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¡Ay mis hijos!

Por Mar Proud

 

Era el caluroso mes de agosto del año 2007, mi marido y yo decidimos entonces que el  tiempo había llegado ya para comenzar nuestra propia familia. Sin más ni más, el deseo se nos cumplió.

 

Un par de meses entrados en el embarazo, ya estaba yo deseando que el chistecito se terminara, malestar estomacal, vómitos, náuseas, antojos que no podía concederme y para acabarla, insomnio de semanas.

 

Como en realidad yo sabía de bebés lo mismo que sé sobre física cuántica o biología molecular (o sea ni un rábano), me di a la tarea de leer cuánto libro cayera en mis manos alusivo al crecimiento del bebé desde el embarazo y hasta sus primeros años.

 

¡Oh sorpresa! y ¡oh terror! Un bebé puede morir en casi cualquier circunstancia, posición y  actividad normal, de ahí que las madres nos hagamos increíblemente paranoicas. O que si lloran de cual o tal manera, puede significar desde un cólico hasta meningitis. Es una cosa, nada gozosa, y que da unos dolores de cabeza endiablados.

 

Así que después de leer cosas por el estilo, decidí dejarme guiar por mis instintos maternales. Me parece que fue para mí, la decisión más acertada. Aunque claro que he cometido errores y muchos, considero que también he tenido buen número de aciertos.

 

Mientras los meses pasaban, me iban dejando recuerdos que aún cargo conmigo y que forman parte de mi cuerpo de madre. Vientre con estrías, caderas un poco más anchas que antes y la piel un poco más, digamos, «cómoda» por no decir suelta.

 

Todo esto sale a colación porque mi primera hija, concebida en aquel caluroso verano del 2007, ha comenzado la primaria. Para mí es un suceso sumamente emocionante ya que significa el paso hacia una etapa en la que comienzan las responsabilidades para ella y la inevitable realidad de que mi, un día bebé, ya no lo es más.

 

Pensaba con nostalgia mientras ella se encaminaba hacia el aula en su primer día de clases, la emoción con la que la esperaba antes de nacer; el amor y la ternura que me inundaron -cuando después de 30 horas de dolorosísima labor de parto- al abrazarla por primera vez y el dolor que he sentido cuando ella ha caído enferma o por alguna razón no se siente feliz.

 

Ser madre es sin lugar a dudas, la mejor experiencia de mi vida, que no cambiaría por nada del mundo. Ser madre es amor, ternura y caricias; pero también es doloroso, difícil y cansado. Pero todo se borra, todo se olvida y el mundo vuelve a ser un buen lugar cuando una mirada, un abrazo y un te amo mamá salen de su boca seguidos de una sonrisa.

 

El significado de ser madre no se comprende hasta que una mujer lo vive en carne propia,  hasta entonces es cuando nos damos cuenta de que no hay amor más grande que el que se siente por los hijos y no hay amor más puro que el de un hijo hacia su madre.

 

Twitter: @marproud

 

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