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Gracias, Margarita (pero no, gracias) // By @indiehalda

Oscar Hernandez

Por Oscar Hernández

Sentí por algunos años una mezcla de respeto y admiración por Felipe Calderón: un underdog panista, alejado de las altas esferas del poder, que de a poco fue construyéndose un nombre y que plantó cara a un López Obrador que tuvo en aquel entonces su más cercana oportunidad de ganar (no creo que 2018 sea la suya, para ser franco).

Celebré su triunfo como profesionista recién egresado hambriento de cambio. Y sí, las cosas cambiaron, aunque definitivamente no como deseaba. Los índices macroeconómicos eran optimistas y capeamos con singular decoro la hecatombe económica de 2008, pero el país a cambió se desangró, peleando una “guerra” que no se iba a ganar y a la que entramos por las razones equivocadas.

Fue tal mi desencanto con el moreliano que opté por López Obrador en 2012. Fui severamente criticado por los que lo supieron, y a la fecha no me arrepiento de mi chapulinesco voto: Vázquez Mota era gris como día contaminado en Ciudad de México. Sigo creyendo que la elección del 2012 no la ganó el PRI, la perdió el PAN. Y feo. Mucho gracias a (más bien por culpa de) Calderón.

Ominoso se acerca el 2018, y entre los que ya le están poniendo la banda a AMLO, los que vaticinan un regreso hollywoodesco del PRI y los creyentes del Frente Amplio, vivimos una especie de tensa calma, que vino a desmoronarse con la salida de Margarita Zavala del PAN hace unos días, y su posterior anuncio como aspirante a presidenta independiente.

Los románticos que añoran el calderonismo se relamieron los bigotes, ya que las opciones se acababan al interior del blanquiazul, con un Anaya que dispendia democracia con una mano y calla bocas con la otra. Margarita se sintió ninguneada y optó por darle vida a su candidatura y, de paso, darle vida también al priísmo.

Porque, la verdad sea dicha, el ganador de esta faramalla no es otro más que el tricolor, que hoy ve una pequeña pero nítida luz al final del túnel llamado “sexenio peñanietista”. No soy adepto a las teorías conspiranoicas, pero esto lleva un ligero tufo a favor que se regresa.

Por otro lado, está la más bien gris carrera política de la señora Zavala: cargos medianos al interior del PAN, una diputación local y otra federal –ambas como plurinominal- y una deslavada función como Primera Dama. Eso es todo. No es Hillary Clinton, Michelle Bachelet, Angela Merkel o alguna de las otras líderes mundiales con los que algunos entusiastas la comparan, ni de lejos.

¿Qué le gusta a los que les gusta Margarita Zavala? El misterio prevalece, y por más que mi nostalgia blanquiazul se aferra a darle una oportunidad, mi desencanto por ella, por su marido, por la opacidad y por las ganas de algo verdaderamente diferente me dicen: Gracias, doña Margarita. Pero no, gracias.

P.D: Eso sí: el cisma le vino a poner una buena pizca de sabor a una carrera presidencial que había iniciado más bien insípida. ¿Quién es su gallo, querido lector?

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