COLUMNEROS

Relatos de noche sin luna: Ranubis

Escribe: Héctor Medina

Nos encontrábamos en carretera rumbo a la inauguración del restaurante de un amigo que conocía desde hace ya algunos años. Después de algunas horas comenzó a distinguirse la estructura del lugar, “Restaurante Yaneth” podía leerse con facilidad y una serie de fuegos artificiales engalanaba la apertura del sitio.

Casi al aparcar fuimos interceptados por una camioneta negra de grandes llantas y vidrios polarizados, de la cual bajaron tres sujetos fuertemente armados, quienes con violencia nos hicieron descender de nuestro sedán para hacernos abordar con ellos. Rápidamente aceleraron y avanzaron velozmente por carretera; sabían muy bien a donde llevarnos.

Después de algunos minutos de viaje dos patrullas comenzaron a perseguirnos furiosamente, sonando estridentemente las sirenas y aventando hacia los lados el polvo del camino voceaban incesantemente que nos detuviéramos. Después de algunos kilómetros lograron detenernos.

-¿Hijos de la chingada que hacen?

-Solo seguimos las instrucciones del jefe.

-Si serán pendejos, ellos no son a quienes debían capturar, déjenlos ir en chinga.

-Si mi capitán ahorita los dejamos ir, pero no vaya a decir nada por favor.

-Mi silencio por la pendejada que acabas de hacer te costara muy caro Rodríguez, ya te la cobrare, ¡ahora bájalos en chinga!

Nos hicieron descender a golpes. El capitán se acercó y con voz suave y burlona dijo:

-Los dejaremos ir, pero ya saben que al que habrá el hocico tendremos que quebrárnoslo-, sonrió maliciosamente mientras se acomodaba la funda del arma. Mis amigos asintieron silenciosamente llenos de pánico con la cabeza. Yo tenía las tripas hirviendo y con los puños apretados y mordiéndome los labios me acerqué lo más que pude al capitán y le dije:

-Déjeme darle una putiza a uno de esos pendejos, no se vale que se hayan confundido y por supuesto cuente con mi silencio capitán, solo déjeme darle una chinga a uno de ellos, a cualquiera, y no volverá a saber de nosotros-.

Me miró fijamente, -Así que quieres putazos, arre pues, pero diles a tus amigos que le vayan cayendo a la chingada, que los alcanzaras más tarde, que vas a ir a cagar primero pues el susto te aflojo el mastique-.

Así lo hice y aprovechando una distracción le pegué por la espalda a uno de esos hijos de su puta madre que nos dieron el levantón. Llevaba unos tres golpes cuando alguien me dio un cachazo…

Desperté en alguna estación subterránea amarrado de manos y amordazado con un trapo sucio. No estaba solo, había más como yo, hombres de mi edad, en las mismas condiciones, algunos con más sangre sobre su ropa y con una expresión de terror en sus ojos.

Enfrente de nosotros una gran puerta metálica se abrió pesadamente y un hombre delgado y calvo con cara maliciosa nos miró fijamente y después de una sonrisa malévola dijo:

-Están aquí para pelear por sus vidas, si quieren salir tendrán que derrotar a uno de mis subordinados, pero les advierto que no será nada fácil pues todos son “expertos asesinos” sin embargo eso no quiere decir que sean invencibles, así que una vez que rompamos sus amarres dependerá de ustedes el ser libres-.

Llegaron unos sujetos enmascarados quienes con filosos cuchillos tácticos soltaron nuestras manos, nos dirigieron a un área desconocida cuatro pisos arriba y nos soltaron. Una luz roja se activó y en el fondo un hombre corpulento comenzó a hacernos señas para que lo atacáramos. Todos salimos corriendo con gran frenesí, soltando toda clase de golpes. Después de varios minutos recuerdo que caí herido, no sabía como pero mi ojo derecho había sido destrozado y al quererme incorporar apenas logré ver una gran herida en mi vientre.

El dolor era insoportable pero poco a poco me fui arrastrando con las pocas fuerzas que me quedaban hasta salir de aquella sala. Aun así, podía escuchar a lo lejos los gritos lamenteros de los que se suponía eran mis compañeros. Decidí esconderme como pudiera antes que morir. Así pase algunas horas hasta que cesaron los gritos, repte y logre descender por uno de los ductos por donde estaban aventando los cadáveres a una fosa común.

