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Crónica de una noche de rodeo// By Ruy_Carreno

editoriales

Soy Rodrigo Carreño, orgulloso “Terra-Calentano”, guerrerense de corazón, egresado de la Licenciatura en Derecho por la FES Acatlán de la UNAM; un tipo sencillo, apasionado por la vida; la curiosidad me hace vivir en una constante búsqueda, aprehensor de palabras y versos, amante de la poesía y de la mujer, como la obra más bella y perfecta de la creación. Mi perversidad es tan grande, que los haré diabéticos con tanta miel. En la patria de las letras, existe una revolución constante, limitar éste espacio sería atentar contra la libertad, aquí hablaremos de muchos temas poesía, arte, música, folclore, de lo cotidiano, política y de temas jurídicos de interés general; la imaginación encuentra sus límites en lo infinito.
Soy Rodrigo Carreño, orgulloso “Terra-Calentano”, guerrerense de corazón, egresado de la Licenciatura en Derecho por la FES Acatlán de la UNAM; un tipo sencillo, apasionado por la vida; la curiosidad me hace vivir en una constante búsqueda, aprehensor de palabras y versos, amante de la poesía y de la mujer, como la obra más bella y perfecta de la creación. Mi perversidad es tan grande, que los haré diabéticos con tanta miel. En la patria de las letras, existe una revolución constante, limitar éste espacio sería atentar contra la libertad, aquí hablaremos de muchos temas poesía, arte, música, folclore, de lo cotidiano, política y de temas jurídicos de interés general; la imaginación encuentra sus límites en lo infinito.

Por Ruy Carreño

Tendría 16 años. Iba a la prepa 8 de Ciudad Altamirano, Guerrero; era la belle époque de mi vida, en las rockolas sonaba “Eso y más”, un rolononón, de Joan Sebastian, con la que podías llegarle a una guacha (en Tierra Caliente este regionalismo, es sinónimo de niña, joven, muchacha) con los ojos cerrados.

A pesar de la brecha generacional, la música de Joan también dio vida a las historias de amor de mi generación; mis padres hicieron suyas sus canciones, yo hice mías las letras de sus composiciones, esas que nos hacen retornar, que  inevitablemente nos hace retornar a fechas, lugares y personas especiales; porque la música no es más que una prolongación de la poesía.

Cómo olvidar aquella tarde, recuerdo que llegaba de la huerta de mis abuelos de cortar jitomate, aún con las manos verdosas por las hojas de las matas y con la congoja de no poder llegar y alcanzar a mis primos para ir juntos al baile; era una ocasión especial, Joan Sebastian estaría cantando sus canciones en el legendario “Rodeo San Miguel”, de Riva Palacios, Michoacán.

Muchos de mis amigos de prepa estarían ahí, era como un sueño para mí poder escuchar al artista de la rola del momento. Los boletos eran caros, pero nada que la buena cosecha de ese año, no pudiera pagar; me di un baño de pájaro (no se me quitó del todo lo verde de las manos), mas estuvimos puntuales en la cita.

Aquel domingo el Rodeo San Miguel estaba a reventar, como muchos de los escenarios que llenó “el Huracán del Sur”; La Leyenda de Servando Montalva también amenizaba la noche (¿o era La Dinastía de Tuzantla?), luego de tocar un rato; se escuchó la banda, con la clásica entrada al ruedo de “el Rey del Jaripeo”, fue emocionante ver a aquel hombre bajo de estatura, montado en un gran caballo moro, con su montura plateada, llena de luces; Joan Sebantian era un gran jinete, algo que admiramos en la Tierra Caliente de Michoacán y Guerrero.

Era una noche estrellada, como muchas en la región, la velada era inmejorable; después Joan (quien para entonces portaba un sombrero calentano) se molestó con un borrachito que desde la última grada  desaprobaba su espectáculo; Joan Sebastián era “gallito”, recuerdo que le llamó con voz ronca y fuerte, para decirle que sino le gustaba su presentación que se fuera y que al salir le devolvían su dinero; fue algo que desaprobé, me dije: éste cabrón,  ¡cómo se pone a lidiar con un borracho! Sin embargo, el amo y señor de la noche, tenía al público en sus manos, encantado, complacido.

Años antes había estado en una de sus presentaciones, en la Plaza de Toros Jesús Nájera, de Ciudad Altamirano, no conservo un recuerdo claro de esa fecha, pero toda la raza se volcó a la plaza, para ver su ídolo, al galán de la telenovela de la época, siempre montado en un buen caballo.

Aquel jovencito que a los 17 años dejará el seminario para emprender su carrera musical y fuera descubierto artísticamente por la actriz y cantante Angélica María, en un fatídico 1968, hoy se ha ido; dejando tatuadas las letras de sus canciones, entre su público. Joan:

“¡Gracias por tanto amor!

Gracias por existir”

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