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De la izquierda esotérica

Por Alberto Luquín

Nacido en Hidalgo del Parral, Chihuahua, en 1979, actualmente es pasante de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UMSNH y tiene estudios en Filosofía por la UAQ y diversos diplomados, talleres y seminarios auspiciados por el INBA, CONACULTA e instancias estatales queretanas. Freelance, se ocupa generalmente en proyectos de consultoría educativa y pensamiento crítico. Tiene obra publicada por el ITESMCQ y Arte-Diem y ha participado en revistas filosóficas y literarias.
Nacido en Hidalgo del Parral, Chihuahua, en 1979, actualmente es pasante de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UMSNH y tiene estudios en Filosofía por la UAQ y diversos diplomados, talleres y seminarios auspiciados por el INBA, CONACULTA e instancias estatales queretanas. Freelance, se ocupa generalmente en proyectos de consultoría educativa y pensamiento crítico. Tiene obra publicada por el ITESMCQ y Arte-Diem y ha participado en revistas filosóficas y literarias. Cortina de humo será una columna de crítica política, abordando desde un enfoque escéptico y de pensamiento crítico los rumores, hoaxes y cuestiones parecidas que circulan en la red.

Hace algún tiempo, leyendo a Mauricio José Schwartz, topé con el término “izquierda feng-shui”. Describe a cierto sector identificado con la izquierda que, en su afán por conciliar posturas altermundistas, asume tintes luditas, relativistas y conspiranoicos a la vez que adopta, en muchos casos, retórica y trasfondos religiosos.

Muchos seguidores de esta peculiar izquierda rechazan al capitalismo con el mismo fervor con que abrazan el misticismo enlatado para consumo masivo disfrazado de filosofía oriental milenaria. Ecologistas que invocan a la Madre Tierra, neomarxistas que niegan la teoría evolutiva, politólogos clavados en el antisemitismo decimonónico (¡hola, señor Jalife!), todólogos que viven una película de los Wachowski.

No importa si ningún estudio válido demuestra que las vacunas, los teléfonos celulares o los transgénicos dañan la salud, como tampoco importa que equiparar dinero y deuda sea una mentira difundida por la derecha gringa más radical. El izquierdista esotérico condena a la sociedad materialista de libre mercado, pero consume los productos de un mundo donde la Coca-Cola provoca cáncer y los terremotos son provocados.

Mi primer contacto con estos delirios ocurrió en mi Alma Mater. Por una parte, catedráticos empecinados en hacer pasar por ciencia un conjunto de supuestos indemostrables; por el otro, un maestro de Historia de la Cultura que perdía media clase hablando de los malvados transgénicos y de los aztecas como hijos de la A(z)tlántida. El último ocurrió hace pocos días y se lo debemos, cómo no, a La Jornada.

Víctor M. Toledo publicó un relato ambientado en un futuro apocalíptico debido al consumo de transgénicos. Para ello, da por bueno un pésimo estudio publicado por el mismo periódico meses antes. Cuestionado en Twitter, Toledo terminó acusando a sus detractores de recibir dinero de Monsanto y estar a favor del suicidio de la especie. Me recordó, en cierto modo, a los desvaríos de Jorge Serrano Limón.

Más recientemente, la PGR frustró los planes para asesinar a Ricardo Monreal Ávila y a su hermano. El diputado, cuyo estándar de evidencia sólo alcanza para exhibir recortes de periódico como prueba de fraude electoral, atribuye su salvación al Santo Niño de Atocha y a su reciente cercanía con Dios. Parece que Dios no vela por todos sus hijos, sólo por los incorruptibles con curul y lujos a cargo del erario.

Mientras tanto, en la necrocrática Venezuela, el presidente interino y candidato Nicolás Maduro recibió una visita inesperada: Chávez volvió, pero no en forma de fichas, sino de  pajarito. Y ni crean que haré chistes sobre las oscuras razones que llevan al señor a extrañar a tal grado al pajarico del muertico. Y el circo promete mucha diversión.

Posdata: En la ciudad más progresista del país (esa de suelo chicloso, aire semisólido y agua semigaseosa), el gobierno toma medidas para proteger a sus ciudadanos: retirar los saleros de las mesas de fondas y restaurantes. Me pregunto cuánto tardarán los ambulantes del Metro para empezar a venderlos.

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