Ahí pase lo que serían dos días según me dictaba mi ser, pues en tal oscuridad, hambre, sed y putrefacción era difícil saber el andar de las horas. Ahí mismo me alimenté como pude de los restos de aquellos desdichados a fin de sobrevivir hasta que una nueva puerta se abriera.

No sé cuánto tiempo más pasó, pero por fin escuche un ruido anunciando aquello que esperaba ansiosamente. Por aquella lúgubre entrada aparecieron cuatro sombras, eran los encargados de deshacerse de aquellos cuerpos y tirarlos a los buitres. Al frente de ellos se encontraba el encargado quien con voz grave dijo:

-Pobres idiotas si supieran que son parte de un experimento para lograr encontrar cada una de las partes que crearan al más grande de los guerreros. Hasta el momento solo tenemos la mano derecha, el torso y el “Ojo de Ranubis”. Cada uno de esas partes tienen una habilidad maravillosa, una composición única que si son combinadas te volverán indestructible-.

Escuché atento y pensé que tener ese ojo seria mi oportunidad para salvarme, tenía que llegar hasta él y reemplazar el mío con aquel. Me hice el muerto y soportando el dolor no emití ningún sonido cuando esos perros me aventaron al desierto.

Espere unas horas a que terminaran su tarea, me levante y empecé a planear una estrategia. Encontré algunas plantas y las machaque, poniendo tal maceración en mis órganos dañados con ayuda de las ropas viejas de los cadáveres. Una vez casi recuperado regresé al lugar y me cole como pude.

Uno por uno examinaba cuidadosamente los pisos para no ser descubierto. Los guardias estaban tan confiados de sus matanzas que no habían instalado cámaras de seguridad, pues como sus sentidos y habilidades eran más desarrollados que el resto de los que ingresaban se sentían totalmente confiados.

Llegado al quinto nivel estuve a punto de ser descubierto pero un par de manos taparon mi boca y me jalaron detrás de unas cajas metálicas; alguien más había tenido la misma idea que yo, o al menos trataba de alargar su vida.

-Ten más cuidado, ¿Acaso deseas morir? ¿No sabes dónde estás? –

Pero al ver mi ojo comprendió que era un sobreviviente más y suspirando dijo:

-Llevo días tratando de escapar de aquí y no he podido, juro por Dios que estoy a punto de volverme loco, extraño mi familia y amigos, el sabor amargo de la cerveza y la tos que me provoca el humo de los cigarrillos, daría lo que fuera por escapar de este puto lugar-

Lo miré fijamente y pude descubrir todo su dolor, así que posando mi mano sobre su hombro le respondí:

– Sígueme es hora de pagar tu favor-

– ¿Por qué he de confiar en ti? –

– Por la misma razón por la que me salvaste –

No dijo más y le hice una seña para que me siguiera hacia el ducto por donde había logrado escapar. Llegamos a uno de los hangares de aquella fortaleza cuando un camión ingreso escandalosamente, nuevamente nos escondimos donde pudimos y observamos atentos. Detrás de algunas puertas aparecieron varias decenas de niños de entre unos 6 a 10 años quienes comenzaron a subir lentamente encadenados de pies y manos; era un espectáculo funesto.

Los pequeños seguían avanzando entre llantos cuando la luz del exterior nos cegó por un momento, pero nuestros ojos brillaron al ver una nueva forma de escapar de ese horrible lugar. En realidad, yo no quería escapar, pero no deseaba que mi compañero sufriera más aquel tormento. Sigilosamente me hizo señas para que subiera a uno de los vehículos en un descuido de los guardias, fue entonces que jaló fuertemente mi brazo obligándome a subir de un solo salto.

– ¿Grandísimo idiota quien te dijo que yo quería escapar sin primero cumplir mi cometido? -, yo tengo otros planes.

– ¿Y a ti quien te dijo que sobrevivirás en ese estado? No está por demás decirte que estas frente a una muerte segura, así que escapemos, recupérate e idea un buen plan para que cumplas tu objetivo, por lo pronto escapemos, una vez a salvo no contaras más conmigo-

Al escuchar tan certera respuesta no pude refutar y permanecimos silenciosos dentro del camión. Habrían pasado algunas horas cuando escuchamos una fuerte explosión, el vehículo dio un tremendo giro que hizo que se volcara a mitad del camino, un agudo zumbido invadía mis oídos, mi visón se encontraba nublada, pero pude distinguir como un hombre rubio de aproximadamente 1.90 de estatura se divertía cortando los cuellos de aquellos niños.

