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Mi vieja Europa ya no es lo que era/ By @indiehalda

Por Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Si usted conoce a algún europeo o bien a algún nacional que vive o vivió en Europa, escuchará las mil y un comparativas en el modo de hacer las cosas. Toda la vida nos han pintado al continente que lleva el nombre de una princesa fenicia como la cuna de la democracia, de la enciclopedia, de los derechos humanos: como si todo lo bueno que le ha pasado a la raza humana en el último par de milenios haya salido de ahí.

Después de la segunda guerra mundial, todos peleados con todos, el sueño de una comunidad continental se veía lejano. Progresistas como ellos son, bastaron algunas pocas décadas para cerrar el máximo anhelo: bandera, moneda, parlamento… la Unión Europea era una realidad.

Del entusiasmo generado por el libre tránsito, una divisa que por fin competía con el dólar y las promesas de crecimiento sostenido, vinieron los problemas derivados paradójicamente de aquello que con tanto entusiasmo halagaban: sus diferencias.

¿Por qué debe preocuparnos que de repente en Europa ya no estén tan convencidos de estar unidos? Por nada en particular, de momento. Pero que a una región con tanta influencia en la dinámica internacional  le urja una visita al psicólogo debe ponernos a meditar un poco sobre qué podemos aprender de ellos, y por una vez en la vida escarmentar en cabeza ajena.

3 puntos en particular nos dan un panorama general del desencanto europeo:

  1. Los ánimos independentistas.

Muchos países europeos son resultado de la unión de principados, regiones autóctonas y pequeños territorios con una idiosincrasia particular. En el aire está la probable desincorporación de Escocia del Reino Unido, y el intenso debate entre el nacionalismo y la que pareciera desesperación inglesa por mantenerse unida.

El antecedente es el desmembramiento de Yugolasvia y la fiebre independentista balcánica. Y en la lista hay otras regiones que, como efecto dominó, reclamarían su independencia si lo de Escocia cuaja: Cataluña, Islas Canarias y el país vasco (España), Flandes (Bélgica), Córcega (Francia), Cerdeña y Venecia (Italia), Bavaria (Alemania), Holstein (Holanda)…

Hablamos de hasta 25 regiones que buscarían separarse de su actual nación. Adiós, unión fraternal.

  1. El avance de la ultraderecha.

Con excepción de España, los actores principales en el continente presentaron significativos avances de grupos anti-inmigrantes, euro-escépticos e incluso neonazis.

El ejemplo más claro es la victoria de Frente Nacional en Francia, bajo el liderazgo de la polémica Marine Le Pen, esa señora que comparó las oraciones musulmanas en Lyon con la ocupación nazi y que se refiere a la prensa de izquierda como “esos progres espantosos”, la misma que convocó a un millón de parisienses a marchar en contra del aborto, en la nación que dio a luz a los derechos humanos.

Entre Amanecer Dorado en Grecia, el Partido Nacional Democrático Alemán en Alemania, el Partido de la Independencia en Reino Unido y la Liga Norte en Italia, Europa ve con preocupación el crecimiento de las fuerzas que repiten los vicios que la llevaron a 2 grandes guerras que casi la consumen: la xenofobia, el nacionalismo a ultranza, la renuencia a cooperar, el odio.

Imaginen a los famosos morenazis mexicanos tomando decisiones en nuestro país. Así de ridículo (y peligroso) suena eso.

3. La intolerancia religiosa y la invitación al terrorismo

El Estado de Bienestar europeo fue para los países árabes como el American Dream para nuestros paisanos. Actualmente no hay país europeo que no cuente con una comunidad practicante del Islam activa, orgullosa de sus raíces pero feliz de haber cambiado de aires a una sociedad más tolerante y flexible.

La xenofobia rampante en el continente impulsa la creación de células nostálgicas que no olvidan la utopía islámica de un mundo adorador de Alá, cueste lo que cueste. ¿El resultado? Ciudadanos europeos en los grupos terroristas de mayor peligro, cobijados por su ciudadanía y que sin peros viajan libremente por el continente.

Extremismo inteligente y acomodado. Vaya alacrán se están echando a la espalda.

Poco a poco, con un involucramiento mayor de los países de la UE, se ha puesto en marcha la caza del nuevo enemigo: ISIS, al cual se le persigue en los desiertos de la región con mayores recursos energéticos del planeta. Mientras tanto, el frente doméstico europeo acosa cada vez más a ciudadanos honestos y trabajadores cuyo único “error” es el Dios al que adoran. La gente perdona, pero no olvida.

El escenario está puesto: dentro de un par de décadas algún inadaptado europeo terminará haciendo alguna locura, y esa chispa detonará un conflicto inimaginable. La lenta cocción de una catástrofe mundial.

Nuestras apuestas apocalípticas nos hacen lanzar los dados por Corea del Norte, Irán o el conflicto Paquistán-India como los iniciadores de una Tercera Guerra Mundial.

Yo no estaría tan seguro. El continente que nos dio alfabeto, leyes y democracia bien puede darnos también el bidón con gasolina y el cerillo para incendiar el mundo.

Mientras tanto, y como dicen en España: “A disfrutar que son 3 días”

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