, ahm, donde sea que nos dirijamos?

En los últimos días muchos son los factores que nos dicen que, por mucho que hablemos y actuemos para convencernos de lo contrario, en realidad estamos (algo) perdidos: Estudiantes que no aparecen, fortunas de muy dudosa procedencia, una democracia secuestrada por los supuestos procuradores de justicia, un gobierno sumido en el más profundo sospechosismo… esto podría prolongarse hasta convertir esta columna en una triste lista.

Imaginemos nuestra situación actual como una de aquellas veces en que nuestra madre nos pedía limpiar nuestro cuarto: veíamos con pereza una o dos cosas tiradas, y asentíamos plácidos ante una situación que tenía solución. Y de repente las palabras amables de mamá se convertían en gritos y no sabíamos qué hacer con semejante nivel de caos. Nuestra realidad se reduce a una acción atípica adolescente. Justo nuestra edad mental como sociedad.

¿A quién responsabilizar, querido lector? mejor dicho ¿Cuándo empezamos a responsabilizar a otros? el hartazgo social de estos días culpa a todos los niveles y poderes siendo que –aunque de forma algo dudosa- éstos llegaron gracias al voto del vecino, del compañero de trabajo, del cuate de las fiestas, de nosotros mismos.

La historia de los pueblos que podemos considerar ejemplares viene acompañada de episodios de terrible sufrimiento: desastres, hambrunas, guerras. Al mexicano promedio le gusta pensar que el camino de esta nación ha sido tortuoso, pero basta echarse un breve clavado en la historia nacional para descubrir que, haciendo números, en realidad no la hemos pasado tan mal.

Somos habitantes de una nación próspera, atiborrada de recursos, un clima benévolo y extensión considerable. Y estamos bastante peor que países con recursos claramente menores frente a los nuestros. Hoy más que nunca le hemos demostrado al mundo y a nosotros mismos que el problema de México son los mexicanos.

¿Cómo se cura uno de extravío? ¿Olvidando todo y empezando de cero o retomando y fortaleciendo nuestras raíces? El problema, si bien es multifactorial, enfrenta un reto considerable en un tema siempre sensible para nosotros: empezar la limpieza desde casa.

Para ello son necesarios una disciplina y compromiso que, hablando de una nación adolescente como la nuestra, resultan en el corto plazo francamente imposibles de obtener. Y es por ello que seguiremos cometiendo los mismos errores: votaremos por los mismos, veremos con los mismos buenos ojos conductas reprobables, seguiremos siendo cómplices de nuestros vicios.

Y entonces llegará la hora: un gobierno REALMENTE opresor, una catástrofe que cobre la vida de un porcentaje poblacional considerable, una crisis que deje a los ahora cómodos en nuestra vida de medio pelo en la calle, peleando con aquellos que han vivido de ella desde siempre. Ahí es cuando comenzaremos a sufrir, y si somos lo suficientemente inteligentes, a crecer.

No concuerdo con las personas que dicen que hemos tocado fondo, cuando aún podemos caminar por las calles sin más miedo que el de ser engullido en las estadísticas de la delincuencia (que tampoco es que crezcan mucho). A este país simple y sencillamente le hace falta sufrir, siendo que somos el más significativo ejemplo de aquel dicho que reza “Nadie escarmienta en cabeza ajena”

Esperemos por ende días más oscuros, donde el extravío nos haga capaces de lo peor con tal de sobrevivir. Sólo cuando entendamos lo frágil de la oportunidad de trascender es cuando –quizá- realmente la aprovechemos.

Y de eso tampoco estoy tan seguro.

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