El ruido de las metralletas comenzó a sonar y como una bestia en peligro aquel personaje comenzó a correr con una tremenda velocidad hasta que logre perderlo de vista. Una veintena de motocicletas iban tras de él y yo en mi afán de salir de aquel lugar derribe a uno de aquellos motoristas con un fuerte golpe, aborde la moto y emprendí la huida.

Iba avanzando junto a los perseguidores, haciéndome pasar por uno de ellos, pero teniendo en mente que yo solo quería escapar a ningún lugar. En algún momento de la persecución pude ver que uno a uno caían los motociclistas atravesados por unas fechas blancas las cuales hacían explotar aquellos cuerpos en un rojo carmesí que iba cubriendo el desierto en un rio de sangre. Al verme impresionado perdí el control del manubrio y colapsé frente a una duna; no supe nada más.

Desperté amarrado de cada una de mis extremidades en una especie de cruz, sumergido en un líquido claro, espeso y raro que iba sanando mis heridas. Respiraba por medio de una manguera conectada a mi boca. Detrás del cristal podía escuchar como el jefe de aquellas ratas, decía burlonamente.

-Así que pensabas escapar, vaya estupidez la tuya, por un momento creíste que podrías salir vivo de este lugar, ja ja ja ja. Me diviertes bastante muchacho, sin embargo, podrás ver que soy un hombre generoso que sabe agradecer a quienes me proporcionan regodeo. Así que sanaremos todas tus heridas, te daremos de comer y después como premio a tu valentía tendrás que enfrentarte tu solo al mejor de mis hombres, ja ja ja ja. Solo te pido de favor que dures al menos 60 segundos antes de que te destroce el cráneo-

Al oír esto me sentí tan miserable por no haberme podido despedir de mis seres queridos, abrazarlos y mentirles con un hasta pronto; nunca había valorado tanto la vida hasta ese momento, ¡maldita la hora en que decidir conocer aquel restaurante! Si tan solo tuviera ese maldito ojo seguramente podría hacer algo más, incluso sacrificar mi vida y matar de una vez a ese grandísimo hijo de puta que tanto estaba haciendo sufrir a inocentes como yo.

Resignado cerré mi único ojo y decidí dormir tranquilo, sabiendo que el fin era inevitable, que la muerte me esperaba serena, saboreando mi herido cuerpo mientras frotaba sus huesudas manos.

Lo que no sabía era que aquella escandalosa matanza del desierto había sido obra de un grupo de soldados retirados, quienes se exiliaron así mismos debido a que habían descubierto que sus habilidades eran demasiado buenas como para estar al alcance de cualquier loco de poder que quisiera conquistar todas las naciones de la tierra.

En una misión de rescate lograron liberarme no sé cómo, solo sé que fue una larga batalla donde hubo muchas pérdidas, pues repetidamente mencionaban que con mi vida debía hacer valer el sacrificio de sus camaradas, que si me habían salvado era solo porque yo conocía los secretos de aquella secta: “La Serpiente Roja”.

Pasaron meses de entrenamiento, cada día me exigían a ser mejor que ellos para poder pagar el que hubieran salvado mi vida. Pasaron soles y lunas hasta que por fin estuve listo para morir por aquellos que me rescataron.

Después de haber estado en el anonimato, escribí una carta a mis padres diciendo que había sido reclutado para ser un agente de viajes, por lo cual estaría atendiendo los negocios de la empresa alrededor del mundo, que regresaría en un par de años, que no se preocuparan por mi yo les enviaría postales y dinero; en algunos años regresaría para abrazarlos.

El viaje comenzó en helicóptero, pero después de un rato un proyectil logro alcanzar una de las hélices y la inminente caída comenzó, saltamos y los paracaídas se accionaron. Caímos en la jungla; la verdadera cacería estaba a punto de comenzar.

-Dios, guíame y haz que la ira sea mi fuerza, mi rencor lo que me haga nunca detenerme y tu luz lo quien guie mi camino –

Fuertes ráfagas nos hicieron poner pecho en tierra, no había marcha atrás, besé esperanzado mi cruz plateada y la volví a colocar sobre mi cuello. Me embarre lodo en mi cara y lanzando un grito de guerra me aventure a la matanza, esperando no volver sin la cabeza del gusano que había convertido mi vida en un infierno, no me rendiría a pesar de los estallidos, del fuego y del dolor, haría pagar por cada uno de sus pecados a ese maldito.

*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.

Botón volver arriba